Mar 09.11.2004

ECONOMíA  › OPINION

La renuncia a la sorpresa

› Por Mario Wainfeld

Hasta que apareció la megainversión china, el Gobierno había tenido una táctica casi única en materia de comunicación. Era la de reservar la información hasta último momento, a fin de monopolizar la iniciativa y la sorpresa. Se trata de recursos sencillos pero clásicos de la tradición política. El poder es (al menos en parte) misterio, dominio de los escenarios, capacidad de desconcertar al otro. Retener información es un modo de manejar el enigma, la personalización del poder, el dominio de la escena.
Llegado a la Casa Rosada con magra legitimación, sospechado de débil y hasta motejado de “Chirolita”, Néstor Kirchner resolvió construir su legitimidad a partir de sus obras, no de su investidura. Controlar la información fue uno de sus mecanismos favoritos. Por eso, cuando decidió, sorprendió. Lo hizo al anunciar la ofensiva contra la mayoría automática, la designación de Raúl Eugenio Zaffaroni, los nombramientos de Graciela Ocaña y Pablo Lanusse, por no mencionar sino un racimo de casos. La novedad acentuó la potencia de los anuncios. Aun ante medidas que se iban conociendo, se reservó el trazo final, los retoques, la última cifra. Así fue con la propuesta de Dubai o con el reciente aumento del salario mínimo vital y móvil.
El manejo oficial de estos últimos días ha sido radicalmente diferente. Desde la Casa Rosada y zonas aledañas se fue goteando información de modo constante, buscando lo que suele llamarse “instalar” el tema. El objetivo, en vez de sorprender, es preparar el clima para el anuncio. Una mención acá, una cifra allá, una anécdota ilustrando la importancia conferida por el Presidente a las inversiones por venir, obraron un efecto previsto, ineludible. Se fue armando una bola de nieve mediática, que mezcló los (imprecisos pero concordantes) datos proporcionados por funcionarios de primer nivel con especulaciones de esos mismos funcionarios, de otros, de la oposición o de los propios periodistas.
En mitad del camino, cuando las inversiones han dejado de ser un rumor para convertirse en tema de tapa de casi todos los diarios (incluida Página/12 de hoy), cabe preguntarse si el cambio de táctica comunicacional del Gobierno ha sido acertado. Ciertamente no es posible dar una respuesta definitiva cuando faltan las definiciones esenciales y las consiguientes precisiones numéricas. Pero, asumiendo que se trata de una evaluación precaria, parece que la fenomenal importancia que ha asignado el Gobierno a los acuerdos aún no firmados puede jugarle en contra, en el escenario mediático se entiende. Es que, en política, tal como ocurre en las sagas individuales de las personas, las fantasías acostumbran ser más potentes que la realidad. Con lo cual instalada una fantasía, cualquier realidad parece un sustituto pobre, una chafalonía.
El aire se pobló de anuncios de préstamos siderales, suficientes para pagar en exceso la deuda con el Fondo Monetario Internacional (FMI). Se habló de 20.000 millones de dólares de inversión, sin mentar plazos de colocación de ese fangote de plata ni de sus contrapartidas. Cuesta no ya creer sino imaginar que esas desmesuradas expectativas puedan ser colmadas por anuncios concretos que, siempre, implican “bajar a tierra”. Frente a cifras siderales que se mencionan como si se pagaran cash, pueden parecer minucias aun realidades propicias pero libradas a (en algún sentido mitigadas por) cronogramas quizá prolongados. También las realidades arriesgan lucir menos que las fantasías si están (como han de estar) sujetas a contraprestaciones y diferidas a tramitaciones burocráticas y polémicas como suelen ser las adjudicaciones directas o las licitaciones.
La política comunicacional del Gobierno ha sido imperfecta y poco sutil. Cabe reconocerle dos aciertos básicos, bastante centrados en el cuerpo de Kirchner. El primero ha sido cierta claridad básica en la designación de objetivos, aliados, adversarios y enemigos, producto del sesgo ideológico del Gobierno. El segundo, ya se dijo, el manejo de la sorpresa como recurso y refuerzo del poder presidencial. Con el oro chino, ese camino ha sido desandado. Se ha puesto por las nubes una lluvia de inversiones,narrada como un maná desideologizado. Y, con fruición sorprendente, se renunció a la sorpresa en pos de instalar un tópico. Hoy y aquí, cuesta creer que esa inédita táctica haya sido un acierto.

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