Mar 20.05.2008

EL MUNDO  › OPINIóN

Dos lobos hambrientos y una Caperucita

› Por Fidel Castro *

En la ceremonia inaugural de la cumbre América latina y Caribe-Unión Europea, celebrada en Perú el pasado 15 de mayo, se habló en inglés, alemán y otros idiomas europeos sin que partes esenciales de los discursos se tradujeran por las televisoras al español o al portugués, como si en México, Brasil, Perú, Ecuador y otros los indios, negros, mestizos y blancos –más de 550 millones de personas, en su inmensa mayoría pobres– hablasen inglés, alemán u otro idioma foráneo. Sin embargo, se menciona ahora elogiosamente la gran reunión de Lima y su declaración final. Allí, entre otras cosas, se dio a entender que las armas que adquiere un país amenazado de genocidio por el imperio, como lo ha sido Cuba desde hace muchos años y lo es hoy Venezuela, no se diferencian éticamente de las que emplean las fuerzas represivas para reprimir al pueblo y defender los intereses de la oligarquía, aliada a ese mismo imperio. No se puede convertir la nación en una mercancía más ni comprometer el presente y el futuro de las nuevas generaciones.

La IV Flota no se menciona, por supuesto, en los discursos que se televisaron de aquella reunión, como fuerza intervencionista y amenazante. Uno de los países latinoamericanos allí representados acaba de realizar maniobras combinadas con un portaaviones de Estados Unidos del tipo Nimitz, dotado con todo tipo de armas de exterminio en masa. En ese país hace unos pocos años las fuerzas represivas desaparecieron, torturaron y asesinaron a decenas de miles de personas. Los hijos de las víctimas fueron expropiados por los defensores de las propiedades de los grandes ricos. Sus principales líderes militares cooperaron con el imperio en sus guerras sucias. Confiaban en esa alianza. ¿Por qué caer de nuevo en la misma trampa? Aunque es fácil de inferir el país aludido, no deseo mencionarlo por no herir a una nación hermana.

La Europa que en esa reunión llevó la voz cantante es la misma que apoyó la guerra contra Serbia, la conquista por Estados Unidos del petróleo de Irak, los conflictos religiosos en el Cercano y Medio Oriente, las cárceles y aterrizajes secretos y los planes de torturas horrendas y asesinatos fraguados por Bush. Esa Europa comparte con Estados Unidos las leyes extraterritoriales que, violando la soberanía de sus propios territorios, incrementan el bloqueo contra Cuba, obstaculizando el suministro de tecnologías, componentes e incluso medicamentos a nuestro país. Sus medios publicitarios se asocian al poder mediático del imperio.

Lo que dije en la primera reunión de América latina con Europa, celebrada hace nueve años en Río de Janeiro, mantiene toda su vigencia.

El anfitrión de la reunión estuvo a punto de sacar de sus casillas a los europeos cuando en la clausura mencionó algunos puntos planteados por Cuba:

1. Condonar la deuda de América latina y el Caribe.

2. Invertir cada año en los países del Tercer Mundo el 10 por ciento de lo que gastan en las actividades militares.

3. Cesar los enormes subsidios a la agricultura, que compiten con la producción agrícola de nuestros países.

4. Asignar a Latinoamérica y el Caribe la parte que les corresponde del compromiso del 0,7% del PIB.

Por las caras y las miradas, observé que los líderes europeos tragaron en seco durante unos segundos. Pero, ¿por qué amargarse? En España sería todavía más fácil pronunciar discursos vibrantes y maravillosas declaraciones finales. Se había trabajado mucho. Venía el banquete. No habría en la mesa crisis alimentaria. Abundarían las proteínas y los licores. Faltaba sólo Bush, que trabajaba, incansable, por la paz en el Medio Oriente, como es habitual en él. Estaba excusado. ¡Viva el mercado!

En la actualidad, Estados Unidos y Europa compiten entre sí y contra sí por el petróleo, las materias primas esenciales y los mercados, a lo que se suma ahora el pretexto de la lucha contra el terrorismo y el crimen organizado que ellos mismos han creado con las voraces e insaciables sociedades de consumo. Dos lobos hambrientos disfrazados de abuelitas buenas, y una Caperucita Roja.

* Fragmentos de la reflexión de Castro publicada en Granma.

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