ECONOMíA
› PANORAMA ECONOMICO
De Pablo en su retablo
› Por Julio Nudler
”Desde el 1º de marzo, a Kirchner no hay una que le salga bien”, aseguró desde su púlpito del hotel Crowne Plaza Panamericano. “Su propio cuerpo (el del presidente) se lo dijo”, agregó el ultracavallista de ayer, el que moraba en el mismo edificio de Libertador y Ocampo hasta que el mediterráneo debió resignarse a un exilio forzoso, que aún no pudo concluir. Luego se preguntó si Néstor K. va a cambiar: “¿Por qué cambiaría. Nunca lo va a hacer”, vaticinó quien en noviembre de 1994, un mes antes del estallido del Tequila, y cuando ya raleaba el ingreso de capitales que sostenía la convertibilidad, dio este horóscopo: “Decisor: que las incertidumbres no lo distraigan. La Argentina es microlandia. En el momento de la decisión (respecto de los negocios y las inversiones) las incertidumbres deben ser ignoradas... porque generan una estrategia individual que le regala el mercado a los competidores... ¡Animo!” Prodigar esos consejos suicidas desde su columna de El Cronista Comercial le permitía al menos a Juan Carlos de Pablo transitar sin sobresaltos por los pasillos de la torre de Palermo Chico, donde ante la menor mención crítica respecto de la economía debía padecer una furiosa interpelación de Sonia Abrazian de Cavallo, que si no se lo cruzaba en el ascensor le tocaba estridentemente el timbre para recriminársela. De Pablo, que no quería perderse sus desayunos de medialunas con el Mingo en la cercana confitería Tabac, ni los trotes compartidos con que ambos intentaban quemar grasas y en los que el columnista abreviaba sus zancadas para no dejar rezagado al transpirante ministro, finalmente sobrevivió a la defenestración de su vecino por Carlos Menem.
Ahora, ocho años después, pese a haber sostenido en su momento que las únicas dos alternativas para la relación dólar/peso eran 1 a 1 ó 20 a 1, no sólo imparte cátedra en las universidades de San Andrés y del CEMA (no por militar en el cavallismo más fogoso dejó de lisonjear a Roque Fernández, que terminó siendo enemigo de Domingo Felipe), y es consultor económico de empresas y sobre todo de sindicatos, sino que el Instituto Argentino de Ejecutivos de Finanzas lo convocó para exponer en ocasión de su Congreso Anual, celebrado esta semana, sobre “Perspectivas de las economías regionales y locales”.
Con osadía, el IAEF decidió que compartiera esa mesa Axel van Trotsenburg, director del Banco Mundial para la Argentina, Chile, Paraguay y Uruguay. Si alguien sintió azoramiento ante las manifestaciones de De Pablo fue precisamente el holandés, personaje de gran prestigio y que por contraste sonó como un militante de la extrema izquierda, además de caracterizarse por una seriedad académica casi monástica frente al estilo hablándole-a-doña-Rosa de su compañero de panel, continuador de la vulgarización mediática de la economía de derecha cuyo iniciador en el país fue Alvaro Alsogaray, hace más de 40 años.
“Las protestas y los insultos que vemos por todos lados son reflejos del empate de poder que hay en el justicialismo y en el partido Argentina-acreedores-FMI”, interpretó De Pablo. Para él, “el estilo K en política económica es primero que se arme y después vemos qué hacemos... Si hay que explicar algo, la culpa la tiene la maldita década del ‘90, lo que es una estupidez total” (expresión calcada de la usual en Menem). Por otro lado, “con el Fondo y el Banco Mundial el Gobierno se bajó los pantalones (desconcierto de Van Trotsenburg): no recibió un mango (el holandés hablamuy bien el español, pero no domina el lunfardo) y pagó religiosamente los intereses”.
“En energía –aleccionó De Pablo–, la política es absurda: importar caro para no producir barato. Sería más racional la alternativa de no importar barato para producir caro acá. Esta sí la entendería.” Producir caro, como dice este analista, consiste obviamente en que petroleras y gasíferas, como postula por ejemplo el argentino privatista Oscar Vicente, empleado de la estatal brasileña Petrobrás, se apropien de enormes rentas a partir de un recurso natural de la nación, propiedad de ésta por merced divina. Es decir, que también en el país vendan petróleo y sus derivados a precio mundial, sin tomar en cuenta los costos locales de extracción, transporte y procesamiento. Si a esto se suma que el grueso de las divisas obtenidas con la exportación pueden ser retenidas por las compañías en el exterior, ¿cuál es la ventaja de tener petróleo? (Es muy útil, al respecto, leer el análisis de Alberto Ferrari Etcheberry, publicado el domingo 30 de mayo último en la página 10 de este diario.) A cierta altura es fuerza preguntarse si el debate de ideas tiene sentido cuando las posiciones sustentadas por ciertos expertos responden meramente a intereses.
De Pablo señaló que el actual gobierno usufructúa las inversiones efectuadas en la década maldita (sin mencionar que además carga con los tremendos problemas sociales y con la deuda que legaron Menem y la Alianza). Luego se preguntó qué harán Kirchner y sus ministros cuando les cambie la suerte. “No saben ni les importa –se replicó–. No se interesan por la cultura ni por ninguna otra cosa. Si cae el precio de la soja aplicarán otros impuestos y habrá más inflación. Los últimos dos siglos de nuestra historia han probado que la gente aquí es tarambana. Los ciclos los convierten en ciclones. En los países desarrollados, un buen año es más dos o tres (vale decir que el PIB sube 2 ó 3 por ciento) y un muy mal año es menos dos. En la Argentina es más diez o menos diez”, se escandalizó.
“Este gobierno es increíble –sostuvo–. Por este camino sólo hay que esperar la nueva crisis, y ¡avanti!” Y en tanto Van Trotsenburg intentaba reponerse, dio comienzo el turno de preguntas y respuestas. Un asistente quiso saber qué inversiones recomendaba De Pablo ante tan dantesco panorama. Su consejo: “Todos los negocios deben diseñarse para el corto plazo, y lejos de los piqueteros y del Estado”. Es decir, que nadie apueste ni aporte al crecimiento.
Acto seguido relató su asesoramiento a unos estadounidenses interesados en invertir en el sector del vino en la Argentina: “¿Ustedes conocen de vinos?, les pregunté. Sí, me dijeron. Eso ayuda, les dije. Métanle si el negocio está lejos de piqueteros y del gobierno”. ¿Habrán sido muy altos los honorarios por esa asistencia profesional? Su conclusión: “Son pocos los proyectos que reúnen esas condiciones. Por eso nos estamos comiendo el capital. Llamar a esto un nuevo modelo de gestión es una barbaridad”.
Otra ilustrativa anécdota, relatada por su protagonista: a De Pablo fueron a consultarlo dos catalanes que están haciendo un posgrado, y le pidieron una clase sobre el sistema financiero. El pensó: “Yo de este tema no sé nada, pero lo tomo porque con la crisis hay poco trabajo”. (¿Habrá razonado de igual modo al aceptar la invitación del IAEF, entidad de un sector sobre el que confiesa su ignorancia, quizás en broma?) Con todo pudo revelarles que “los bancos son vistos aún de modo demoníaco en la Argentina, ¡incluso por el gobierno!”
Interrogado sobre la política monetaria, el ex economista jefe de FIEL expresó, en alusión al directorio que preside Alfonso Prat Gay: “Hasta ahora tuvieron suerte. Tuvieron un rifle, una sola bala y tres pajaritos en línea. Tiraron un tiro, ¡plim!, y cayeron los tres”. Más allá de esa gráfica síntesis, explicó que “siglos de experiencia hablan de lavinculación entre el crecimiento de la cantidad de moneda y de la inflación”, como enseña el más somero cuantitativismo.
Ya en el comienzo, el panelista había indicado que para hablar de economía, en las presentes circunstancias, era preciso hablar de política. Así, cuando un participante inquirió sobre las chances de que sobrevenga un cambio político, De Pablo convirtió la tarima en tribuna y arengó: “Tenemos que unir al centroderecha el año que viene”. Así se pronunció este master de Harvard (no llegó a doctorarse) y ex presidente de la Asociación Argentina de Economía Política, además de divulgador televisivo. El salón le prodigó un aplauso mesurado, distante del entusiasmo.
Van Trotsenburg, por su parte, enfocando las perspectivas de una Argentina 2010, precisó que sin inclusión social no puede haber desarrollo, indicando que el Banco Mundial asume el compromiso de compartir este camino, lo que incluye financiar inversiones en infraestructura y apartarse del esquema impuesto por el Consenso de Washington, cuyas recomendaciones fueron beatificadas como “reformas estructurales”, cuya adopción como ideario daba acceso al financiamiento del BM y al cumplimiento de las condicionalidades fijadas por el FMI.