ECONOMíA › OPINION
› Por Claudio Scaletta *
Las crecientes importaciones de energía en un marco de escasez de divisas no pueden sino obsesionar a quienes siguen de cerca la política económica. La situación convive con los primeros pasos de la YPF bajo control estatal y, por ello, resulta propicia para quienes propugnan disparar contra la remediación del largo proceso de destrucción de la empresa energética. Las razones operan en dos dimensiones, la ideológica y la de negocios.
La ideológica no ofrece mayores pliegues. Los enemigos de la intervención del Estado en la economía encuentran una buena oportunidad para intentar asociar una situación que fue producto del abandono de la regulación estatal, como es el caso de la pérdida del autoabastecimiento energético, con la actual gestión de la YPF, recientemente recuperada. La tarea no es muy sutil, basta con recorrer los títulos cotidianos de alguna prensa en la que no faltan perlitas, como un súbito neoecologismo frente a los presuntos riesgos ambientales de la fractura hidráulica, o un novel trato cariñoso al hasta ayer “populista” presidente de Ecuador, Rafael Correa, dada su disputa con la estadounidense Chevron, socia estratégica de YPF.
La segunda dimensión, la defensa de negocios privados, tiene la misma raíz ideológica. Se argumenta un respeto sin matices a la propiedad privada, respeto que nunca fue simétrico con la propiedad pública, a la que, por el contrario, se trata como barril sin fondo sujeto a cualquier demanda de organismos o tribunales internacionales. Si de estas demandas se trata, desaparecen las tradicionales obsesiones por los déficit o el Gasto. Por ello, a pesar de que el 51 por ciento del capital accionario de YPF se nacionalizó en virtud de una ley votada por el Congreso, se sigue titulando “la apropiación de YPF”. Es verdad que se trata de una conducta histórica de esta prensa, pero igual no deja de sorprender que un medio local brinde información parado desde los intereses extranjeros. O que reproduzca acríticamente que Repsol pretenda recibir una indebida indemnización de miles de millones de dólares por parte del capital de una empresa a la que virtualmente vació y de la que, además, extrajo los recursos para su actual proyección internacional.
Los datos sobre el comportamiento local de la multinacional española son abundantes y fueron sintetizados en el Informe Mosconi, de imprescindible lectura y asequible en la Red. No hace falta repasarlos todos aquí, pero vale recordar que la culpa no fue de una empresa, sino de quien la dejó hacer. En el actual debate, por lo tanto, resulta más relevante considerar los cambios de tendencia desde que la firma local se encuentra bajo control estatal.
Dejando de lado las cifras brutas y concentrándose en las variaciones, los números de la Secretaría de Energía muestran que, entre 2003 y 2011, la producción de petróleo de Repsol-YPF cayó el 44,2 por ciento y la de gas, el 36,6 por ciento. Al margen del acostumbramiento que producen los números, nótese que se trata de caídas realmente espectaculares y en un período breve. En 2012, la baja de la producción de petróleo logró revertirse con un crecimiento interanual del 2,7 por ciento. El gas se mantuvo con una evolución negativa del 2,9 por ciento. Si se comparan los primeros cinco meses de 2013 contra el mismo período de 2012, la caída fue del 0,9 por ciento.
Bajo la gestión estatal, la empresa también cuadruplicó los pozos de exploración respecto del promedio de los tres años anteriores, y aumentó la perforación de pozos de explotación de 290 anuales, entre 2009-11, a 384 en 2012, un 33 por ciento más. Si se compara el período junio de 2012-mayo de 2013 con el año inmediato anterior, los pozos exploratorios pasaron de 21 a 31, un crecimiento del 48 por ciento, y los de explotación de 363 a 478, 32 por ciento más.
Los cambios de tendencia a partir del ingreso del Estado son palpables. Sin embargo, para comprender la cuestión desde una perspectiva más general, particularmente en relación con la denominada “restricción externa”, deben considerarse también los cambios en la demanda mundial de energía. Cambios que, vía mayores precios, contribuyeron al crecimiento nominal de las importaciones locales.
El dato más conocido es que las principales economías del mundo son importadoras netas de energía, desde Estados Unidos a la Unión Europea, pasando por Brasil, India y China. Gracias al desa-rrollo de los no convencionales, Estados Unidos ya cubre con producción propia el 94 por ciento de su demanda interna de gas. En cambio China, que era un exportador neto de energía hasta 1998, desde ese año hasta 2010 acumuló una suba de su demanda energética del 111,7 por ciento. Las importaciones de energía de China pasaron así a representar el nueve por ciento de su demanda interna. Sólo en 2010, el déficit energético de China significó importaciones por 306 mil millones de dólares, según la Unctad. Semejante masa de recursos volcada a la demanda mundial de energía, dado el cartel de la oferta, tuvo un significativo efecto precio: en la última década, los precios internacionales de combustibles clave como fueloil y gasoil se multiplicaron por cinco.
En este marco, se vuelve especialmente estratégica la necesidad de un plan energético de ataque múltiple al problema, lo que significa un fuerte avance sobre los recursos no convencionales, disminución (y no ampliación) de la generación térmica que demanda importaciones, mayor aporte de las energías renovables como hidráulica y eólica y una resignificación de la generación nuclear.
Volviendo a YPF, hubiese sido preferible la existencia de una visión estratégica con una recuperación desde el mismo 2003. Pero el presente es lo que hay, y es mucho mejor que lo que había hasta ayer nomás. Sobre todo, en tiempos en que se pertrechan quienes extrañan los ’90.
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