ECONOMíA
Caminos posibles, ahora que el acuerdo se voló
Tras el áspero rechazo del Fondo Monetario, ante Economía se abren dos estrategias alternativas. Una es no resignarse y redoblar las pruebas de amor al FMI. Otra es profundizar una política propia. Hasta el momento, la línea de Roberto Lavagna es vacilante.
› Por Julio Nudler
“¡Hubiéramos dejado que viajara, así ahora podríamos echarle la culpa!”, se lamentan en el Ministerio de Economía, más en serio que en broma, sobre la presión que ejerció Roberto Lavagna sobre la Casa Rosada para obligar a Aldo Pignanelli, presidente del Banco Central, a cancelar la visita a Estados Unidos que pensaba iniciar el martes 27. Pignanelli tenía agendada para ese día una conversación de dos horas con John Taylor en el Tesoro, pero ante la orden del presidente Duhalde debió cambiarla por una charla telefónica (aunque en su entorno aseguran que el encuentro personal sólo quedó “diferido”). El equipo económico consideraba inadmisible que el BCRA le estuviera ofreciendo al Fondo Monetario (y a la administración Bush) una vía alternativa para canalizar sus desmesuradas exigencias. Pero lo cierto es que el FMI desairó una vez más al país, y ésta de modo cuasi definitivo, en lo que al actual gobierno provisional se refiere. Esto fue admitido ayer formalmente por el propio Duhalde, lo cual implica reconocer un tremendo fracaso después de haberse pasado meses augurando la firma del acuerdo para la semana que viene.
Sufrido el revés, a Economía se le abren dos caminos alternativos. Uno de ellos pasa por seguir apostando contra viento y marea al acuerdo con el Fondo, ofreciéndole nuevas pruebas de amor para que entreabra su alcoba. Lavagna no parece haber desechado esta estrategia de seducción, la que le inspiró la firma de las cartas que dirigió en los últimos días a los tres grandes bancos oficiales para inducirlos a una dieta de adelgazamiento y a las transformaciones necesarias para poder cotizar en Bolsa (¿cuál Bolsa?).
Sin embargo, el mismo Lavagna le escribió a mediados de semana también a Pignanelli, instándolo a que el Banco Central adopte todas las medidas necesarias para evitar que suba el dólar, y entre ellas la de profundizar los controles para evitar la pérdida de divisas por operaciones comerciales y financieras, impidiendo entre otras cosas que los bancos transfieran dólares al exterior para cancelar obligaciones. En una palabra: más control de cambios.
Esta otra carta responde a la segunda estrategia posible: aunque no se descarte definitivamente el acuerdo, acentuar una política económica autónoma, que en principio equivaldría a alejarse cada vez más de la firma. “Optar por ser Malasia en lugar de seguir intentando ser Indonesia”, resumió la disyuntiva una fuente, aludiendo a los divergentes senderos que tomaron esos países asiáticos a partir de la crisis de 1997. La verdad es que la vía malaya, tan denostada por el establishment financiero internacional, resultó la más exitosa.
El problema que parece haber con Lavagna es que, ante el carrefour, no se decide, vacilando entre las dos opciones que se le presentan. Sus hesitaciones expresan las rivalidades que existen dentro de su equipo. Todos sus integrantes tienen ante sí un círculo, y deben rodearlo hasta llegar al otro extremo. Unos –como Guillermo Nielsen, secretario de Finanzas– quieren avanzar por el costado de la confianza, para llegar de esa forma a la reactivación. Otros –como Federico Poli, jefe de asesores- creen que hay que reactivar la economía con estímulos directos, y que el crecimiento generará confianza y de ese modo se autosostendrá.
Los partidarios de la confianza perdieron la semana pasada su ficha más valiosa cuando el Fondo rechazó con gran dureza técnica varios aspectos del borrador de carta de intención que había redactado Lavagna en persona. La gran fuente de confianza era la firma del acuerdo con el FMI. Pero su taza ahora está seca. Esto hunde los planes que preparaba Economía para después de la rúbrica, como la liberación de recursos (las deudas por redescuentos que –ante todo– la banca estatal mantiene con el BCRA) para volcarlos en créditos personales y a las pyme.
La ausencia de respaldo externo implica peores expectativas de los operadores económicos y, por supuesto, una más desfavorable relación entre la oferta y la demanda en el mercado cambiario. Por ende, si se quiereevitar una nueva desestabilización (suba del dólar, aceleración inflacionaria, mayor deterioro real de los ingresos fijos, etcétera), hay que apretar las clavijas, con más astringencia monetaria (nada de flexibilizar el corralito) y más estricto control de cambios, para cuidar las divisas.
Los “malayos” del equipo económico aseguran que hay todavía mucho por hacer. Por ejemplo, trabar el mecanismo bursátil para la fuga de dólares: las acciones que se compran localmente en pesos se registran en Wall Street y se revenden allí contra dólares. También presionan para que de una buena vez se resuelva la controversia sobre las divisas que generan con sus exportaciones las petroleras y las mineras. Estas siguen utilizando un decreto de 1989 –que según sus oponentes quedó derogado– para verse eximidas de liquidar en el país hasta el 70 por ciento de los dólares. También quieren que, como se hizo con los bancos, se obligue a las AFJP a entregarle al Central la moneda extranjera que tengan por encima de un límite. Y así siguiendo.
En un reciente informe, la Fundación Mediterránea señala un punto de gran interés: “En una primera etapa –afirma–, la fuga de capitales se financió con el stock de ahorros acumulado en el sistema (financiero), pero a medida que éste se va vaciando, el efecto sobre el consumo es cada vez mayor”. Esto significa que la contrapartida de la salida de capitales es la caída del consumo. “El freno a la fuga –prosigue la FM– se convierte entonces en una de las claves para comenzar a construir sobre los escombros.” De nuevo, la pregunta es cómo frenar la fuga: si haciendo felices a los capitalistas o apostando gendarmes en las vías de escape.
Es obvio que la Mediterránea enfatiza los factores que gravitan sobre la confianza y las expectativas. Pero ello exigiría, entre otras cosas, empezar a despejar los interrogantes sobre la transición política. ¿Cómo hacerlo? “Una combinación de malas señales locales y mayor adversidad del contexto externo –advierte– podría llevar de la meseta actual a otro precipicio, con una nueva intensificación de la fuga de capitales. Y, para financiarla, dado que ya el sistema bancario se ha desangrado, se requiere de un tipo de cambio superior para ampliar todavía más el superávit comercial.”
Un cuestión esencial es que los capitales, como los futbolistas, siguen emigrando de la Argentina. Menos, pero siguen. En la segunda mitad de 2001 se esfumaron a razón de unos 7000 millones de dólares por trimestre. Este año el sector privado sacó del país 3000 millones en el primer trimestre y 4400 millones en el segundo. Ahora se calcula que entre julio y septiembre terminarán yéndose unos 1500 millones adicionales. Esta sangría de capitales está siendo financiada por un superávit comercial (diferencia entre exportaciones e importaciones) de unos 1500 millones mensuales, que a su vez se sustenta en niveles de consumo (y de inversión) cada vez más pobres.
No es sorprendente, entonces, que las cifras de la economía real correspondientes a julio hayan agriado a quienes se ilusionaban con una tenue reactivación, posible gracias a que la estabilización del dólar atenuó los índices de inflación y la erosión del salario. Pero la salida de capitales agostó la pradera: el consumo es arrastrado a nuevos mínimos, y la exportación no es capaz de sostener la demanda agregada. El cuadro es poco alentador: ocho meses después de asumir, Duhalde no puede mostrar ni que arregló nada con el mundo ni que comenzó a revertir la depresión.
Como el Fondo es parte de esta historia, y en realidad un protagonista esencial, su negativa a apoyar a la Argentina lanza un guiño perverso, especie de invitación a un golpe de mercado. Si el FMI niega su dinero, mientras rechaza la previsión oficial de que el dólar se mantendrá en su valor actual, es posible que desate presiones cambiarias y pueda convertir su presagio en una profecía autocumplida. Ante esto, Lavagna prefirió correr a Anne Krüger, vicedirectora ejecutiva del Fondo, por el otro lado,escribiéndole que, con su actitud, favorece a los enemigos de las recetas ortodoxas y de someterse al monitoreo internacional.
En otras palabras, el bochazo del FMI debilita políticamente a Lavagna, en la medida en que se empeñó en conseguir su respaldo y en que, a diferencia de Pignanelli, no tiene suficiente cercanía con Duhalde. Pero también es verdad que el ministro resistió muchas de las presiones del organismo multilateral, como la del bono compulsivo, la inmunidad para los directores del BCRA o la fusión de la banca pública en un Banco Federal, sin olvidar su adopción de un (tibio) control de cambios y la política de intervenciones en el mercado para estabilizar el dólar. Esa resistencia a los dictados del Fondo contribuyó al naufragio del anhelado acuerdo, y es este naufragio el que coloca ahora el ministro ante la necesidad de definir con menos ambigüedad una política, hasta hoy muy poco activa en los sectores reales de la economía.
Aunque todos en la platea hayan visto cómo ha caído el telón y entendido por tanto que la obra concluyó, el vodevil de esta negociación interminable proseguirá. El martes mismo llegará a Buenos Aires una pareja de enviados del FMI para hurgar, como cartoneros de las finanzas, en el programa monetario y en los planes de restructuración del sistema bancario. No es casual que Economía haya querido tenderles una alfombra de rosas con la comentada carta a las entidades oficiales, que puso de tan mal humor a Horacio Pericoli (Nación), Ricardo Gutiérrez (Provincia) y Roberto Feletti (Ciudad).
La pura verdad es que esa esquela no puede tener ninguna consecuencia práctica en el corto plazo, salvo el gasto de plata que ocasionaría la contratación de consultoras, que recomiendan Lavagna/Nielsen, para aconsejar qué hacer con esos bancos, como si ya no se supiera. El gesto adulador hacia el Fondo y el establishment financiero local puede tener su costo político para el equipo económico al haber roto la “alianza estratégica” que mantenía, en apariencia, con los bancos del Estado. Eso siempre que alguien pueda leer en la esquela de Economía más que la simulación de una estrategia.