ECONOMíA › OPINION
› Por Raúl Dellatorre
La elite dominante que hoy ocupa, sin intermediarios, puestos clave en el gobierno de Mauricio Macri, son hijos de la resolución de la crisis financiera mundial de 2008. Y han sido empleados de sus responsables. Aquella crisis fue el resultado de la especulación desenfrenada que desató el triunfo del neoliberalismo de fines de los 70 y principios de los 80, sobre el modelo productivista keynesiano. El triunfalismo neoliberal desató el proceso de transnacionalización y financierización del capitalismo global que vio crecer exponencialmente la especulación financiera, en los países centrales y en los periféricos, desplazando como eje de acumulación a la inversión productiva.
Fue un proceso de especulación y acumulación, pero también de concentración del capital mundial en pocas manos. Esta hegemonía financiera transformó por completo las elites económicas del planeta, tal como bien describe el economista Jorge Beinstein en un artículo de reciente publicación (revista Maíz número 6, Facultad de Periodismo y Ciencias de la Comunicación, Universidad Nacional de La Plata). Esta acumulación se dio, principalmente, en la posesión de activos financieros: papeles de deuda, obligaciones, derivados y otros títulos fiduciarios, es decir sin un valor real ni representación de un bien tangible, sino que su valor refleja un compromiso que alguien debe pagar. Es fiduciario porque su valor está basado en la “fe” de que el compromiso se va a cumplir. Un valor especulativo. Y la especulación infló el valor de estos papeles, de estos derivados, creó una burbuja que en un momento estalló; cuando quienes estaban comprometidos a pagar no lo hicieron y entonces se cortó la cadena de pagos. El sistema cayó como un castillo de naipes.
Pasó en 2008 y en los países centrales. Lo particular de esta crisis del neoliberalismo es que los gobiernos centrales pusieron la solución justamente en manos de quienes habían provocado la crisis, los responsables, los culpables: los propios bancos. No es para sorprenderse que la solución se “lograra” con fondos públicos que “salvaron” a los bancos en crisis, los recapitalizaran y, ¿para qué? Para que volvieran a hacer lo mismo. El neoliberalismo no murió con la crisis, se revitalizó. Lo que vino después sería peor que lo anterior. Necesariamente.
Los ganadores de ese proceso a nivel global son conocidos, pero más vale tenerlos presentes. En el artículo referido, Beinstein señala que el descontrol financiero y la concentración llevaron a que el Deutsche Bank acumule 75 billones de dólares en derivados financieros, que en 2015 representaban 22 veces el producto bruto de Alemania, o 4,6 veces el PIB de toda la Unión Europea. Del otro lado del Atlántico, sólo cinco bancos norteamericanos acumulaban en sus activos derivados por 250 billones de dólares, es decir 14 veces el producto bruto anual de Estados Unidos, o simplemente 3,4 veces el producto bruto mundial. Esos cinco bancos son: Citigroup, JP Morgan, Goldman Sachs, Bank of America y Morgan Stanley, cuyas conexiones con el gobierno de Macri están puntillosamente explicadas en la nota central de estas páginas, por Alfredo Zaiat.
Esta nueva elite dominante no tiene un modelo económico ordenador del capitalismo mundial. Sus apéndices locales, como las que ocupan ministerios y secretarías en Argentina y en otros países en los que han desplazado a los intentos de transformación e inclusión social de inicios del siglo XXI, no son el sujeto de una nueva gobernabilidad. Tienen la lógica de los negocios, de la ganancia rápida, la que surge de la valorización financiera. Aunque prometan los supuestos beneficios de un modelo exportador, inviable ante el repliegue del mercado global. O una improbable ola de inversiones de un sistema financiero internacional en crisis que sólo puede ofrecer capitales especulativos ávidos de sacar provecho de bicicletas financieras.
No es que estos CEOs locales desconozcan las limitaciones del mundo económico y financiero al cual pertenecen. Lo que ocurre es que siguen con admiración el festín de los grandes bancos internacionales con esta masa de derivados financieros y sueñan con “abrirse al mundo” para participar de ella. Aunque el costo, para el país, sea asumir los riesgos de un nuevo, y nada improbable, estallido de la burbuja.
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