Lun 05.07.2004

ECONOMíA  › EMPRESARIOS TEXTILES TEMEN UNA AVALANCHA DE IMPORTACIONES

Mucha tela para cortar

Por Marcelo Zlotogwiazda

El peligro que más asusta a los empresarios textiles argentinos tiene ubicación precisa tanto en el mapamundi como en el calendario. Si antes del 1º de enero del año que viene no se firma algún nuevo acuerdo internacional que limite el libre comercio de productos, lo más probable es que una avalancha procedente de China, India, Pakistán y otros países asiáticos inunde el mundo, provocando una deflación de precios e hiriendo de gravedad a industrias que compiten con más desventajas como la argentina.
Justo en momentos en que, devaluación mediante, la industria local está logrando recuperar aunque sea una parte de lo mucho que perdió durante la convertibilidad, la caducidad a fin de año del Acuerdo de Textiles y Vestimenta (ATV) pone en jaque a todo el sector. El ATV que se firmó en 1994 en el marco de la Ronda Uruguay del GATT (hoy Organización Mundial del Comercio) dio lugar a que los mercados más importantes del mundo (Estados Unidos, Canadá y Europa) establecieran cuotas al ingreso de productos importados, con el objetivo de proteger sus economías de la agresividad que los países asiáticos alimentaban básicamente a fuerza de mano de obra muy barata. Si bien la Argentina no impuso cuotas a la importación (salvo un par de casos excepcionales y transitorios), el ordenamiento a nivel mundial que implicaba el acuerdo evitó que los precios internacionales se desplomaran.
De todas maneras, la industria local igualmente sufrió una hecatombe, pero no como consecuencia de un desorden internacional sino como resultado de una política de apertura con atraso cambiario como fue el modelo de convertibilidad, y luego por el derrumbe macroeconómico general. Las producciones de textiles y prendas cayeron un 47 y un 30 por ciento, respectivamente, hasta la devaluación, y en el año 2002 siguieron en pronunciado declive. Eso costó la pérdida de 50 mil puestos de trabajo en la industria textil y varias decenas de miles más en el rubro confecciones.
El ascenso a partir del sótano que comenzó en el 2003 y se mantiene hasta ahora no alcanza a despejar de preocupaciones el horizonte. El principal temor es a una salida desordenada del ATV en caso de no prosperar las iniciativas en marcha para generar un nuevo marco de acuerdo y restricción al libre comercio mundial. La más importante de esas iniciativas es la que se conoce como Declaración de Estambul, en la que los textileros de Estados Unidos, Turquía y México, con la adhesión posterior de más de cuarenta asociaciones de industriales privadas de sendos países (entre ellas la de la Federación de Industriales Textiles de Argentina), solicitaron a la OMC una reunión extraordinaria para prorrogar la cuotificación y ganar tiempo para consensuar una salida ordenada.
Los tres principales peligros a frenar son China, India y Pakistán, capaces de copar casi cualquier mercado si se levantan las cuotas y barreras. Para tener una vaga noción de la amenaza, hay que recordar que China cuenta con un ejército dotado de más de 20 millones de obreros textiles que, aunque ya no cobran los jornales de subsistencia de hace un decenio, siguen siendo mano de obra más barata que en casi cualquier otro lado y, además, trabajan en fábricas que en los últimos años se han modernizado enormemente (en muchos casos gracias a créditos muy subsidiados del generoso sistema financiero estatal). La relevancia textil en el caso de Pakistán puede ilustrarse con apenas un dato: su industria textil dispone de un ministerio específico.
Lo que puede llegar a suceder es asunto abierto. Pero lo cierto es que si la posición de los asiáticos acelera la liberación comercial de textiles, la industria a nivel mundial sufriría una especie de Big Bang, según la metáfora que en su momento utilizó Pascal Lammy, la máxima autoridad en comercio exterior de la Unión Europea, para referirse a una guerra de precios en descenso y a la proliferación de medidas proteccionistas de variada gama.
La amenaza asiática es la mayor, pero no la única. Los fabricantes argentinos se quejan también por los desequilibrios en el intercambio comercial con Brasil, que en los primeros cinco meses del año registró un saldo deficitario de algo más de 70 millones de dólares, tomando en cuenta sólo las manufacturas.
Paradójicamente, la industria textil argentina sigue creciendo, al punto de que se están verificando cuellos de botella en el abastecimiento de ciertos insumos. Por ejemplo, hay escasez de algodón, que de haber tenido históricamente un excedente de producción de 60 mil toneladas, ha pasado a ser importado en una cantidad similar. En buena medida, esto obedece al salvaje desplazamiento de la siembra algodonera a manos de la mucho más rentable producción de soja.
Lo que señalan en el sector es que mientras persistan aquellas grandes incertidumbres es muy difícil que aparezca el ánimo inversor para ampliar la capacidad de producción a lo largo de toda la cadena de manera de garantizar un aprovechamiento sostenido en el tiempo si se mantiene en ascenso el consumo interno. Y en voz baja protestan por la falta de definiciones estratégicas y de mediano plazo desde el Ministerio de Economía, y especialmente desde la opaca y hasta ausente Secretaría de Industria.
Y los intranquilizó una definición que el presidente Néstor Kirchner hizo durante su reciente gira, afirmando que China y la Argentina son economías complementarias. Se preguntan: ¿significa eso que, tal como declaró el presidente de la filial argentina de Cargill, a China le corresponde proveer textiles y a la Argentina soja?

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