ECONOMíA • SUBNOTA › ESTADO, EMPRESA, Y CLASE MEDIA
› Por Sebastián Premici
Desde Beijing
En Beijing viven aproximadamente 20 millones de personas, que se suman a otras tantas que conviven en la ciudad de manera itinerante. En total, son casi 40 millones que se cruzan diariamente, sobre un total de 1300 millones de habitantes en todo el país. La cuestión de las dimensiones y la superpoblación no es menor. Por ejemplo, sobre la avenida Wangfujing, en el centro de la ciudad, hay un hospital público. Para tener una imagen más acabada de cómo es sacar un turno en ese nosocomio habría que pensar en la congestión de personas del subte línea A a las seis de la tarde.
Este año se cumple el 12 aniversario de los planes quinquenales chinos. Ayer, el viceministro de Comercio de este país, Wang Chao, señaló durante un seminario sobre inversiones en Argentina, que en el próximo lustro reestructurarán su esquema de importaciones, con el objetivo de potenciar el consumo interno, y equilibrar su balanza comercial. “Cuando los chinos dicen que van a ir en tal decisión, eso harán. No dicen una cosa y hacen otra”, sostuvo, relajado, un funcionario que acompaña la comitiva oficial del ministro de Agricultura, Julián Domínguez.
China comenzó su apertura comercial a fines de la década del ’80, en consonancia con el proceso neoliberal que se vivió en todo el mundo. Hacia finales de esa década, muchas empresas fueron privatizadas o se convirtieron en mixtas, siempre con alguna presencia estatal. Los sectores que no se tocaron, por considerarse estratégicos, fueron las telecomunicaciones, las empresas de cigarrillos, transporte (subtes, trenes de alta velocidad, de carga, colectivos), energía y el petróleo.
Por ejemplo, la presencia estatal en el transporte público puede apreciarse en el precio de un viaje en subte o en colectivo, muy similar a lo que se paga en Argentina. Por una línea de subte, que tiene 35 estaciones se paga 2 yuanes, es decir 0,30 dólares (un dólar equivale a 6,6 yuanes) y un pasaje en colectivo, entre uno y dos yuanes, según el recorrido. El Estado, dueño de sus empresas, subsidia a los pasajeros.
Los emprendimientos privados pueden verse en los sectores manufactureros que requieren mano de obra intensiva, con poca calificación y muchas horas de trabajo por jornada. En muchos casos son “pequeñas y medianas empresas”. La lógica del Estado chino es dejar crecer esos emprendimientos privados, con ayuda financiera y subsidios, para luego adquirirlos o hacerlos competir en el mundo. “El Estado elige empresas para potenciarlas y que luego salgan al mundo a formar otras compañías y así expandir la presencia china en el mundo”, contó a este diario un empresario local, traductor de por medio.
La burocracia china dejó sus herederos luego de la apertura comercial. Los hijos y nietos de los cuadros políticos del Partido Comunista son los que adquieren los mejores trabajos y quienes se muestran por las calles de Beijing en Mercedes Benz, Audi, Toyota, y camionetas 4x4. Por un lado esa opulencia, por otro un salario promedio, para un trabajador con poca calificación, oscila en los 3000 yuanes (454 dólares). Es el caso de un taxista. Por eso en cada casa hay jefes y jefas de hogar, es decir que en una pareja ambos deben trabajar para vivir pasablemente, como en muchas partes del mundo.
Si bien China creció a un ritmo del 9,0 por ciento durante varios años, el PBI per cápita sigue siendo bajo, 4300 dólares, contra los 10.000 dólares aproximados de la Argentina. De todas maneras, el ascenso social es constante. Según las estadísticas oficiales, 10 millones de chinos pasan por año de una economía rural a un estilo de vida urbano. En los últimos 25 años fueron 250 millones de chinos.
El mundo está globalizado por las tecnologías, aun en los países donde predomina el control de los contenidos informativos. ¿Cómo hace el Estado chino para controlar que los millones de personas que tienen un celular no accedan a los contenidos “prohibidos”? La clave también es el consumo. El gran buscador online, Google, tiene prohibido indexar y mostrar resultados controvertidas para el gobierno chino. Si uno quiere buscar, por ejemplo, Tiananmen, no encontrará resultados referidas a la masacre de 1989. Si uno quiere buscar ese mismo contenido pero dentro del buscador de un diario online ubicado en la Argentina, tampoco podrá acceder a ese contenido.
Cuando surgió la controversia con Google, el gran buscador privilegió poder instalarse en un mercado de 1300 millones de habitantes, de los cuales 485 millones ya son usuarios de la red de redes, a cambio de no formularse cuestiones éticas alrededor de la censura. Así fue reconocido por los propios directivos de la compañía. Otro de los controles recae sobre las redes sociales. Ni Facebook ni Twitter son accesibles por la red pública de Internet. Sólo se puede saltar esta prohibición contratando enlaces privados con servidores fuera del país.
Para suplir estos accesos, el gobierno chino creó sus propias redes sociales. Por ejemplo, la empresa Weibo, una plataforma que emula a Twitter, cuenta con 195 millones de usuarios. El Estado chino potencia estas compañías, las hace crecer para que luego salgan a competir en el mercado internacional. De esa manera el control sobre la población también se vuelve “planificado” y “ordenado”.
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