Jue 13.03.2008

EL MUNDO  › EL HERIDO DE BALA QUE LLEGó DE LA SELVA MANTIENE EN VILO A LAS TELEAUDIENCIAS DE COLOMBIA Y VENEZUELA

El misterioso caso del hombre de la mandíbula rota

¿Quién es? ¿De dónde vino? ¿Es guerrillero? Enigmas para un culebrón que toma forma entre intrigas, sospechas, azufre y caminos sinuosos en la tierra de los secuestros extorsivos.

› Por Martín Piqué

Desde San Cristóbal

El hospital militar Guillermo Hernández Jacobsen está en las afueras de esta ciudad, la cabecera del estado de Táchira. A sólo 60 kilómetros de la frontera colombiana, San Cristóbal es conocida por su pasión futbolera. Aquí se jugó el partido inicial de la última Copa América. El hospital militar está bastante lejos del centro, a pocas cuadras del estadio que suele usar el Deportivo Táchira. Es una construcción de una sola planta y varios pabellones. En la puerta hay varios soldados de custodia. En frente, periodistas, camarógrafos y reporteros gráficos de todos los medios venezolanos. La convocatoria se debe al colombiano de tez morena que está internado en el hospital desde el martes a la tarde. Un balazo que le destruyó el maxilar inferior. Su nombre es un misterio. Es el protagonista de este culebrón, una historia con sospechas cruzadas entre Colombia y Venezuela.

Estuvo varios días en una clínica de la localidad de Rubio, a treinta kilómetros de la frontera. Allí le hicieron las primeras curaciones. Su internación generó un revuelo entre pobladores y familiares de enfermos. Por orden de la fiscalía militar, efectivos de la Guardia Nacional rodearon la clínica, montaron una guardia y establecieron un perímetro a cien metros para controlar el tráfico de vehículos. El operativo sorprendió a los vecinos. Empezaron a circular rumores. Desde el otro lado de la frontera llegó la versión de que el hospitalizado era Joaquín Gómez, nacido bajo el nombre de Milton de Jesús Toncel Redondo.

Según medios colombianos, Gómez, el hospitalizado, había sido designado sucesor de Raúl Reyes por el secretariado de las FARC. La versión fue desmentida por los militares venezolanos aunque no negaron ni confirmaron que el herido forme parte de la guerrilla.

El director del hospital es el coronel Nicolás Camacho. “El paciente tiene pérdida total del piso de la boca, se deberá hacer una reconstrucción. Desconocemos el motivo de la herida”, informa. Lo rodean cronistas de Televen, Globovisión y otras cadenas de la TV privada venezolana. “El señor dice llamarse Freddy Martínez Mendoza. Está en condición de paciente, éste no es un lugar de reclusión”, dice el coronel.

Un equipo de TV consigue hacerle una foto acostado en una cama. Se lo ve con la parte inferior del rostro vendada. Los cronistas de los medios venezolanos comentan que no se trata del único herido que formaría parte de las FARC. Deslizan que en otro hospital de San Cristóbal hay otro presunto guerrillero hospitalizado. La identidad del herido se ha convertido en una obsesión para todos los periodistas.

La gente se reúne debajo del televisor que cuelga de un soporte en el cafetín del hospital. La pantalla muestra las imágenes que se grabaron hace menos de una hora. En el videograph hablan del hospitalizado como el “presunto guerrillero colombiano”. Cuando terminan los noticieros del mediodía, Página/12 intenta hablar con el protagonista principal de esta historia. Dos soldados del 2º Teatro de Operaciones del Ejército custodian la puerta. Llevan fusiles de asalto. Uno de ellos dice que el herido tiene impedido hablar. El responsable de toda la custodia es el general Ibelis Cruz, comandante del regimiento en San Cristóbal. Es el único que está habilitado para hablar con la prensa.

Frontera caliente

Entre San Cristóbal y Rubio hay treinta kilómetros. La ruta está rodeada de montañas, aunque no muy altas. Cubiertas de vegetación, desde lejos parecen infranqueables. Por el camino está la finca La Petrólea, hoy convertida en un parque nacional. En ese lugar se descubrió el primer pozo petrolero de la historia venezolana. “Mira, allí se ve la máquina procesadora”, señala Jorge Varela, 48 años y 14 como taxista. El taxi permite hacer un recorrido bastante sinuoso a una velocidad impensada. En el camino aparecen sorpresas. “¿Sientes el olor a azufre?”, pregunta el taxista. En el aire se percibe un hedor desagradable que parece disolverse cuando el coche acelera.

El olor se debe a las “aguas salúbricas”, como las llama el taxista. Son manantiales subterráneos que surgen a la superficie a una temperatura muy caliente. Los descubrió Lidia Débora Pernía, hoy una anciana, en el año 1936. La mujer decidió explotar comercialmente el hallazgo: instaló un baño de aguas termales sobre la ruta. Se llama Sansouci y es atendido por la hija de la fundadora, Hilda. “No sé de dónde viene. Se cree que es de un volcán que está cerca”, dice Hilda Pernía. El chorro de agua de las termas calienta como la ducha del mejor termotanque. Hace dos años, al hablar en la Asamblea Nacional de la ONU, Hugo Chávez dijo que el lugar “olía a azufre”, una ironía dedicada a George Bush.

El límite entre Venezuela y Colombia lo marca el río Táchira. No es un río difícil de vadear. Y además hay huellas o caminos perdidos entre el monte que permiten traspasar la frontera sin demasiado control. “Aquí abundan los caminos verdes, las trochas. Se las usa para pasar clandestinamente”, cuenta el taxista, convertido ya en guía turístico. Cuenta que en los llanos se trabaja una variante especial de la ganadería: el ganado conocido como F1, producto del cruce entre el cebú y el Holstein. En las montañas siembran frutillas, papa, zanahoria y cebolla.

En un trayecto de la ruta se cruza un jeep de la Guardia Nacional. En la parte de atrás del chasis aparece una leyenda poco común: “No a la extorsión y al secuestro. Denúncialos. GN”. Es otra señal de lo que ya sabe todo el mundo. El secuestro extorsivo se ha convertido en uno de los principales problemas de la zona fronteriza con Colombia.

El gobierno de Chávez sostiene que los responsables de la escalada son paramilitares colombianos que ingresan ilegalmente a Venezuela. “Aquí no hay enfrentamientos con la guerrilla pero sí hay secuestros. Son muy comunes en la zona”, dice Varela. Uno de los principales empresarios de San Cristóbal, el propietario del restaurante La Vaquera, sufrió el secuestro de su hija.

–¿Fueron paramilitares colombianos? –pregunta Página/12.

–Eso es lo que se oye. Pero no se sabe. Estos caminos son muy desolados. Aquí te pueden dejar el carro tumbao y llevarte secuestrado.

La entrada a la localidad de Rubio muestra otro ejemplo de adaptación al entorno. De los cables de luz y teléfono cuelgan parásitos que se sostienen en la altura. Los venezolanos de esta zona andina los conocen como “lama”: arbustos que se adaptan al frío de los 1800 metros de altura. En el centro de la ciudad hay un barrio –aquí los llaman “urbanizaciones”– que se llama La Colina. Sobre la calle 23 se encuentra el centro de salud donde fue atendido el misterioso colombiano que los medios vinculan con la guerrilla. La clínica se llama igual que el barrio, La Colina. En su puerta hay tres hombres con identificaciones. Dicen que no pueden dar ninguna información.

Enfrente hay un puesto de venta de comida. Lo atiende María Trujillo. Sirve un café y se asombra de escuchar a un argentino. “Se lo llevaron ayer (por el martes) a las cinco de la tarde”, dice sobre el herido. A pocos metros espera Paula Ramírez, de 50 años. Acaba de ser abuela. Aún recuerda con asombro los movimientos del día anterior. “Yo pregunté quién era el herido pero me dijeron que era confidencial”, cuenta. “No debe ser alguien común porque si no, no hubiera habido tantos militares.”

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