Mié 24.09.2008

ECONOMíA • SUBNOTA  › OPINIóN

La reconexión

› Por Alfredo Zaiat

La apertura del canje de títulos impagos que bonistas rechazaron hace apenas tres años y medio genera controversias. Tanto político-simbólicas como también de diseño en la esfera financiera. Reabrir el canje no sería serio era el argumento más repetido por el anterior y el actual gobierno, convicción respaldada por el proyecto aprobado en el Congreso de una ley cerrojo para los denominados holdouts o fondos buitres, hoy redefinidos con la amigable descripción tenedores de bonos argentinos en default. Los atajos en el mundo de la política son variados para explicar los caminos que se transitan, con justificaciones que se vinculan con una serie de factores de poder internos y externos, cuya evaluación permite diferentes interpretaciones. Se trata de un universo pleno de subjetividades sobre los beneficios, riesgos que acechan o costos que encierran medidas relevantes, como incorporar a la contabilidad pública una deuda que se había borrado con autoridad. En el frente económico-financiero, en cambio, el análisis no es tan complejo. La reapertura del trueque con más endeudamiento a tasas altas expresa un inexplorado terreno de la administración kirchnerista sobre el mundo financiero global y de cercanía con las reglas de juego de los grandes bancos internacionales. El plan de enviar señales al mercado de capitales del exterior para hacer confiable la economía y así convocar inversores es una idea fuera de época, además de probadamente inútil en más de una ocasión. El Club de París, menos subsidios, aumento de tarifas, más superávit fiscal, holdouts, ahora falta el Indec y luego se sumarán otros temas a ese listado de insatisfacción-exigencia permanente del establishment. Son cuestiones que un gobierno debe encarar en función de la gestión de un plan integrado, pero si son abordados como parte de ese gaseoso objetivo de atraer inversores haciendo bien los deberes, el destino será la frustración, como enseña la historia de los noventa.

Resulta peculiar el argumento de las bondades de ser parte de la globalización financiera en el actual escenario internacional. Tener acceso al crédito externo mediante la colocación de títulos de deuda significa racionalidad de la política económica, según el sentido común que se impone en la sociedad. Pero uno de los principales factores de los desequilibrios internos ha sido, precisamente, la apertura y desregulación al capital extranjero. Insistir con que se debe hacer un esfuerzo para acceder al crédito del exterior implica desconocer los traumas recientes. Cuanto más dependiente de los dólares especulativos para refinanciar deuda más inestable se convierte la economía y, por lo tanto, más vulnerable. La cuestión remite a plantear acerca de para qué se pretende buscar la aceptación del capital financiero, si éste es, como se prueba una y otra vez, un potente desestabilizador macroeconómico. Si además se cuenta con recursos y vías alternativas para honrar los vencimientos de capital e intereses de los próximos años, que una refinanciación de los Préstamos Garantizados aliviaría aún más.

El sistema financiero de los países desarrollados está crujiendo, con quiebras estrepitosas, desaparición de bancos de inversión que eran el corazón de la desregulación de las finanzas global y bancos líderes que se están hundiendo sostenidos a flote por el aporte de capitales árabes y asiáticos, además de por el bombeo incesante de fondos por parte de las bancas centrales. Resulta un misterio cuáles serán las nuevas normas que definirán el futuro mercado internacional, pero seguro que ya no será como el anterior. En ese excepcional momento histórico, el Gobierno decide que es oportuna la reapertura del canje a los holdouts para reinsertarse en ese sistema. Si Argentina no ha padecido por ahora efectos negativos por la caída del muro de Wall Street ha sido por un defecto convertido en virtud: el default y posterior reestructuración de la deuda que la aisló del frenesí del casino global que acaba de derrumbarse.

La deuda de los países periféricos ha sido una de las principales fichas con que más especularon los bancos internacionales, tanto los que hoy cayeron en desgracia como los que están haciendo equilibrio en la cornisa y se presentan como líderes de esta transacción. La apertura del canje, además de ser no tan desventajoso para los holdouts (los bonos Discount que se trocarán por títulos sin valor se ubican por encima de la cotización de su lanzamiento y el cupón atado al PIB ahora tiene valor cuando antes el precio asignado por el mercado era cero), implicaría el regreso pleno de Argentina a esa lógica de un mercado que está en decadencia con la implosión financiera en Estados Unidos y Europa.

Pese a la opinión predominante que saluda entusiasta el anuncio de esa operación, la desconexión de ese sistema financiero global perverso es lo que permitió al país encadenar los años de crecimiento más vigoroso de su historia. La reconexión no promete lo mismo cuando se reingresa a la estrategia de enviar señales a espíritus esquivos de inversores del exterior. La colocación de deuda en el mercado internacional es la manzana del pecado que los banqueros ofrecen a los gobiernos. La nueva emisión de deuda que vendrá acompañada con la reapertura del canje, además, se hace bajo legislación extranjera, en una resignación de soberanía jurídica que hoy se padece en juicios millonarios en los tribunales de Nueva York. El argumento que esas son las reglas de juego para ser parte del mundo es la peor forma de encarar un programa financiero consistente e integral, además de desestimar que el mercado internacional será otro bien distinto al que alentó el festival de la deuda que terminó hundiendo al país.

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