EL MUNDO › GASTO SUS ULTIMOS CARTUCHOS EN EL DEBATE ELECTORAL DE FILADELFIA
› Por Antonio Cayo *
Desde Filadelfia
El debate electoral sostenido el miércoles en Filadelfia fue el más difícil de todos los celebrados hasta ahora para Barack Obama, que dejó en claro su vulnerabilidad como candidato presidencial. Sometido a un ataque sin piedad por parte de Hillary Clinton en todos los terrenos, especialmente en los que tienen que ver con sus valores y sus creencias, el senador de Illinois apareció frecuentemente a la defensiva.
Una campaña electoral, finalmente, es un esfuerzo por dejar una impresión entre los ciudadanos. Más que las ideas, importa la opinión que el público se haga de ellas. Hillary Clinton sabe que ya le es casi imposible ganar estas primarias mediante la simple acumulación de los delegados que se ganan en cada batalla electoral. Su única opción de obtener la candidatura es la de crear entre los superdelegados la impresión de que Obama es un candidato muy frágil y que sólo ella ofrece garantías de éxito en las presidenciales de noviembre.
Se lo preguntaron directamente en el debate de Filadelfia: “¿Cree usted que Obama puede ganar la presidencia?”. Su primera respuesta buscó escapatorias sobre su convicción de que los demócratas recuperarán la Casa Blanca. Pero ante la insistencia de los moderadores sobre si Obama podría ganar, contestó: “¡Sí, sí, sí!”, con una mezcla de rabia y resignación que se presta más al análisis psicológico que político.
Fuera de ese reconocimiento, Clinton hizo todo lo posible a lo largo del debate para demostrar las debilidades de su rival. Aprovechó la polémica desatada por la famosa frase de Obama sobre “la amargura” de los trabajadores sin empleo – “que los engancha a la religión, a las armas, al rechazo a los inmigrantes, al rechazo al que no es como ellos”– para poner en duda el respeto por parte de Obama a las tradiciones norteamericanas y resaltar su propio currículum conservador.
Las palabras de Obama reflejan “una incomprensión fundamental del papel que la religión y las armas juegan en América –dijo Clinton–. Puedo entender que a la gente le moleste escuchar esas cosas. Yo no creo que mi abuelo o mi padre se engancharan a la religión o a las armas cuando el Gobierno no atendía sus demandas”.
Obama respondió sobre este tema, pidió disculpas si había ofendido a alguien, pero insistió en que creía que existía “frustración” entre los trabajadores sin empleo y que esa frustración conducía a buscar refugio en la religión o las armas. Tuvo que responder por no usar constantemente una insignia con la bandera norteamericana en la solapa – “yo vivo el patriotismo de una forma más profunda que en una insignia”–. Tuvo que responder de nuevo por haber tenido como pastor a Jeremiah Wright, cuyos puntos de vista más radicales sobre la política norteamericana volvió el miércoles a rechazar Obama. Y tuvo que responder también sobre un nuevo conflicto que Hillary Clinton puso sobre la mesa en Filadelfia: la relación de Obama con William Ayers, un antiguo miembro de Weather Underground, un grupo radical y violento de los años sesenta.
Obama está, en definitiva, sufriendo el calvario del favorito. El debate de Filadelfia fue para él un duro encuentro con la realidad.
* De El País de Madrid. Especial para Página/12.
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