ECONOMíA
• SUBNOTA
Fracasos Múltiples Internacionales
› Por Alfredo Zaiat
Varios países endeudados tienen relación con el Fondo Monetario Internacional. Algunos mantienen un vínculo tirante y otros con un trato casi indiferente. Pero ninguno tiene el enlace tan estrecho y hasta cierto punto promiscuo que la Argentina construyó con el auditor supranacional de los intereses de los acreedores. En pocos lugares, para no exagerar y afirmar que en ninguna parte, se le da tanta importancia a lo que dice, deja de decir o exige el Fondo. En realidad, no es una responsabilidad de los burócratas de Washington sino que en este caso tiene que ver con la frivolidad con que se maneja el poder económico por estas playas del sur, con la invalorable colaboración del elenco de economistas de la city especializados en pronósticos errados y con una parte importante de los medios de comunicación.
La búsqueda del respaldo del FMI para reclamos sectoriales, como hacen las privatizadas con las tarifas y los bancos con las compensaciones del corralito, forma parte de la continuidad del comportamiento de cortesanos del poder que desarrollaron los hombres de negocios en las últimas décadas, alcanzando su éxtasis en el período menemista. Todo esto no sería más que la descripción de la decadencia de una clase social que perdió el rumbo, quedando subordinado al interés rentístico más que al productivo. Lo que torna más patético el cuadro es cuando el poder político y organizaciones sociales le ofrecen un lugar desproporcionado al principal representante de los negocios de empresas y bancos de los países del Grupo de los Siete países más poderosos del mundo.
Una mujer golpeada que no se aleja del marido golpeador. Un secuestrado que se enamora de quien le quita la libertad. Un preso que siente placer humillándose ante su carcelero. La Argentina recibe al titular de Fracasos Múltiples Internacionales (FMI), Horst Köhler, como si se tratara de un jefe de Estado que viene a repartir mieles entre los desamparados de un país exótico de América latina, que hasta su mujer, Eva, tenía ganas de conocer. Este énfasis, que con razón puede ser considerado exagerado, tiene el mismo tono excesivo de aquellos que asumen como dogma las recetas del organismo. No es una cuestión de romper con el Fondo sino en cómo y desde qué lugar se encara una negociación: si desde la posición de cargarse sobre la espalda todas las culpas por ser incorregibles e irresponsables, como gusta definir a los argentinos la número dos, Anne Krueger, o si se pone en la mesa la corresponsabilidad del FMI en el colapso argentino. La segunda alternativa abre un horizonte sustancialmente distinto a la hora de definir acuerdos de refinanciación de deudas. Si así fuera, ¿quién tiene que pedir perdón a quién?
No se trata de hacer historia de los ‘90, que no vendría nada mal, sino en remitirse a los meses posteriores al estallido de la convertibilidad. Si la Argentina hoy es un país lleno de pobres y donde se han destruido los ingresos del grueso de la población tiene que ver, por un lado, con la fantasía colectiva que atrapó a la sociedad del 1 a 1, pero también a la insensata presión del FMI, a la que se allanó el gobierno de Eduardo Duhalde, de liberar el tipo de cambio cuando cotizaba a 1,40. Fue cuando Krueger aseguraba que el camino más cercano era la hiperinflación. El oportuno control cambiario y de capitales de Aldo Pignanelli (BCRA)-Roberto Lavagna frenó la corrida y la caída al precipicio que tanto esperaban en el Fondo.
Grosero error de diagnóstico y de receta. Los mismos que vienen repitiendo en los últimos años, como reveló un informe de la Oficina General de Contabilidad, el órgano investigador del Congreso de Estados Unidos, del cual dio cuenta Página/12 la semana pasada. En ese trabajo se asegura que el FMI es incapaz de anticipar o prevenir las crisis financieras. Pero los del Fondo son gente obstinada, además de gozar de la posición de ser acreedores privilegiados, al cobrar en forma neta unos 6 mil millones de dólares en los últimos 18 meses de una Argentina desangrada. Köhler viene con el mismo libreto conocido: más ajuste para conseguir el superávit suficiente para garantizar el pago de la deuda.
Escuchar tanto al FMI como a sus voceros locales que amplifican su discurso conlleva el riesgo del acostumbramiento a la pobreza extendida y a una jubilación miserable de 200 pesos. Tantos errores del Fondo con la Argentina son un buen aprendizaje sobre lo que no hay que hacer. Eva ya conoce Buenos Aires. Horst cumplió parte de su misión. El resto es preferible que no pueda cumplirla.
Nota madre
Subnotas