Las tarjetas emitidas por tiendas y grandes cadenas comerciales ya representan la mitad del negocio de créditos para consumo. Las tarjetas tradicionales quedaron para sectores de altos ingresos.
› Por Claudio Zlotnik
Los bancos tienen su negocio bien apuntado: le prestan al 6 o 7 por ciento de la población más privilegiada, aquella que presenta los mayores ingresos. Si quiere pagar sus consumos en cuotas, el resto de la gente debe buscar el financiamiento directamente en los comercios o en las financieras. Las tiendas y las grandes cadenas salieron a buscar a los consumidores que son desatendidos en las entidades financieras, y es por ese motivo que lanzaron sus propias tarjetas de crédito.
Un informe de la consultora especializada en finanzas Deloitte destacó ayer que la gente tiene financiado consumo por un total de 20.000 millones de pesos. El trabajo de Deloitte reveló que la mitad del crédito destinado al consumo fue tomado a través de las tarjetas de crédito, mientras que la otra mitad, con los cada vez más extendidos plásticos no bancarios. Se trata del financiamiento otorgado por los comercios, compañías financieras y cooperativas de crédito.
La clave en la expansión de las no bancarias se basa en que sus emisores son más flexibles que los bancos: al momento de aprobar un préstamo piden menos requisitos y hasta son capaces de tener como clientes a personas que carecen de un empleo formal. Esta ventaja a favor de las tarjetas no bancarias no necesariamente implica mayores costos. Marcos Bazán, director de la consultora financiera, dijo a Página/12 que en muchos casos los bancos cobran comisiones más caras y éstas terminan por encarecer el costo de los préstamos. “No hay que quedarse con el numerito que promociona la tasa nominal”, recomendó Bazán.
El informe señaló que los bancos atienden al 5 por ciento de la población más rica –el estrato ABC1– y a una pequeña porción de la denominada clase media. Las tiendas y cadenas comerciales, junto a los supermercados, les compiten a los bancos en la franja de la población de mayores ingresos y, a su vez, tienen llegada a los sectores medios y bajos.
Para alcanzar a las familias ABC1, las tiendas y los supermercados se asociaron con las entidades financieras en la promoción de tarjetas de crédito bancarias, buscando por esa vía alentar la compra de artículos de alto valor (electrodomésticos, por caso). Ejemplos: Falabella y Coto con Banco Galicia, Jumbo y Frávega con BBVA Francés y Garbarino con el Río. Esos mismos comercios lanzaron, a su vez, tarjetas propias para fidelizar clientes de los sectores sociales menos privilegiados. En ese rango, las tiendas Falabella, Johnson’s y C&A emitieron plásticos, a través de los cuales dan financiamiento en cómodas cuotas y otorgan distintos beneficios, desde descuentos hasta la posibilidad de acumular puntos con cada compra, que luego permiten cambiarlos por productos.
También están los casos de las compañías financieras que formalizan alianzas con comercios para prestar dinero (Cetelem, con supermercados y con La Casa del Audio), y también están aquellas que atienden en forma directa al público a través de una red de sucursales (GE Money, en el conurbano y en algunos distritos del interior).
En un mercado que crece al ritmo del boom del consumo, las tarjetas bancarias tradicionales, como Visa y MasterCard, llevan la delantera: mientras la primera concentra un 37 por ciento del mercado, Master acumula el 14 por ciento. En tercer lugar está una “no bancaria”: la Tarjeta Naranja (11 por ciento del mercado) –de la que es dueña el Galicia pero funciona como empresa emisora distinta a la entidad financiera–, que es fuerte en la provincia de Córdoba. American Express retiene el 6 por ciento y CMR Falabella le pelea ese lugar, con el 4. Cabal, con el 3 por ciento, y Credial y Diners, con el 2, cierran la lista de las más “populares”.
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