Lun 21.01.2002

EL MUNDO  › SUBRAYADO

El capítulo paramilitar

› Por Claudio Uriarte

Estados Unidos se encuentra ahora solo –muy solo– en la estrategia a medias que empezó a desarrollar bajo la administración Clinton frente a Colombia, y que bajo la administración Bush está afilando sus aristas más agresivas. Del lado que se lo mire, el cuadro regional presenta un panorama de desbande: Argentina, que bajo Fernando de la Rúa preservó la alineación proestadounidense de su antecesor, claramente ya no puede funcionar en los términos –tanto políticos como económicos– de EE.UU., y puede estar dirigiéndose hacia una radicalización política; Brasil tiene elecciones este año y hasta ahora las encuestas señalan que el favorito es Luiz Inácio “Lula” Da Silva, del centroizquierdista Partido de los Trabajadores; también Colombia afronta elecciones, y las probabilidades corren en contra de que sostenga el actual simulacro de negociaciones de paz con la guerrilla de las FARC; Ecuador –el tercer país que va a las urnas–, Perú y Bolivia experimentan distintos grados de inestabilidad social, y desde luego no puede olvidarse a Venezuela, que bajo Hugo Chávez, y junto a Cuba, sigue integrando el lote de bestias negras del Departamento de Estado en la región.
La estrategia del Plan Colombia se parecía mucho a la desplegada por la administración Reagan hacia El Salvador en 1990: ingreso en el país de tropas especiales para poner al Ejército en capacidad de combate contra la guerrilla; privación a la guerrilla de los medios de su subsistencia –en este caso, el peaje por el narcotráfico– y la contribución de unos ambiguamente denominados “países amigos” en tareas de seguridad igualmente difusas, pero que se aclaran un poco si se recuerda que en las guerras de los ‘80 la fronteriza Honduras sirvió de campo de entrenamiento para la “contra” nicaragüense y como puesto de avanzada, control y supervisión del conflicto en El Salvador.
Washington y Bogotá están evaluando ahora terminar con el taparrabos de la lucha antinarcóticos en Colombia para declararla como lo que es: una guerra antiguerrillera en regla. La diferencia en este caso es semántica: un ataque contra las fuentes de ingresos de la guerrilla es lo mismo que un ataque contra la guerrilla, y a lo sumo se levantarán las limitaciones humanitarios que hasta ahora hicieron necesaria la existencia del taparrabos. Pero ni Brasil, ni Perú, ni Ecuador ni menos aún Venezuela pueden jugar el rol de “amigos” que Honduras y Guatemala cumplieron en la guerra centroamericana, lo que deja a EE.UU. con una sola carta de desempate: los paramilitares.

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