Vie 04.03.2016

ECONOMíA  › OPINION

Neoliberalismo 3.0

› Por Alejandro Vanoli *

La política cambiaria es una herramienta fundamental para cualquier proyecto de desarrollo económico y estabilidad de precios. Los vínculos entre la política cambiaria y los precios en economías desarrolladas están dados por el impacto de los costos de los componentes importados y la demanda de exportaciones. En la Argentina, especialmente desde el Rodrigazo de 1975, variaciones del tipo de cambio determinaron procesos inflacionarios o hiperinflacionarios, ya que los agentes económicos ajustan todos los precios de la economía aunque no afecte a sus costos, lo que reduce grados de libertad para el uso de la política cambiaria como forma de mejorar el tipo de cambio real para ser más competitivos.

La Carta Orgánica del Central sancionada en 2012 establece como objetivos la estabilidad monetaria, financiera, el empleo y el desarrollo con inclusión. En ese marco y dada la idiosincrasia nacional descripta, la clave es optar por un tipo de cambio con flotación administrada. Es decir, que no fluctúe excesivamente para asegurar relativa estabilidad a la economía real pero tampoco fijo para estimular la especulación financiera. Un tipo de cambio ni muy alto que genere inflación y afecte el salario real ni muy bajo (tablita de Martínez de Hoz, Convertibilidad) que desaliente la producción.

Cuando asumí la Presidencia del BCRA en octubre de 2014 estaban muy frescos los efectos inflacionarios de la devaluación de enero de aquel año. No obstante la fuerte modificación del tipo de cambio, las expectativas de devaluación eran muy importantes con un fuerte incremento de la brecha cambiaria con el contado con liqui y el dólar ilegal. Ello se debía a factores objetivos como un menor superávit comercial por la caída de precios y volúmenes de exportación, por imperio de la crisis global que afectó a los países en desarrollo, pero fundamentalmente también al bloqueo del juez Griesa y los buitres y a las expectativas fogoneados por sectores concentrados y mediáticos que promovían cual buitres internos una devaluación para maximizar sus rentas y generar un proceso desestabilizador y hasta destituyente.

Para evitar esa dinámica devaluatoria había que adoptar medidas integrales que estimularan la demanda de activos en pesos, desaceleraran la inflación, favorecieran la inversión y la producción y permitieran un fuerte combate a las operaciones cambiarias ilícitas y a las operaciones especulativas en títulos. Desde octubre de 2014 en coordinación con el Ministerio de Economía y con diversos organismos del Estado, CNV, AFIP, UIF, Procelac entre otros, el Banco Central adoptó una estrategia integral empleando todas las herramientas de la Carta Orgánica para fomentar los depósitos, estimular el crédito productivo y previniera y sancionara los abusos a consumidores financieros.

De esta manera se produjo un fuerte descenso del dólar ilegal y del contado con liqui, una suba del 50 por ciento del monto de los depósitos en pesos, una recuperación de los depósitos en dólares y un fuerte crecimiento del crédito productivo.

En ambos casos el establecimiento de tasas mínimas para pequeños ahorristas, tasas máximas para el crédito productivo y de consumo y la obligación de que los bancos se orienten a prestar a las PYMES en condiciones más favorables, sin que esto comprometa la solvencia del sistema bancario, dada su elevada rentabilidad, derivó en una baja de más de 12 puntos porcentuales de la tasa de inflación desde octubre de 2014 a 2015 y una recuperación de la recesión que afectó a gran parte de 2014 para lograr un alza del PIB de casi 3 por ciento en un escenario global sumamente adverso.

El último trimestre de 2015 tuvo además del contexto global de crisis, una fuerte presión dolarizadora típica de los procesos eleccionarios, pero exacerbados como dijimos por ciertos medios y la oposición. Esto agravaba los efectos de la restricción externa producida por la crisis global, con una mayor retracción de la liquidación de exportaciones y la creciente demanda de cancelación anticipada de deudas por parte de los importadores. Aun así las reservas tocaron un record de 33.500 millones de dólares en octubre de 2015 previo al pago de 6500 millones de dólares del Boden 2015.

Durante octubre y hasta el ballottage el BCRA empleó todas las herramientas monetarias y cambiaria de contado y futuros, para garantizar la estabilidad financiera y cambiaria, logrando en octubre de 2015 la menor tasa de inflación anualizada en años y dando pleno cumplimiento al Presupuesto Nacional 2015 y al proyectado de 2016.

Decidí presentar mi renuncia al cargo de Presidente del BCRA porque como hice público el 9/12/15 no compartía ni la mega devaluación ni el desmantelamiento al control de los capitales especulativos, ni la eliminación de normas que beneficiaban a los ahorristas y pymes para conceder mayores ganancias a la banca. Era absolutamente incompatible el cumplimiento de la Carta Orgánica y la fidelidad a mis principios de construir un BCRA al servicio de todos con ser funcional a un Gobierno que quería un Banco Central que no regule ni supervise ni ponga límites a los abusos financieros.

La maxidevaluación era una medida que voluntariamente adoptó el nuevo gobierno; fue una decisión política y no una inevitable consecuencia de ninguna herencia. Durante una semana el nuevo gobierno continuó con la flotación administrada sin mayores problemas. En un gobierno de Daniel Scioli podía trepar suavemente el ritmo de ajuste del tipo de cambio en línea con el Presupuesto 2016, que en promedio pautaba 10,60 pesos por dólar, en un marco de gradualismo y pragmatismo para modificar ciertos controles cambiarios previo fortalecimiento de las reservas con movilización del ahorro nacional y no vía endeudamiento.

Pero era obvio que una mega devaluación junto al desmantelamiento de todas las regulaciones cambiarias iba a ocasionar una fuerte aceleración de la inflación más allá de las burdas mentiras del equipo entrante que pregonaban que los “precios no iban a aumentar porque ya estaban fijados a 15 pesos por dólar”. Por cierto, ¡el tipo de cambio oficial era el relevante para fijar los precios! En verdad, la maxidevaluación benefició a los grandes exportadores a su vez favorecidos por menores retenciones a la soja y la minería y perjudicó visiblemente a los asalariados y a las empresas nacionales que dependen del mercado interno. Además, en el marco de una crisis global el ajuste clásico de una devaluación no incrementa las exportaciones y encarece las importaciones esenciales de difícil sustitución generando una mayor recesión.

Una inflación proyectada para 2016 como mínimo del 40 por ciento refleja claramente que no hubo una “eliminación exitosa del cepo”. La espiral devaluatoria e inflacionaria estimulada por el tarifazo era tolerada sin intervención por el Banco Central, que ante el bajo nivel de liquidación de las exportaciones que demandaban mayores favores cambiarios, se vio obligado torpe y tardíamente a intervenir en el mercado de cambios luego de señalar poco antes que esto era una herejía que jamás adoptaría. El Banco Central sostuvo hace semanas que era innecesaria una política cambiaria y que había que olvidarse de pensar en dólares. Pero la realidad golpeó la puerta demasiado rápido. A pesar de la devaluación, las reservas que no eran cero y con los yuanes convertibles y convertidos a dólares que no eran papeles de colores han disminuido significativamente, con mayores importaciones por la liberalización comercial y una duplicación de la salida de capitales, más allá del endeudamiento del “pase” al Banco Central.

Ciertamente en unos meses la recesión provocada por esta política desacelerará algo la inflación por el menor consumo y la caída del salario real. El enfoque monetarista de reducción de la emisión y mayores tasas de interés reforzará una inflación alta con mayor caída del PBI. Las causas estructurales de la inflación: los problemas de oferta de ciertos bienes, los márgenes abusivos con un Estado que desmantela los controles a los formadores de precios, y los mayores costos por el tarifazo cierran un círculo vicioso de mayores expectativas de devaluación e inflación con recesión.

Algunos argentinos están dolorosamente comprobando que más allá de los problemas existentes y de la necesidad de efectuar algunas correcciones, no había otra solución que profundizar una estrategia de desarrollo con un Estado presente y no un neoliberalismo 3.0 versión posmoderna del Proceso y los 90. Todas las fichas estarán puestas en un acuerdo con los buitres y el endeudamiento. Una posible bonanza ficticia y de corto plazo que agravará los problemas en el mediano plazo. Pero eso lo desarrollaremos en un próximo artículo.

* Ex presidente del Banco Central.

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