ECONOMíA • SUBNOTA › OPINIóN
› Por Alejandro Vanoli *
La crisis financiera internacional es la más grave desde la crisis del ’30. Estamos hablando de una recesión en Estados Unidos agravada por el estallido de una burbuja especulativa y transmitida al resto del mundo. El problema se originó con las hipotecas subprime, pero alcanza al conjunto de los activos financieros, generando una gran contracción crediticia en las economías de los países desarrollados. Crisis financiera que no es de un país “emergente” sino que alcanza al mercado más importante. Las crisis financieras en Estados Unidos han sido frecuentes: la burbuja de Internet en 2000, la de los fraudes empresariales en 2002, entre las más recientes. Otros países desarrollados como Suecia, Noruega, España han tenido graves crisis en los ’80 y Japón sufrió una grave crisis financiera en 1990 que le generó una década pérdida con crecimiento nulo. La causa está en la liberalización financiera cuando se conjugan tres factores: sobreendeudamiento, burbuja de activos y déficit de la cuenta corriente.
En los Estados Unidos se produjo una emisión desenfrenada de activos subprime que pasaron de 100 mil millones de dólares anuales en 2000 a 500 mil millones de dólares en 2005. Los bancos han reportado pérdidas por más de 500 mil millones de dólares. Si se computa a otros intermediarios no bancarios, dicha cifra sobrepasa el billón de dólares. Dichas pérdidas son la consecuencia de las imperfecciones del mercado y la insuficiente regulación financiera, con presencia de información asimétrica. La crisis se agrava además por la pérdida de credibilidad de reguladores y gobiernos. En Estados Unidos se tomaron distintas medidas: líneas de liquidez y posterior rescate a bancos de inversión, capitalización de grandes bancos comerciales por fondos soberanos asiáticos y de Medio Oriente, anuncios de reingeniería de organismos de supervisión, garantías de liquidez a entidades hipotecarias (Fannie Mae y Freddie Mac) hasta llegar a la estatización de las mismas, como ocurrió en Inglaterra con Northern Rock. Ahora quebró Lehman Brothers, Merrill Lynch tuvo que ser absorbido por Bank of America y la megacompañía de seguros AIG recibió una millonaria asistencia financiera.
A pesar de estas medidas parciales y sucesivas, la confianza no ha sido restaurada debido a la información insuficiente y a la pérdida de credibilidad. Existe una profunda desconfianza en lo financiero, situación que ha sido internalizada en países que han tenido crisis recurrentes como la Argentina (1975, 1982, 1989, 1995 y 2001), que generan serios costos en sociedades donde las colas para retirar los depósitos no se vieron en una generación. Las consecuencias de la crisis son una recesión en Europa y en Estados Unidos que impacta en el crecimiento mundial, y una socialización global de las pérdidas financieras generadas por el eventual final de la fiesta del casino global. En los Estados Unidos la crisis se agrava en un contexto de caída de confianza del consumidor, debilidad del mercado laboral, falta de crédito y con un crecimiento del déficit fiscal, desequilibrio profundizado por la recesión. Como transcurre el final de un segundo mandato presidencial, el lanzamiento de un programa económico creíble y consistente se demorará hasta 2009. Mientras, hasta ahora el Banco Central Europeo se preocupa sólo por la inflación, la política monetaria restrictiva, de euro fuerte, y el corset fiscal impuesto por el Tratado de Maastricht son una restricción a la recuperación.
Desde el punto de vista macro, la política monetaria es ineficaz para las trampas de liquidez propias de las crisis. Se requiere una política fiscal expansiva que compense la ausencia de oferta de crédito y la reticencia de la demanda privada a consumir e invertir. Al mundo capitalista le hace falta para salir de la crisis un nuevo Keynes que reemplace al timón a los mal llamado ortodoxos que, como en la crisis del ’30, agravaron la recesión. También como en los años ’30 se requiere una regulación financiera adecuada con un Estado fortalecido como regulador y supervisor. Tras la crisis del ’30, Estados Unidos creó la Reserva Federal, la SEC (Comisión de Valores) y generó la ley de Glass-Steagall que separó las actividades de banca minorista de la banca de inversión especulativa.
El Grupo de los 7 y el Foro de Estabilidad Financiera han tomado algunas medidas de promoción de la transparencia: registro de calificadoras de riesgo, ajustes en valuación de activos, normas de buena conducta, mecanismos de liquidez para activos ilíquidos. Esta agenda es claramente insuficiente. Se requiere reformular las normas internacionales bancarias de Basilea II, reducir el apalancamiento de inversores especulativos, crear una Autoridad Financiera global para controlar eficazmente a los grupos económicos, controlar los paraísos offshore, limitar la exposición del público a productos complejos, regular los flujos de capital.
En el actual estado no se vislumbran avances serios en la regulación financiera global. Quizás el pico de la crisis no haya llegado aún para quebrar sensatamente los intereses creados y la miopía ideológica. Será cuestión de tiempo: comienza una era donde el péndulo oscila a una mayor regulación luego de treinta años de liberalización financiera. La Argentina está mejor preparada que en otras crisis. No tiene déficit de cuenta corriente, ni burbuja de activos, ni sobreendeudamiento. Hay que acorazarse con crecimiento basado en ahorro interno y reforzar los escudos fiscales externo y financiero. No es poca cosa. Todavía a nivel global no pasó lo peor.
* Vicepresidente de la Comisión Nacional de Valores. Economista-Plan Fénix.
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