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Regreso al planeta de los simios
Por José Natanson
“La Argentina avanza peligrosamente hacia la construcción de un modelo de partido único”, se asusta Patricia Bullrich en el comienzo de su libro, desplegando una argumentación –la de la irrupción del panperonismo– que alude a la ambición del viejo movimiento de copar todo el campo político y que se verificaría, por ejemplo, en las elecciones presidenciales del 2003, donde tres candidatos peronistas se quedaron con buena parte del electorado.
Aunque quizá tenga algunos fundamentos, la crítica de Bullrich (que no es otra que la crítica por la hegemonía) ignora dos puntos esenciales. Uno: no parece muy sensato pensar que, por más que se reivindiquen peronistas, Menem, Kirchner y Rodríguez Saá representen lo mismo, y tampoco parece razonable suponer que, por ejemplo, el enfrentamiento entre Duhalde y el Gobierno está digitado desde un comando, unificado y perverso, del partido único peronista. El segundo punto alude a la oposición: si los dos candidatos no peronistas –Elisa Carrió y Ricardo López Murphy– se hubieran unido en el 2003, quizá podrían haber quedado más cerca de ganar la elección y si la oposición se articulara hoy en una sola propuesta coherente, tendría más chances de disputar las elecciones contra la aplanadora pejotista.
Mezcla rara de análisis político y programa de campaña, El desafío argentino (Editorial El Ateneo) recorre temas económicos, sindicales, sociales, vinculados al Estado y a la política, que es el terreno en el que se mueve la autora y donde se pueden observar mejor sus ideas. Su gran preocupación es el peronismo, y en esto no sólo cuestiona su afán hegemonizador: Bullrich va más allá y propone la idea de que existe algo así como una esencia del peronismo, definitivamente perversa, que aspira “al poder por el poder mismo”, un poder que, de acuerdo a la autora, es corporativo, corrupto y malintencionado. “El peronismo, veterano de muchos carnavales, sabe ponerse los disfraces que mejor expresan en cada época su necesidad de sostenerse en el poder o de aspirar a él cuando le falta. Cambia por fuera para seguir siendo el mismo por dentro”, critica Bullrich.
Su mirada, en muchos aspectos gorilona y conservadora, en otros rompe los canones de la derecha más rústica. Por ejemplo, cuando critica el enfoque represivo como solución para la crisis de seguridad, cuando reconoce la relación entre exclusión social y violencia –“El objetivo es que haya menos delincuentes y no más presos”, dice–, o cuando cuestiona la perspectiva blumbergiana de la lucha contra el delito: “Los cambios legislativos son importantes, pero no establecen por sí mismos una transformación sustancial del sistema de seguridad”, explica Bullrich. Al rato, sin embargo, retoma el viejo enfoque: “El 20 de diciembre, la Argentina sufrió una crisis de enorme gravedad. Se legitimó la movilización callejera como una metodología para terminar con un gobierno”, se espanta la ex funcionaria.
El libro gana en interés cuando Bullrich cuestiona a la UCR, a la que define como una “falsa oposición”, o cuando critica a los sindicatos, citando una frase espeluznante de Armando Cavalieri: “El unicato sindical nos garantiza que la gente dependa de nosotros siempre, desde que nace en nuestros sanatorios hasta que muere en nuestras funerarias”, había dicho el gremialista.
En general, el libro se ajusta a lo que se espera de un líder de “derecha moderna” (lo que incluye el ahora de moda discurso institucional), matizado con algunos trazos propios. Bullrich –que avaló con su presencia en el gabinete el neoliberalismo tardío de De la Rúa y que después fue socia política de López Murphy– propone una asignación universal por hijo, similar a la de la CTA. El desafío argentino, en suma, es una expresión del lugar político que Bullrich ha elegido –o que le ha tocado– luego de unas cuantas volteretas partidarias: líder y candidata por una fuerza distrital propia, centroderechista, crítica del Estado, de los sindicatos y de los partidos políticos.