ECONOMíA › OPINION
› Por Julio De Vido *
Desde sus inicios, la Argentina se debatió entre dos modelos antagónicos: uno centralista, unitario y de sumisión a los intereses foráneos, basado exclusivamente en la exportación de materias primas de origen agropecuario, que condena al interior a un mero rol extractivo para beneficio de la oligarquía del puerto; y otro federal, nacional y popular que pugna por la industrialización y el desarrollo de todo el interior con inclusión social y territorial en un marco de defensa irrestricta de los intereses nacionales.
En los últimos días, esta discusión entre proyectos de país vuelve a mostrarse cabalmente con la oposición del diario La Nación a la construcción de las represas Jorge Cepernic y Néstor Kirchner sobre el río Santa Cruz. (Energía que duele, Impacto ambiental de la represas sobre el Santa Cruz, nota publicada el 18 de noviembre de 2014; Las represas santacruceñas: pésima herencia ambiental, publicada el 21 de noviembre de 2014). En sus argumentos, sin ningún rigor técnico, se trasluce un cuestionamiento ideológico y político que obedece a que la posibilidad de llevar adelante este tipo de obras en el interior profundo pone en juego la hegemonía del país central y las posibilidades de crecimiento y desarrollo que tendrán las provincias periféricas en las próximas décadas. Las represas sobre el río Santa Cruz no son algo novedoso ni un capricho: forman parte de un proyecto estratégico e integral para la provincia, que tuvo su primer impulso en los años ’70 con el entonces gobernador Jorge Cepernic, quien tomó y convirtió en un estandarte esta iniciativa, originalmente pergeñada por el ingeniero Hugo Castillo. Curiosamente, Castillo, del Partido Intransigente, y que lo había enfrentado en las elecciones que lo llevaron a la gobernación, fue convocado por Cepernic para desarrollar el proyecto que, además de la generación de energía contemplaba el riego, la industrialización de la provincia y el asentamiento de nuevas poblaciones. Sin embargo, había un obstáculo insoslayable, La Patagonia no formaba parte del Sistema Interconectado Nacional, es decir, estaba aislada en términos energéticos.
Cuando asumió como gobernador, en 1991, Néstor Kirchner volvió a levantar y concretar las banderas históricas de los santacruceños: el puerto de Caleta Paula, el aeropuerto de El Calafate, 12 hospitales, 9 centrales eléctricas, la pavimentación de rutas, 6 mil viviendas, entre muchas otras. Además, ya siendo presidente, resolvió iniciar la interconexión de todas las regiones del país, que concretó la presidenta Cristina Fernández de Kirchner con el tendido de 5500 kilómetros que incorporaron 10 provincias, conectando a Santa Cruz por primera vez a la red nacional, siempre con la vista puesta en generar las condiciones para realizar las represas sobre el río Santa Cruz.
En ese contexto, la Presidenta tomó la decisión de retomar aquel viejo sueño de Castillo, Cepernic, Kirchner y todos los santacruceños. No sólo porque ahora es posible entregar parte de su energía al sistema nacional, sino porque desde el 2003 existe un modelo federal e inclusivo, que busca un desarrollo territorial equilibrado y la reindustrialización del país.
Volvemos a reiterar que este proyecto tiene todas las garantías ambientales, ya que en modo alguno afectará el normal funcionamiento del sistema de glaciares, que los santacruceños saben cuidar mejor que nadie, como han defendido cada porción de su provincia desde siempre.
Es evidente que en la repentina preocupación ambientalista del diario La Nación ante los supuestos riesgos que implican las represas –cuando nada dijo por ejemplo del desastre ambiental que provocaba en Berazategui el envío de los desechos cloacales de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires hasta la inauguración de la Planta de Tratamiento del Bicentenario, que concretó la Presidenta este año– se esconde la peor versión de la Argentina centralista unitaria, que anhela un interior desolado y abandonado, que sólo sea funcional a los intereses del puerto: mitrismo puro y duro.
No por nada, durante su presidencia, el general Mitre no dudó en utilizar las armas y encabezó una guerra fratricida con el pueblo paraguayo, que perdió el 60 por ciento de su población, cuyo único pecado fue intentar un camino de industrialización que excedía el rol de proveedor de materias primas que le asignaban el Imperio Británico y sus conspicuos socios regionales, entre ellos Mitre. Tampoco dudó en asesinar y hostigar a caudillos y gauchos de nuestro país, como Chacho Peñaloza y Felipe Varela, entre otros.
Que no se preocupe La Nación, la decisión de hacer esta obra ya la tomaron los santacruceños hace más de cuatro décadas y si no pudo concretarse antes fue porque no encajaba con la visión neoliberal que gobernó la Argentina durante esos años. Por eso llevan el nombre de quienes las soñaron y más pelearon por ellas: el gobernador Jorge Cepernic y el presidente Néstor Kirchner.
El año que viene los argentinos elegiremos nuevamente presidente. Todos conocemos bien la historia y sabemos sobre las pretensiones hegemónicas del puerto. La diferencia es que mientras unos la comparten y otros la criticamos, algunos se hacen los distraídos. Seguramente los candidatos que no son del Frente para la Victoria, muchos de ellos promocionados en forma cotidiana desde las páginas de La Nación, insistirán con esa Argentina unitaria y centralista, tan a gusto de Mitre, y querrán detener todo proyecto que promueva el desarrollo con sentido federal, como las represas del río Santa Cruz, o en el mejor de los casos plantearán que sólo sirvan para suministrar energía a los grandes centros de consumo. Desde nuestro espacio seguiremos defendiendo la autonomía, los sueños y los proyectos de los santacruceños y de todos los argentinos.
* Ministro de Planificación Federal, Inversión Pública y Servicios.
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