EL MUNDO › ESCENARIO
› Por Santiago O’Donnell
Aula dos de la sede académica de Flacso en Buenos Aires. Jueves, seis de la tarde. Tres destacados analistas bolivianos, dos sociólogos y un economista describen el escenario en su país después del referéndum autonomista de la prefectura (provincia) de Santa Cruz.
Síntesis apretada de los que se dijo: después de un año y medio de prosperidad y optimismo sin precedentes en la historia del país, la situación empezó a complicarse en los últimos seis meses y ahora los bolivianos están bajoneados, pero en los últimos días ocurrió un par de cosas positivas y otra vez aparece una luz al final del túnel.
Primero habló Fernando Calderón, un sociólogo de trato habitual con los líderes de la nueva izquierda latinoamericana y del gobierno boliviano, autor de veinte libros, profesor en importantes universidades de Bolivia, Estados Unidos, España y Chile. Calderón hizo una pequeña reseña histórica de cómo los distintos poderes en pugna en su país hicieron eclosión en el referéndum autonómico, un acto de ruptura que la Corte Nacional Electoral había prohibido. Destacó que las distintas regiones bolivianas articulan sus economías desde hace décadas con los centros económicos de la Amazonia, el Matto Grosso, la cuenca del Plata y la Región Andina. También, que hay una Bolivia minera, una bolivia sojera, una Bolivia gasífera y una Bolivia cocalera, y que esas economías no tienen mucho que ver entre sí. Pero que a pesar de esas diferencias el país siempre tuvo una vocación integracionista.
Y dijo esto: la oligarquía cruceña no está sola, que detrás del referéndum se esconden otras fuerzas y puso un ejemplo: la gran mayoría de los campos de soja en Santa Cruz pertenecen a empresarios brasileños. Habló, además, del gobierno de Evo Morales y dijo que lo sustenta una demanda de los pueblos originarios, especialmente el aymara, que reclaman un trato igualitario ante el Estado que nunca tuvieron. Las relaciones culturales en Bolivia siempre se basaron en la dialéctica de la negación del otro.
Por eso Bolivia se divide en sociedades regionales que, aliadas a grupos étnicos, pugnan por controlar el Estado nacional. Hace un siglo ese conflicto derivó en una guerra que ganó occidente y que llevó al traslado del Congreso boliviano desde Cochabamba a La Paz, y a la consolidación del eje minero La Paz-Oruro-Potosí como fuerza dominante. Después vino la revolución del ’52, que trajo el voto universal, pero no pudo resolver los problemas estructurales del país. Después se agotaron las minas y en los ’90 Bolivia se convirtió en el mejor alumno del FMI y privatizó todo lo que pudo. Siguió al pie de la letra el manual neoliberal y terminó fundido y dividido. Tocó fondo. En el 2005 fue elegido presidente Evo Morales, un emergente aymara por origen y tradición, identificado con el lenguaje y la simbología clasista por su extracción sindical, en sintonía también, como miembro de la nueva clase media urbana boliviana, con la tradición nacionalista popular proveniente del Movimiento Nacionalista Revolucionario. Habiéndose agotado el sistema de partidos políticos, el de
safío que se planteó Morales fue amalgamar la idea de democracia multicultural dentro de un sistema representativo. Hasta ahí llegó la síntesis de Calderón.
Entonces tomó la palabra el economista Armando Ortuño Yáñez, ex viceministro de Planificación y embajador ante la Unión Europea de los breves gobiernos que precedieron al de Morales, hoy vinculado al programa de desarrollo de las Naciones Unidas. Ortuño acompañó sus palabras con una presentación de Power Point con datos muy interesantes, sobre todo los que mostraban, en términos económicos, la relación de fuerzas entre las regiones y el Estado nacional, que es casi opuesta a la de acá. Empezó diciendo que los fundamentals (no usó esa palabra) de Bolivia están bien, como nunca. Por primera vez en su historia, tiene superávit fiscal tres años seguidos. Crecieron mucho la economía, la recaudación, las exportaciones, el gasto público ha sido muy bajo y, hasta este año, la inflación fue baja. Bolivia tiene hoy una economía en expansión.
El economista entonces explicó que el modelo económico de Evo Morales, al que llamó “neodesarrollista”, se basa en dos pilares.
Por un lado, en la apropiación de renta a través de nacionalizaciones. Esa política le permitió al Estado aumentar del 18 al 50 por ciento las regalías por sus hidrocarburos. Y se hizo de una manera tal que la inversión no decayó porque las multinacionales se quedaron en el país, asociadas a las empresas estatales. En este aspecto nadie puede discutir el éxito del gobierno y el electorado boliviano lo reconoce, aunque en los últimos meses la suba del precio de los alimentos y del gasto público ha generado inflación y cierto malestar.
El otro pilar es la política distributiva y en este aspecto el gobierno ha podido hacer poco. El economista explicó que gran parte de las regalías por los minerales e hidrocarburos que entran en las arcas del gobierno se derivan de manera automática a las provincias o prefecturas y a los municipios.
Bolivia es uno de los países más descentralizados a nivel fiscal en el mundo. Una de las transparencias exhibidas muestra que entre el 2005 y el 2006 los ingresos del gobierno aumentaron un 24 por ciento, mientras que el de las prefecturas aumentó el 85 por ciento y el de los municipios un 122 por ciento. En el mismo período el gobierno sólo aumento el gasto un seis por ciento, las prefecturas un 68 por ciento y los municipios un 34 por ciento. Conclusión: de toda la inversión pública en Bolivia casi las tres cuartas partes la ejecutan las prefecturas y los municipios. La consecuencia de estas restricciones macroeconónmicas aparece en otra transparencia: mientras los sectores mineros y de hidrocarburos más que duplicaron su productividad en los últimos tres años, el resto de la economía permaneció estancada. La mejor política distributiva es hacer crecer a los sectores que generan más trabajo, pero en Bolivia la ecuación sigue siendo al revés. Por eso la importancia de los programas sociales que ha podido implementar el gobierno como la Renta Dignidad, una jubilación universal de 40 dólares, que detonó el choque con las prefecturas. En los últimos meses el gobierno de Morales ha empezado a intervenir más en el mercado doméstico con medidas como la suspensión de exportaciones para hacer bajar el precio del aceite. Pero la idea de producir bienes y servicios con valor agregado para generar mercados internos dinámicos y variar el menú de exportaciones sigue siendo una deuda pendiente.
Todo este escenario confluye en una Asamblea Constituyente fallida y, a partir de ella, la partición del país entre dos proyectos: la nueva Constitución multicultural y representativa del gobierno y sus aliados, y los estatutos autonómicos de las prefecturas. Ahí empieza la presentación del tercer experto que habló en la Flacso, el sociólogo Antonio Araníbar, formado en Europa, coautor de los últimos informe sobre desarrollo en Bolivia de la PNUD.
Araníbar, citando encuestas, dijo que en los últimos meses en Bolivia aumentó el pesimismo y decayó el optimismo. Pero que hace diez días pasó algo esperanzador: el gobierno y la oposición coincidieron en poner en marcha una serie de referéndum para revalidar los mandatos del presidente, el vice, y los nueve prefectos. Como todos están de acuerdo, los referéndum tendrán todas las garantías de la justicia electoral y presencia de veedores internacionales. “Hay referéndum que unen y otros que dividen”, dijo el sociólogo. Exhibió un gráfico: los referéndum autonómicos producen un rechazo entre el 60 y el 80 por ciento en el occidente boliviano. Después, otro: el referéndum constituyente provoca casi el mismo nivel de rechazo, pero en el oriente boliviano. En cambio el referéndum revocatorio que acaba de aprobarse, muestra un tercer cuadro, tiene un alto nivel de aceptación en todo el país.
Entonces, de mínima, el referéndum revocatorio sirve para ganar tiempo porque posterga las consultas divisivas. Pero además vuelva a sentar a los actores a la mesa y fortalece a los sectores menos radicalizados de cada lado.
El otro dato positivo que marca el sociólogo, claro está, dentro de un panorama preocupante, es que en el referéndum de Santa Cruz no ocurrieron los actos de violencia que muchos esperaban. Para que así ocurriera fue muy importante la mediación internacional. Consiguió que los actores acordaran una serie de leyes no escritas para que la cosa no pasara a mayores: el gobierno y las fuerzas armadas aceptaron no reprimir a cambio de que Santa Cruz no tomara medidas para militarizar su protesta.
El seminario de la Flacso siguió y se dijeron muchas cosas más, todas interesantes. Calderón remarcó que los factores internacionales juegan un rol importante en la pulseada, sobre todo la competencia entre Lula y Chávez, y que en ese contexto Argentina puede y debería tener un rol más activo.
Quedó la sensación de que Bolivia es como un juego de cajas chinas. La primera, la más grande, es su historia de siglos de miseria y explotación. La siguiente es la esperanza que significa el gobierno de Evo Morales y todo lo que representa a nivel cultural, económico y político. La tercera caja es el fracaso, si se quiere parcial, o temporal, de la Asamblea Constituyente y el golpe que significó para las instituciones bolivianas. En la cuarta caja aparecen las señales esperanzadoras de las últimas semanas, cuando el país vio el abismo y se espantó. Y seguramente quedan más cajas por descubrir, de las buenas y de las otras, mientras se hace el camino al andar.
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