ECONOMíA
› PANORAMA ECONOMICO
Los gurúes no se rinden
› Por Julio Nudler
Aunque todavía hoy en paneles, seminarios y convocatorias empresarias sigan fijando posiciones aquellos economistas infalibles, serios e incontrastables de la década pasada, algo desgastó irremediablemente su credibilidad. ¿Cómo pudieron equivocarse tanto respecto de la convertibilidad, y tanto también después, cuando ésta ya se había derrumbado? ¿A quién creerle ahora? El platense Jorge Carrera traza una suerte de ajuste de cuentas con todos esos gurúes, sin ensañarse en ir más atrás del año 2001, cuando en el mejor de los casos discrepaban sobre la manera más apropiada de resolver problemas como el de la deflación y la carga explosiva de la deuda, pero concidiendo todos en que la cuestión tenía arreglo si mediaba voluntad política. A la manera de Ricardo López Murphy o a la de Domingo Cavallo, pero había instrumentos para encontrar una salida sin ruptura, pese a que ya entonces se fugaban de la economía miles de millones de dólares de los agentes mejor informados, mientras al resto de los argentinos se les vendía un falaz optimismo.
No pocos, dentro del margen de discusión que se permitían los defensores del modelo, presentaban la dolarización como la salida inexorable –además de practicable, incluso con el consentimiento activo de Estados Unidos, acuerdo monetario mediante con compensación por el señoreaje, y por qué no un Plan Marshall específico para la Argentina, que recién perdió predicamento tras los atentados del 11 de septiembre–. ¿Como fue posible que corriera tanta tinta a propósito de esas fantasías? Pero claro: la alternativa a dolarizar era la hiperinflación, por cierta impronta genética de los argentinos que provocaría el automático traslado a precios internos de cualquier deslizamiento en el tipo de cambio.
Sobrevenido el cataclismo, se supone que el dólar debería haberse disparado a diez pesos, por decir algo, con una inflación de tres dígitos, sin que se tuviese en cuenta, por ejemplo, que la alta tasa de desempleo prevendría el reajuste nominal de los salarios y multiplicaría así la pobreza en lugar de la inflación, al menos después de un salto inicial. Pero los visionarios también aseguraban que por dos generaciones no volverían los depósitos al sistema financiero y se proponía la institucionalización de una banca offshore, que por tanto no cargase con el riesgo argentino... aunque nadie explicaba cómo podría en ese caso restablecerse el crédito. Se trataba de dar carácter orgánico a la fuga de capitales y otorgarle cobertura legal frente a la amenaza del control de cambios.
Respecto de los negociaciones con el Fondo Monetario tras la declaración del default, se recomendaba aceptar las exigencias del organismo, cancelando con reservas los vencimientos que se operaban porque era el modo de conquistar su buena voluntad y reflotar alguna vez el acuerdo caído. De hecho, fue la línea que siguió el ministro Jorge Remes Lenicov hasta que la consiguiente catarata devaluatoria lo expulsó del cargo. Después, al adoptarse la estrategia opuesta, pisando el freno y demorando la negociación, pudo a la postre alcanzarse un resultado claramente superior.
Sobre las perspectivas de la economía real, las previsiones eran siempre extremadamente pesimistas. Para el 2003 se vaticinaba una reactivación a lo sumo exigua, luego despreciada como un simple veranito, seguido pronto por un amesetamiento, aunque ahora se dé por seguro un crecimiento del 7 por ciento o más. Sin embargo, la lectura de esta imprevista evolución depara cierta polémica. Algunos subrayan el casquivano factor suerte, determinado por el contexto internacional (sobre todo los altos precios mundiales de los exportables argentinos). Pero lo más llamativo es que los pesimistas de ayer estén diciendo hoy que esta fuerte recuperación es completamente normal en países que emergen de una profunda crisis, y que en realidad –de no ser por errores y deberes faltantes de la actualpolítica económica– el crecimiento podría haber sido mucho más vigoroso de entrada.
“Vale preguntarse –plantea Carrera– por qué esto no era normal hace un año, cuando se hacían proyecciones negativas.” Pero hay más, ya que el acusado pesimismo voceado por tantos economistas habrá contruibuido a la incertidumbre de los agentes económicos, desconcertando sus expectativas y conspirando así contra la recuperación. También se propagaba la sensación de que el capital productivo había desaparecido como en una catástrofe, con lo que era preciso comenzar otra vez de cero, en lugar de admitir que para restablecer los niveles anteriores de producción bastaría contar con la necesaria rentabilidad potencial y con financiación del capital de trabajo.
A medida que se consolidó la reactivación, la visión ortodoxa, rendida ante las circunstancias, abandonó la perspectiva negativa sobre la coyuntura y la trasladó hacia el mediano-largo plazo. En un reciente informe, la Fundación Mediterránea esboza por ejemplo una somera lista de los nubarrones que ve cernirse sobre el 2004:
u La inversión sigue siendo inferior a la necesaria para reponer el capital productivo, con lo que la economía se acerca rápidamente a su producción potencial. Después de 2003 sólo restaría un margen de 7 por ciento.
u Antes de agotarlo aparecen cuellos de botella por falta de inversión para aumentar la capacidad instalada.
u Eventual aparición de otros estrangulamientos ante el desabastecimiento de servicios neurálgicos (energía, gas y agua) por la congelación de las tarifas.
u Falta de financiamiento institucional para la inversión de lago plazo; por ahora la poca inversión realizada se está haciendo con autofinanciamiento, con los límites que ello implica.
u Riesgo de que los precios favorables de las commodities que se exportan no se mantengan.
Ante estas alarmas se replantean las dudas que dejaron tantos juicios y vaticinios errados. ¿Cuál es ahora su confiabilidad? ¿A qué otros economistas escuchar? Carrera se preocupa por establecer que ningún régimen macroecómico es la panacea y que no hay que volver a caer en exitismos cegadores como el que cargó de virtudes desmedidas a la convertibilidad.