ECONOMíA › OPINIóN
› Por Raúl Dellatorre
No fue la respuesta que la oposición esperaba de la Presidenta, tras 47 días de convalecencia y recuperación, con una elección parlamentaria en el medio, que aquélla asumió como un triunfo. Los cambios de gabinete y la actitud de Cristina en su reaparición pública en vivo no son la imagen de un gobierno derrotado, abandonando sus banderas, reflejando un cuadro de “extrema debilidad y con la credibilidad minada”. Porque eso es lo que le reclamaban desde la misma noche del 27 de octubre: que admitiera “la culpa del modelo” (así lo siguen llamando) y desandara lo hecho en materia política y económica.
Los cambios de nombres en puestos clave, más algunas señales que lanzó ayer Cristina desde los balcones del Patio de las Palmeras, vuelven a poner en evidencia que “el modelo” no es tal; no es un manual de instrucciones sobre cómo hacer para que el Estado avance sobre el capital privado para que quienes lo administren puedan acumular poder. Así lo entiende un sector del arco opositor o, al menos, así elige explicarlo. No aceptan que lo que está en juego desde mayo de 2003 es un proyecto político que hace uso de instrumentos económicos para lograr sus objetivos. Instrumentos que no son siempre los mismos, en distintas etapas, y que tomados sin tener en cuenta su temporalidad hasta podrían aparecer como contradictorios.
Kicillof ocupa, desde ayer, el lugar que en el primer kirchnerismo ocupó Roberto Lavagna. Pareciera un contrasentido si no fuera porque lo que se buscaba en mayo de 2003 no es lo mismo que a lo que se apunta hoy. Hasta desde nuestros días se puede afirmar que Lavagna era una de las figuras más “elegibles” para encontrar la salida del infierno. Con la misma certeza se puede afirmar que su aporte a este proyecto político se agotó ahí.
El nuevo ministro de Economía y el equipo que lo acompañará llegan con la misión de “profundizar el proceso de industrialización, desarrollar una industria nacional competitiva, recuperar la soberanía nacional para no tener que volver a depender de recursos externos y que esa dependencia termine ahogándonos, como nos sucedió otras veces en la historia de nuestro país”, recordó la Presidenta. El caso que eligió para ejemplificarlo no es un detalle menor: “Como YPF, que va a recuperar la soberanía energética y será clave para profundizar el proceso de industrialización: para eso la recuperamos”. Pero enfatizando que, para alcanzar ese logro, “Argentina se va a asociar con quien tengamos que asociarnos, en las condiciones más favorables para el país”.
“Tenemos los recursos humanos, voluntad, capacidad y, sobre todo, decisión política para de-sarrollar una industria nacional competitiva”, aseguró la Presidenta, poniendo el acento en la inversión del Estado en educación e innovación tecnológica para alcanzar el mismo fin. Si alguien esperaba una convocatoria a la unidad nacional, la tuvo: Cristina reclamó la unión de todos los argentinos, el compromiso de todos los dirigentes, “para sostener el trabajo y la industria nacional”.
El mensaje de relanzamiento del gobierno de Cristina Fernández de Kirchner se completó con una convocatoria a recuperar las utopías, los sueños que “entusiasman y enamoran”. Lo hizo rodeada de una multitud de jóvenes militantes, eufóricos, entusiasmados, que sintieron como propios los cambios en el gabinete y, sobre todo, la llegada al Ministerio de Economía a quien sienten como uno más de ellos. Jóvenes entusiasmados y enamorados de un proyecto político, no de un modelo económico. A ellos les dedicó Cristina su discurso. Y, posiblemente, buena parte de los cambios introducidos en el gobierno.
No es eso lo que la oposición y algunos grupos económicos que se sintieron ganadores en la noche del 27 de octubre esperaban escuchar a la vuelta de Cristina. No era ése “el mensaje de las urnas” que esos mismos sectores pretendían impregnar en la piel del oficialismo, a partir de su propia interpretación. Los “ganadores” de la noche del 27, que ya vivieron como una derrota que la Corte Suprema diera luz verde a la ley de democratización de los medios audiovisuales apenas 48 horas después de las elecciones legislativas, ayer deben haber vuelto a sentir una sensación similar.
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