ECONOMíA • SUBNOTA › OPINION
› Por Alfredo Zaiat
La cuestión de los precios en los últimos meses ha superado el entretenido debate entre abordajes ortodoxos o heterodoxos, para ubicarse en la categoría de la economía de lo insólito. En los últimos años, en esa exploración intelectual, economistas inquietos han ampliado el estudio de la ciencia a otras áreas, como la biología, la psicología, la física y hasta la vinculación con la conducta del comportamiento humano en relación con el sexo, el crimen, la obesidad y hasta con la felicidad. El problema del deslizamiento al alza de los precios, la intervención violenta del Indec y las sorprendentes declaraciones del jefe de Gabinete, Alberto Fernández, han ingresado en una zona desconocida, que excede la capacidad de análisis que ofrecen las herramientas tradicionales de la economía y hasta de su reciente extensión a otras ciencias. A esta altura, la estrategia oficial con los precios se ha ganado un extraño espacio de investigación para la economía de lo insólito.
El Gobierno se queja por las críticas que recibe frente a la destrucción de la credibilidad del Indec y a la difusión de fuertes aumentos puntuales de ciertos bienes, como los de la papa, porque generan expectativas inflacionarias. Lo más sorprendente, o en línea con el análisis de lo insólito, es que la propia política oficial es la que está alimentando las actuales expectativas inflacionarias al alza. Cuando se empieza a manipular con grosería el Indice de Precios al Consumidor, para luego también retocar con torpeza el IPC Nacional, la economía se queda sin una referencia confiable, aunque sea un indicador cuestionable por su metodología. Entonces, los diversos agentes (empresas y sindicatos) ajustan precios por prevención, porque no tienen un ancla aceptada socialmente, gatillando una dinámica inquietante. En ese proceso, existen especuladores y aprovechadores de esa confusión, pero que pueden desarrollar su labor, precisamente, porque desapareció un índice de precios convalidado por la mayoría.
Si a ese cuadro ya de por sí perturbador se le suman las declaraciones de Alberto Fernández, el caso asume la nebulosa de lo inexplicable con mínimos criterios de racionalidad. Plantear cuestiones de teoría económica respecto de la definición de inflación, que los manuales indican como “suba generalizada de precios”, para sostener que no existe y así desacreditar las críticas por la manipulación en el Indec resulta insólito. Tan insólito que de esa manera es el propio Gobierno el que no deja pasar una semana para alimentar la temida expectativa inflacionaria.
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