Dom 29.07.2007

ECONOMíA  › LA CRISIS FINANCIERA Y SUS CONSECUENCIAS LOCALES

Pensar el fantasma

Es una situación familiar: en algún lugar del mundo hay una crisis que eventualmente llega a estas costas. Esta vez comenzó en Estados Unidos y por temas hipotecarios. ¿Qué puede pasar en la Argentina? Dos puntos de vista de especialistas.

MIGUEL BEIN *.

Ni calvo ni con dos pelucas

En la historia económica moderna, las crisis importantes siempre son crisis de crédito que afectan los sistemas financieros y/o la solvencia de la deuda pública. Es el caso de México a fines de 1994, de las crisis de los países asiáticos, sin problemas fiscales a la vista, o el de Rusia en agosto de 1998, basada en un desajuste fiscal, de default de la deuda pública, o el caso de Argentina 2001, con ambas a la vez. La situación que hoy viven las finanzas internacionales ha generado una reacción de temor en los mercados, también a partir de la visualización de un riesgo crediticio, que es aquel que tiene que ver con el aumento en la incobrabilidad de algunos tipos de créditos hipotecarios, denominados subprime, que son equivalentes a los créditos caros de las financieras, o segundas hipotecas.

Este riesgo se generó básicamente a partir de junio de 2006, mes en el que el mercado de viviendas de Estados Unidos –que había crecido fuertemente en volumen y precio durante los siete años anteriores– frenó su marcha y los precios de las propiedades iniciaron un descenso que hoy alcanza al 5 por ciento. Un menor valor de las propiedades constituidas en garantías de los créditos, claramente resta valor a esos créditos, que por eso empiezan a exigir una tasa de interés más alta. La presunción, fundada o no, de que lo que se ha visto es sólo la punta del iceberg ha llevado en los últimos meses a una mayor cautela que abarca a todos los créditos del mundo, incluidas las deudas que se emiten a través de bonos de empresas y de aquellos estados visualizados como más riesgosos.

Personalmente me inclino a creer que por ahora estamos en presencia de un fenómeno limitado. Al igual que en otras mecánicas de crisis anteriores, se produce un refugio del dinero en los activos menos riesgosos, típicamente en los bonos del tesoro de los países del G-7 (Estados Unidos, Europa, Japón). Esto le quita combustible al financiamiento de economías de las llamadas emergentes, como Argentina, Brasil, Venezuela o México. Provocando –y esto no es más que otra forma de decir lo anterior– un aumento en el costo de su financiamiento. Así, Brasil, que hace dos meses pagaba por sus bonos 5,5 por ciento, hoy debe pagar 6,5, lo mismo que México. Argentina, por su parte, con condimentos propios que tienen que ver con señales internas de la política económica –entre otras, un superávit fiscal que disminuyó sensiblemente el último año y los episodios vinculados a la medición de la inflación–, ha visto aumentado su costo de financiamiento prácticamente en 1,5 punto porcentual. Un bono colocado por el Gobierno dos meses atrás al 8,44 por ciento anual, a diez años y en dólares (Bonar 2017), hoy presenta un rendimiento superior al 10 por ciento.

Se trata de un fenómeno que obviamente no va a voltear la marcha de la economía argentina, pero que indudablemente va a impactarla. La suspensión de emisiones de deuda programadas por empresas argentinas para ampliar su capacidad de producción –el caso más conocido es el de Arcor– conlleva como mínimo un costo de retraso en la ejecución de planes de ampliación de la capacidad productiva. El fondeo de bancos argentinos en el exterior a tasas más altas repercutirá también en un aumento de las mismas para los créditos a mediano plazo, sobre todo a las pymes. De modo que, como dice graciosamente un amigo mío al evaluar la situación, ni pelado ni con dos pelucas: está claro que los sólidos fundamentos macroeconómicos de la Argentina de hoy, con una fuerte posición de reservas internacionales, superávit externo mayor a los 10.000 millones de dólares, cuentas fiscales que aunque se deterioran todavía conservan un superávit razonable, son una buena armadura para enfrentar los embates financieros. Especialmente, en nuestro caso, dada la baja conexión que hoy exhibe la Argentina respecto de los mercados internacionales de capitales comparados con algunos de nuestros vecinos latinoamericanos. Sin embargo, resulta claro que habrá algunos costos.

Finalmente, cabe un recordatorio básico para quienes pilotean la política y la economía argentina: condiciones cambiantes en la pista obligan a extremar los cuidados en el manejo. Nadie muere de un resfrío si recuerda usar distinta ropa en invierno que en verano.

* Economista.

MARTIN HOUREST *.

Incertidumbre y angustia

El capitalismo es un régimen social complejo que oscila entre prosperidades y crisis, en el marco de un cálculo sistemático de la crueldad y una tendencia a ampliar al infinito sus fronteras profundizando las relaciones mercantiles que establece. Producir cosas y destruir sujetos que creen que se producen a sí mismos cuando consumen es lo mejor que el capitalismo sabe hacer y lo que lo mantiene vivo. En esta circunstancia internacional donde coexisten fenómenos diversos como el incremento de la productividad de los EE.UU., la ocupación del globo en el marco de relaciones capitalistas, la creciente hipertrofia del sector financiero y la discusión a la baja de los umbrales civilizatorios surgidos de las luchas del siglo XX, la hipótesis de la crisis siempre está presente. Obviamente la existencia de una economía mundial del endeudamiento, que especula sobre valores aún no producidos, el importante proceso de endeudamiento de los EE.UU. con compromisos públicos, empresariales y personales que triplican el PBI de aquella potencia y más que superan el producto mundial, donde la capacidad de tracción de la economía china está asociada al mantenimiento del endeudamiento norteamericano (que define su poder de compra) puede permitir pensar que, más cerca de un temblor o de un ocaso, los mejores tiempos de la economía mundial están pasando aceleradamente ante nuestros ojos.

Esto no significa que ya resulten anulados todos los marcos de regulación macroeconómica internacional, que estemos en los umbrales de devaluaciones competitivas entre bloques económicos y que la recesión globalizada sea el único punto certero en nuestro provenir. Tampoco puede pensarse alegremente que la destrucción de capitales ficticios (desde Nueva York hasta Villa Ortúzar, pasando por Madrid, Manchester o San Pablo) no implique tensiones en las relaciones sociales que el propio capitalismo construye y no sólo en la periferia. El hecho de que se discuta qué puede suceder con los precios de los productos primarios y con los volúmenes de sus transacciones a la par que se piensa en fondos de reconversión “para los años de vacas flacas” no es un dato menor. En nuestro país, mientras tanto, sea resfrío o colapso, algunas cosas parecen claras:

- La coalición de ganadores (empresas transnacionales, bancos, productores de bienes exportables o protegidos) no tiene en este contexto motivos para utilizar el escenario internacional como catalizador de una crisis económica doméstica. El riesgo de implosión del bloque dominante que explicó crisis recientes no está a la vista.

- La naturalización de la desproporción entre ganancias e ingresos populares está firme y no existe un actor social y político de relevancia que haga de la impugnación a este proceso el eje de sus intervenciones. El sentido común de época hace pasar por el crecimiento y el consumo y no por la igualdad los objetivos de lo bueno y verdadero del orden social.

La coalición social dominante ya tiene patrimoniada una relación privilegiada con este formato del sistema político (su partido del orden) que le ha permitido beneficiarse con la licuación de pasivos de la pesificación, de la transferencia de los trabajadores al capital desde y a posteriori de la crisis, el financiamiento de déficit sectoriales por la vía del uso del tipo de cambio y los subsidios sectoriales a las empresas que superan los pagos de la deuda.

La cúpula transnacionalizada viene de girar utilidades y dividendos equivalentes a 2,5 por ciento del PBI o, lo que es lo mismo, más del 10 por ciento de lo que toda la industria en su conjunto aporta a la conformación del producto. El sistema financiero que tiene más del doble de depósitos que los créditos que otorgó al sector privado y que cuenta con un stock de títulos públicos que representan más del 70 por ciento del crédito a privados y de la base monetaria no tiene intereses objetivos en propiciar una crisis. Seriamente, en un capitalismo que promociona (con tipo de cambio y subsidios) sin contrapartidas en materia de diversificación productiva ni en socialización del progreso técnico y que protege sin condiciones a los que capturan recursos públicos, sería absurdo pensar una crisis por implosión de los sectores dominantes. Una sociedad que convive con un 27 por ciento de la población en la pobreza, con más del 40 de los trabajadores en la ilegalidad y donde el salario mínimo es sólo un tercio de la canasta familiar, podrá ser aborrecible pero no está demostrado que resulte inviable. ¡Buenas noticias! Con esta distribución del ingreso que produce este superávit comercial y este superávit fiscal, sin reforma fiscal, sin universalización de las prestaciones sociales, subsidiando al capital y reproduciendo las condiciones de heterogeneidad estructural y crueldad del mercado de trabajo, la crisis puede estar lejos. Pero más lejos aún están la ciudadanía y la democracia.

* Economista.

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