EL MUNDO › ENTRE EL GOBIERNO Y LA OPOSICIóN CHIíTA
› Por Naiara Galarraga *
Desde Jerusalén
El temor a una nueva guerra civil en Líbano, que pareció a punto de estallar a principios de mes, fue el acicate definitivo para que el gobierno prooccidental y la oposición, liderada por el partido-milicia chiíta Hezbolá, afín a Irán y Siria, alcanzaran al amanecer de ayer, en el emirato de Qatar, un acuerdo que pretende zanjar la parálisis política de los últimos 18 meses. Hezbolá, que demostró su poderío al tomar los barrios sunnitas de Beirut hace dos semanas, aparece como el triunfador. Obtuvo poder de veto en el gabinete, una demanda hasta ahora negada que fue el detonante de la crisis.
Las primeras consecuencias del acuerdo fueron visibles en cuanto se firmó el acuerdo a mediodía. Los seguidores de Hezbolá empezaron a levantar el campamento, plantado al comienzo de la crisis en el corazón comercial y financiero de Beirut –fantasmagórico desde entonces–, justo a las puertas del Serrallo, la sede gubernamental. “Estoy muy, muy feliz”, dijo a la televisión árabe Al Jazeera una señora. Y con la cautela de quien ha vivido avatares diversos añadió: “Espero que (el acuerdo) dure”. El siguiente resultado tangible será la inminente elección, prevista para el domingo del nuevo presidente. El nombre –el general Omar Suleiman, jefe del ejército– está consensuado desde tiempo atrás. Pero los muchos desacuerdos pendientes sobre el reparto de poder entre el Ejecutivo y la oposición han impedido, en nada menos que 19 ocasiones, que el Parlamento lo eligiera.
Líbano vive desde noviembre pasado un vacío de poder inédito, sin presidente desde que venció el mandato del prosirio Emile Lahud. A principios de mes, la brecha en Líbano –cuatro millones de habitantes divididos en 18 sectas religiosas– se ensanchó hasta quedar al borde del precipicio. Las milicias de Hezbolá humillaron al gobierno de Fuad Siniora en las calles. Todos en Líbano recuerdan la guerra civil que desangró al país de 1975 a 1990. El fantasma de una nueva contienda entre libaneses resurgió durante el último año y medio con incidentes esporádicos. Ambos bandos estaban, paralelamente, enfrascados en interminables negociaciones sin resultado alguno. El pequeño país parecía abocado al suicidio. La última ronda de diálogo, recién enterrados los últimos 67 libaneses muertos a manos de compatriotas, fueron cinco intensos días con mediación de la Liga Arabe en Doha (Qatar).
La oposición, encabezada por Hezbolá, llegó a Qatar muy reforzada por su incontestable derrota en las calles frente a los afines al gobierno. Los hombres de Hasan Nasrala tomaron por las armas Beirut oeste en un abrir y cerrar de ojos, aislaron al país del exterior al cerrar la carretera al aeropuerto de la capital y asaltaron, hasta acallarlos, los medios de comunicación leales al Ejecutivo. Su poderío y la consiguiente debilidad de sus adversarios quedan patentes en el acuerdo final. Hezbolá casi duplica su presencia en el gabinete. Los seis ministros que tenía en 2006 en el gobierno de unidad nacional renunciaron tras la negativa de la mayoría a otorgarles poder de veto. Entonces comenzó esta crisis, que encontraba al país lamiéndose las heridas por el asesinato del ex primer ministro Rafic Hariri. El partido-guerrilla regresará al Ejecutivo con 11 carteras frente a las 16 de la mayoría de Siniora. Otros tres ministros serán designados por el futuro presidente, Omar Suleiman.
Los chiítas, tradicionalmente pobres y discriminados, saben que su peso demográfico aumenta –un aumento visible pero no oficial porque el censo data de 1932– y por eso la oposición exigía más poder.
* De El País de Madrid. Especial para Página/12.
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