Vie 04.01.2002

ECONOMíA • SUBNOTA  › UN PLAN PARA LA CATASTROFE

Que se viene el Remesón

› Por Julio Nudler

Una economía cerrada y sin crédito. Eso es hoy la Argentina del default, el control de cambios, el corralito, la desconfianza absoluta en el sistema bancario y la inexistencia de deudores solventes a quienes prestarles dinero, si esto fuese posible. Por ende, una economía que no está en condiciones de crecer, aunque puedan asomar algunos focos de reactivación por el repliegue de la competencia importada. El crecimiento podrá ser planteado como un slogan político, pero sería sorprendente que sobreviniera en este escenario. Se puede aspirar, como mucho, a escabullirse ordenadamente de la convertibilidad. Es la apuesta a la que se jugará Eduardo Duhalde, pero si las cosas le salen mal o franjas de la población se le sublevan, será su instinto político el que le dicte con quién le convendrá agarrárselas. Por de pronto, los bancos y las privatizadas no se sienten a gusto con este Poder Ejecutivo porque, después de la izquierda, lo que más aborrecen es el populismo regulador. Mientras tanto, el Presidente debe de estar muy ocupado con sus propios fantasmas, en primer lugar la clase media y sus latosas cacerolas.
Desde que Domingo Cavallo cercó los bancos, un largo mes atrás, el país se quedó virtualmente sin moneda, fuera del dólar billete, lo que condujo, en los últimos días, a que empezara a desmoronarse el sistema de precios. Así, añadiéndose a la objetiva escasez de insumos que empezó a generar el cepo bancario y cambiario, el desabastecimiento fue profundizado por la renuencia a entregar bienes a cambio de medios de pago inciertos. Como alternativa, muchos proveedores prefirieron remarcar preventivamente sus precios, cargándolos con sus expectativas y su incertidumbre. De este modo nació un estado de inflación depresiva, como caso extremo de la “estanflación” (inflación con estancamiento), que sí es un fenómeno con alguna historia.
Frente a esto, Jorge Remes Lenicov intentará desde Economía fijarle al dólar un precio, que sirva de referencia para el sistema de valores internos. Pero, además de tener que convencer de que será capaz de sostenerlo, deberá lidiar con el efecto de múltiples paridades entrechocándose entre sí. Habrá un dólar comercial, otro libre, uno contra pesos billete, otro contra pesos corralito, alguno para lecop, etcétera. Y un apogeo de lobbies pugnando por conseguir para sí alguna ventaja en la maraña de regulaciones y tipos de cambio, presiones que se estrellarán, desde luego, contra la intachable moral de los funcionarios designados, algunos de ellos con un “prontuario” en todo caso menos famoso que el de los justicialistas que eligiera el hoy ya prehistórico Adolfo Rodríguez Saá.
Quizá convenga preguntarse cómo ahorrarán en adelante los argentinos que puedan ahorrar. Obviamente no lo harán en ningún banco local, al menos por bastante tiempo. Por ende, les quedarán dos opciones: convertir su excedente a dólares, a la paridad libre, y girarlos a una cuenta en el exterior (ésta es la verdadera bancarización que promovió eficazmente Cavallo), o guardar los billetes verdes en algún escondrijo o, los más audaces, en una caja de seguridad. Por tanto, la correa ahorro-inversión seguirá cortada. ¿Cómo reestablecerla?
Lo natural de estas crisis del modelo es que son excelentes ocasiones para profundizarlo. El tequila, por ejemplo, sirvió para acentuar vertiginosamente la extranjerización de la banca y la concentración de la economía. Ahora quizá se aproveche para extraterritorializar el sistema bancario (“offshoreizarlo”), de modo que casi todos los bancos sean sucursales de entidades transnacionales y tomen los depósitos por cuenta y orden de sus casas matriz, fuera de la jurisdicción de la ley argentina. Si el PJ se remenemizase (finalmente, Duhalde fue vice de Carlos Saúl) y convalidara esta especie de sistema a la uruguaya, todavía debería hallar la manera de asegurarse que esos depósitos generasen créditos a empresas del país. Pero parece muy difícil que ningún banquero acepte ese descalceentre su compromiso y su riesgo. ¿Hay otra opción disponible? Por ahora no emergió.
Todo podría ser menos duro si, a partir de eliminar la sobrevaluación del peso y con proteccionismo comercial, sobreviniera un ingreso de capitales para inversión directa, aprovechando de paso el abaratamiento de los activos y la mano de obra. Pero pasará tiempo antes de que nadie quiera poner plata en la Argentina por el alto grado de imprevisibilidad económica y política, y porque las restricciones que van a sufrir las remesas de ganancias ahuyentarán a los potenciales inversores. Si el panorama es que no entrará dinero, y el que está dentro buscará salir, la perspectiva es complicada. O, en todo caso, no da para andar voceando lemas optimistas.
Un detalle molesto pero cierto es que a las multinacionales, de presencia excluyente en la economía argentina actual, fruto de la década cavallomenemista, lo que les importa es su balance en dólares. Ninguna otra cosa. Esos cuadros contables venían empeorando por la depresión, pero ahora se deteriorarán bruscamente por la devaluación, y especialmente si no pueden elevar sus precios y tarifas tanto como suba el dólar. Por ende, esas empresas reducirán sus planes de inversión, que en algunos segmentos habían inflado pensando en un país de 10.000 dólares per cápita, cuando ahora caerá por debajo de los cinco mil. Algunos lujos primermundistas, que cierta clase media –y naturalmente la alta– gozaron en los mejores barrios, ahora que explotó la burbuja son alevosas sobreinversiones, cuya clientela ralea. Este país no las puede repagar. Esa fiesta terminó por el momento, y nadie invita a ninguna otra. El Tren de la Costa no corre más.
Entre las barreras aduaneras, el cambio de precios relativos (es decir, la devaluación) y tal vez algunos alicientes adicionales, pueden asomar paulatinamente posibilidades en sectores que sustituyan importaciones o exporten a dólar comercial pleno (libre de retenciones). Pero no se parecerá a un aluvión sino a un goteo. Un peligro, dentro de este módico esquema, es que el fisco no encuentre una manera civilizada de recuperar recaudación y la emprenda a manotazos, porque es comprensible que no pueda esperar a que vuelva el crecimiento para iniciar la recogida. Desarmar los pagos a cuenta e imputaciones cruzadas que implantó Cavallo, y él mismo quiso abolir agónicamente, quizás ayude. Pero quien, por lo que sea, perdió la costumbre de pagar sus impuestos, no la reasumirá tan fácilmente.

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