ECONOMíA
› EL BANCO MUNDIAL MIDIO, POR PRIMERA VEZ, EL HAMBRE EN ARGENTINA
El hambre alcanzó a la clase media
En el año posterior a la devaluación, uno de cada cinco hogares que sufrieron hambre fueron familias de clase media baja. Unos 2,6 millones de niños lo padecieron en las ciudades.
› Por Maximiliano Montenegro
El 18 por ciento (casi uno de cada cinco) de los hogares que sufrieron hambre después de la devaluación son familias de clase media baja. Son unas 250 mil familias que no revistan en la categoría de pobres, según las estadísticas oficiales, pero que en el año posterior a la devaluación padecieron “una sensación desagradable o dolorosa causada por la falta de alimentos”. A esa conclusión llega un estudio del Banco Mundial titulado “Hambre en Argentina” que, por primera vez, midió a través de una encuesta específica y de manera directa la tragedia de un país líder en la exportación de alimentos. De acuerdo con el mismo informe, “habría aproximadamente un total de 2,6 millones de niños en las áreas urbanas argentinas que han sufrido hambre” tras el derrumbe de la convertibilidad.
El documento del Banco Mundial, elaborado por los investigadores Ariel Fiszbein y Paula Inés Giovagnoli, explica que en Argentina no hay ninguna estadística oficial que mida de manera directa el hambre sino que se suele monitorear el fenómeno a través de indicadores indirectos (proporción de la población que se encuentra debajo de un nivel mínimo de consumo calórico diario, o proporción de niños menores de 5 años con bajo peso), los cuales se presentan en general desactualizados.
El informe apela a una definición internacionalmente aceptada del problema: “El hambre es una sensación desagradable o dolorosa causada por la falta de alimentos. Esta falta de alimentos viene provocada por la ingesta irregular e insuficiente de comidas dada la imposibilidad monetaria de adquirirla”, sostiene. El organismo logró incluir en una de las encuesta de hogares que releva el Indec un módulo especial que permitiera “medir el hambre en los hogares argentinos así como también conocer los factores que se encuentran asociados con el mismo”. Por lo tanto, el relevamiento cubrió a las localidades de más de 2000 habitantes y fue representativo de los centros urbanos a nivel nacional.
Las preguntas de la encuesta apuntaron a identificar hogares en los cuales algún miembro de la familia “sufrió hambre durante algún momento del año por no disponer de suficiente dinero para comprar alimentos”. Y en base a las respuestas del jefe de hogar, referidas a distintos grados de privación, se confeccionó el indicador del hambre (ver aparte). Los resultados sobresalientes del estudio son los siguientes:
- El 17,5 por ciento de los hogares argentinos sufrió hambre después de la devaluación. Esto equivale a 1,4 millón de familias.
- Entre ellas, 450.000 hogares soportó “hambre severa”. Es decir, “hay evidencias de que el fenómeno se repite frecuentemente en el hogar”.
- Casi la mitad de los hogares que padece o padeció hambre fue clasificado como indigente (no compran una canasta básica de alimentos valuada en 330 pesos) y un 33 por ciento es pobre no indigente (no llegan a adquirir una canasta básica de bienes y servicios de 730 pesos mensuales).
- El 18 por ciento restante es “no pobre”. Es decir, hogares de clase media o media baja que en algún momento de la crisis atravesaron por una situación desconocida para ellos hasta ese momento.
- En otros términos: 242 mil familias pertenecientes a la parte media de la pirámide socioeconómica conocieron el drama del hambre tras la devaluación (ver aparte).
- El 24,7 por ciento de los hogares con niños presentes (uno de cada cuatro hogares con niños) fueron clasificados como hogares donde los menores sintieron hambre.
- La escasez de alimentos se acentúa cuando menor es la edad de los niños. Un 29 por ciento de los hogares con niños menores de 6 años (casi uno de cada tres) sufrieron hambre.
- “Habría aproximadamente un total de 2,6 millones de niños en las áreas urbanas argentinas que han sufrido hambre en algún momento del año siguiente a la devaluación”, asegura el estudio.
- El porcentaje de hogares con hambre es mayor en las familias más numerosas. Por ejemplo, en hogares compuestos por más de cuatro adultos la incidencia llega al 37,6 por ciento.
- En principio, jefes de familia más educados se asociarían con hogares donde el hambre es menor. Para los hogares con jefes con pocos estudios (primario incompleto) el estigma llega al 36,6 por ciento.
- En cambio, sólo el 12 por ciento de los hogares con jefe que completaron sus estudios secundarios vivieron esa desesperante realidad.
De los datos anteriores se extrae una serie de conclusiones importantes. Es evidente que existe una fuerte relación entre la pobreza y el hambre, lo cual “sugiere que en la Argentina el hambre es fundamentalmente un problema de falta de ingresos”, destaca el documento. Esta situación es la que habría llevado a una porción de familias de clase media baja a precipitarse transitoriamente en la pobreza, no pudiendo cubrir sus necesidades alimentarias más elementales.
Sin embargo, advierte, “la capacidad de transformar ingresos en alimentos que eviten el hambre está asociada a ciertas características del hogar”. En particular, el nivel educativo del jefe de hogar es un factor que contribuye de manera significativa –más allá del nivel de ingreso familiar– a enfrentar el problema.
El punto no es menor porque sugiere que para combatir el hambre es imprescindible: primero, una política de redistribución de ingresos focalizada en los hogares de bajos ingresos con niños, y segundo, asistencia educativa a dichos hogares para poder optimizar el rendimiento de sus ingresos.
Curiosamente, el estudio del Banco Mundial no menciona en ningún momento el impacto que puede haber tenido el plan jefes de hogar entre los sectores más pobres. Sólo menciona que el 28 por ciento de los hogares con jefes de hogar desocupados experimentaron hambre.
No obstante, da a entender que ese subsidio de 150 pesos mensuales sería insuficiente para modificar la condición de los que peor la pasan. “Para igualar la probabilidad de sufrir hambre entre un hogar con educación primaria con las probabilidades de otro hogar idéntico pero con educación secundaria completa, debería realizarse una transferencia de ingresos (desde el Estado) de más de 300 pesos”, dice el informe.
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