Lun 10.11.2014

ECONOMíA  › DIANA TUSSIE, DIRECTORA DEL áREA DE RELACIONES INTERNACIONALES DE FLACSO

“El clima de solidaridad quedó atrás”

Tussie analiza cómo fue evolucionando la agenda de temas del G-20 y las tensiones existentes en el interior del grupo. Además, anticipa lo que se puede esperar para la cumbre de presidentes del fin de semana próximo en Brisbane.

› Por Fernando Krakowiak

Diana Tussie conoce de cerca la historia del G-20, no sólo por su condición de experta en temas internacionales sino también por haber participado como asesora en las cumbres de Canadá, Corea del Sur y México. En diálogo con Página/12, esta investigadora de Flacso analiza cómo fue evolucionando la agenda de temas del organismo y las tensiones existentes en el interior del grupo. Además, anticipa lo que se puede esperar para la cumbre de presidentes que se llevará adelante el fin de semana próximo en la ciudad australiana de Brisbane.

–¿Qué cambió en las prioridades del G-20 desde la primera cumbre de presidentes en 2008 hasta la actualidad?

–En los primeros años, la urgencia de la crisis financiera global focalizó toda la atención. Había un clima de solidaridad para tratar de superar esa coyuntura y por parte de los Brics existía una especie de orgullo por haber sido invitados a ese foro a debatir, pero a medida que la crisis fue perdiendo urgencia la agenda del G-20 empezó a mutar. Los países anfitriones fueron agregando temas preciados para ellos, como si el G-20 fuera un arbolito de Navidad que se va decorando. Esto es posible porque el país anfitrión siempre tiene un liderazgo importante en el momento de armar la agenda, aunque los temas se tienen que consensuar. Por ejemplo, en 2012 México sumó a la cumbre que le tocó organizar dos iniciativas: el crecimiento verde y la participación de una red de think tanks para sostener la agenda, lo que se conoce como T-20. Ese espacio lo lidera Canadá a través del centro CIGI. Del mismo modo, Corea del Sur le había dado impulso en 2010 a la agenda del desarrollo, con la visión del Banco Mundial. Además, otros actores como Argentina y Francia fueron muy importantes para incorporar una agenda de temas laborales. Se manifestaron en contra de la flexibilización laboral y lograron que se incorporaran los sindicatos para participar, pues así como hay un Think 20 también hay un Labour 20. Después están el Business 20, Civil Society 20 y Youth 20. Esos espacios sirvieron para democratizar progresivamente la agenda, aunque está claro que algunos temas tienen mayor prioridad. La agenda del trabajo avanzó y se dio un debate muy importante sobre la flexibilización laboral en un contexto de crecimiento, sobre si había que seguir ajustando para poder crecer.

–Sin embargo, ahora Australia promueve una mayor flexibilización laboral como parte de la agenda del crecimiento y tiene una fuerte incidencia por su condición de organizador de la cumbre.

–Sí, el primer ministro de Australia es conservador y eso marca una impronta, pero se ha vuelto una rutina que la agenda la arme lo que se conoce como “la troika”, compuesta por el país antecesor, en este caso Rusia, Australia como organizador de la cumbre actual y el responsable de la próxima, que se va a llevar adelante en Turquía. De este modo, los temas se negocian. Es cierto que Australia tiene un peso fuerte, pero está “custodiada” por el antecesor y el sucesor.

–¿Cuáles cree que serán los principales temas de debate de la cumbre de Brisbane?

–Uno de los focos va a estar puesto en el crecimiento y ahí los países se tiran dardos cruzados. Un primer enfrentamiento se observa entre Estados Unidos y Europa, que se responsabilizan mutuamente por no poder cumplir con la meta de crecimiento global. Al mismo tiempo, hay cruces entre los emergentes y los desarrollados. Los emergentes les piden a los desarrollados que calibren la reducción del estímulo monetario. Sobre todo Sudáfrica, Turquía y Rusia culpan a Estados Unidos por la caída de sus monedas y Estados Unidos les responde que es culpa de sus propios desórdenes.

–En la cumbre de 2010 hubo problemas similares cuando se acusaban mutuamente de llevar adelante una guerra de monedas.

–Sí, ahora pareciera que Rusia es el que está tomando la batuta en este tema. Y a eso hay que sumarle el conflicto geopolítico generado por los enfrentamientos en Ucrania y el derribe del avión MH17 de Malaysia Airlines. Ese es otro problema muy importante. Australia trató de que Rusia no asistiera a la cumbre y vio que estaba limitada en ese tema. Le exige a Rusia mayor colaboración con la investigación del derribo de ese avión. A su vez, un tercer tema de tensión, además de lo que ocurre con el crecimiento y con Ucrania, se genera por la caída de los precios del petróleo.

–¿Qué posibilidades tiene Argentina de sumar a la agenda su pedido para avanzar con la institucionalización de un mecanismo de reestructuración de las deudas de los países soberanos?

–El Fondo Monetario Internacional quiere darle impulso a ese tema y la delantera entre los países del G-20 la tomaron Brasil y Francia. A veces es bueno que otro encabece el pedido porque eso siempre supone costos, pero no sé hasta dónde pueden llegar. Al mismo tiempo, hay que tomar en cuenta que todavía no se pudo concretar la reforma de los organismos financieros internacionales porque el Congreso de los Estados Unidos no la aprueba. Hay mucha bronca del conjunto de los países con Estados Unidos por ese tema y uno entonces ve que ese clima inicial de solidaridad del G-20 fue quedando atrás.

–¿Cómo es el mecanismo para decidir si un tema entra en el documento final?

–Es por consensos que nunca se termina de saber cómo se arman.

–¿En algún momento votan?

–No, en este organismo no se vota. La agenda se arma de un modo muy poco estructurado. La troika integrada por el organizador de la cumbre, el país antecesor y el que sigue tiene un peso mayor, pero no hay un mecanismo explicitado.

–Pero al mismo tiempo hay dos potencias como Estados Unidos y Alemania, ¿cómo hacen para imponer su voluntad?

–Hablan y van marcando la agenda de una manera que los otros países no pueden. Es el poder. El poder se nota de maneras muy poco medibles.

–¿Cómo afecta el hecho de que la presidenta Cristina Fernández de Kirchner no viaje? ¿Pierde peso la posición argentina si el líder del país no está presente?

–No creo que influya en la agenda, pero se va a notar en cuestiones más difíciles de medir. Por ejemplo, Cristina estableció en los últimos tiempos una relación muy cercana con Vladimir Putin. Una mirada entre ellos en la reunión formal vale un montón y eso va a faltar. Además, lo más importante en estas reuniones es lo que pueda pasar en los pasillos. Es una lástima que Cristina no pueda estar ahí. El contacto directo entre los presidentes es muy importante.

–En 2012 el primer ministro inglés, David Cameron, se acercó a Cristina y la Presidenta lo sorprendió al querer entregarle las resoluciones de las Naciones Unidas que ordenan a Gran Bretaña y a la Argentina sentarse a negociar por Malvinas.

–Exacto, los presidentes pueden hacer esas cosas. Hugo Chávez hizo algo similar en 2009 cuando se acercó a Barack Obama en la Cumbre de las Américas en Trinidad y le obsequió el libro Las venas abiertas de América latina. Eso no va a pasar ahora por parte de Argentina porque un ministro no puede hacer eso con un presidente.

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