Martes, 16 de septiembre de 2008 | Hoy
ECONOMíA › FALTA CONFIANZA, CREDIBILIDAD Y DINERO EN EL SISTEMA
Cuando el ministro de Hacienda dijo el mes pasado que el Reino Unido se enfrentaba a su peor crisis económica en sesenta años, fue muy criticado por ser demasiado pesimista. Después de los hechos de las últimas 36 horas, se podría discutir que no fue lo suficientemente pesimista. Hay que añadir la bancarrota de Lehman Brothers de 158 años de vida y la liquidación de Merrill Lynch a la desaparición de Bear Stearns en marzo, entonces tres de los cinco nombres más importantes en las inversiones bancarias de Estados Unidos han mordido el polvo. Una de las mayores empresas de seguros, AIG, también está en problemas. La crisis de crédito global ha tomado una nueva dimensión.
Dado que las causas inmediatas de esta crisis son muy bien conocidas ahora hay sólo tres preguntas que vale la pena hacer en este punto. ¿Es esto lo peor a lo que se puede llegar? ¿Qué se puede hacer a corto plazo para mitigar los efectos? ¿Y qué medidas se pueden tomar para prevenir cualquier repetición?
La noticia hace ocho días era que la administración de Estados Unidos había renunciado a la esperanza de resolver la crisis de las hipotecas con medidas de libre mercado al asumir a las grandes firmas hipotecarias del país. Parecía que habían terminado semanas de creciente incertidumbre. Parecía también que existiría un reaseguro a las entidades que estaban en peligro, puesto que el gobierno no tendría otra opción que actuar. Que Lehman se viera obligado a buscar la protección del capítulo 11 en Estados Unidos produjo un nuevo e inmediato escalofrío. La venta simultánea de Merrill Lynch –considerado como el siguiente banco más vulnerable– fue claramente calculada para evitar cualquier posible efecto dominó.
Hasta dónde otros bancos y empresas pueden estar contaminadas con mala deuda, no sólo en Estados Unidos sino en Gran Bretaña y otros países europeos, todavía no se sabe. Sería tonto por parte de los accionistas y de los empleados no estar preparados para más malas noticias. Esas colas en las puertas de las sucursales de Northern Rock pueden parecer historia antigua, pero ahora resulta evidente cuánto más cerca estaban al comienzo de esta crisis que a su fin. Y hasta que los bancos sobrevivientes vuelvan a tener confianza en el valor del crédito de cada uno, el estancamiento del otorgamiento de préstamos continuará.
El mensaje del fracaso de Lehman Brothers es que el principio del riesgo moral está de vuelta o –y poco importa cuál– hay límites a la profundidad de la cartera del Tesoro de Estados Unidos. No hay ahora ninguna razón para que un banco demore en revelar sus pasivos en la esperanza de que alguien lo saque de apuros. Pero tampoco existe una garantía de que el dolor terminará ahí. Es la falta de confianza y credibilidad, tanto como la falta de dinero, lo que hace que la crisis siga.
Esto hace que sea mucho más difícil mitigar los efectos a corto plazo. El mercado hipotecario británico se distendió un poco para los compradores inmobiliarios con liquidez adecuada y con los precios cayendo, sería bueno que se les aconsejara a los compradores primerizos quedarse fuera del mercado por el momento. Pero son las empresas las que enfrentan las dificultades más grandes por la reticencia de los bancos a prestar. Las pequeñas empresas que, bajo circunstancias normales, serían consideradas dignas de crédito están siendo privadas de asistencia financiera vital para sus operaciones.
Tampoco es solamente el personal de los bancos quebrados el que sufrirá: la repercusión de los efectos todavía se va a sentir en todos los sectores de la economía. El desempleo parece inevitable. Hasta ahora, el Banco de Inglaterra ha decidido no imitar al Federal Reserve y reducir las tasas de interés. Pero puede llegar un momento en que el dolor supere la ganancia.
En cuanto a tratar de minimizar las perspectivas de que algo remotamente similar suceda otra vez, es claro que los regímenes regulatorios han fracasado en poder detectar los peligros de tales negocios crediticios opacos y complejos y necesitan una total y urgente revisión. Las prioridades en los bancos deben ser la trasparencia y las líneas simples de contabilidad. Pero la tentación de luchar la última guerra debe evitarse.
* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para PáginaI12.
Traducción: Celita Doyhambéhère
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