EL MUNDO › MéXICO NO DESCARTA NINGUNA HIPóTESIS SOBRE LA MUERTE DEL MINISTRO DEL INTERIOR
El presidente conservador dijo que su gobierno no oculta información sobre las muertes de su ministro y mano derecha y el ex zar antidroga. Asimismo, acordó con Colombia fortalecer la cooperación en materia de seguridad.
› Por Gerardo Albarrán de Alba
Desde México, D.F.
Unas cuantas horas después de haber nombrado a Francisco Gómez Mont, un abogado del oficialismo, como nuevo secretario de Gobernación (ver recuadro), el presidente Felipe Calderón aseguró que su administración no ocultará nada en torno de las muertes de su brazo derecho y responsable de la seguridad nacional, Juan Camilio Mouriño, y del ex zar antidrogas del país José Luis Santiago Vasconcelos.
Calderón utilizó ayer la palabra “accidente” por primera vez desde la caída del avión que transportaba a ambos funcionarios, el pasado 7 de noviembre, y también llamó a evitar las especulaciones en torno de un atentado del crimen organizado al término de una reunión con el presidente de Colombia, Alvaro Uribe, en la residencia oficial de Los Pinos, la sexta que realizan en este año. Paradójicamente, el fantasma de la colombianización de la guerra, que su administración declaró a los carteles del narcotráfico, ha permeado a todo el país, y a la mayoría de la gente le cuesta creer la insistente versión oficial de que sólo se trató de un accidente de aviación, pero que no había escuchado del propio presidente.
Con Uribe a su lado, Calderón respondió un par de preguntas de la prensa, luego de leer un comunicado conjunto, en el que ambos presidentes anuncian que México y Colombia acordaron fortalecer su cooperación en materia de seguridad y justicia a través de un frente común contra la delincuencia trasnacional y trasfronteriza: “El gobierno de México no tiene ni el menor interés ni la menor voluntad de ocultar absolutamente nada, al contrario, yo quiero que se sepa la verdad y quiero saberla yo mismo. Pero, evidentemente, los elementos con los que se cuenta hasta este momento no permiten afirmar la existencia de otra hipótesis diferente a la de un accidente”.
Sin embargo, el propio Calderón reconoció que su administración sigue abierta a “cualquier tipo de hipótesis”. Al menos, la mayor parte de la población sí que considera algo más que posible la hipótesis del atentado. Esa es la duda recurrente desde que se desplomó la nave en la que viajaban los dos principales responsables del combate policíaco y jurídico contra el crimen organizado. Ese día, la atención general estaba en las elecciones presidenciales en Estados Unidos. Cuando la televisión y la radio interrumpieron sus coberturas para reportar, primero, la caída de un avión en plena zona financiera de la Ciudad de México y, después revelar que ahí viajaban el secretario de Gobernación y el ex zar antidrogas, los rumores comenzaron a circular. La sensación de todos los testigos presenciales es, precisamente, de una zona de guerra. En el lugar en llamas, se cree que es una bomba la que ha estallado, y el arribo del ejército que acordona la zona refuerza los temores de la gente, que aún tiene fresca en la memoria las granadas lanzadas entre la multitud el 15 de septiembre en Morelia, Michoacán.
Apenas el domingo, en la sede del oficialista Partido Acción Nacional, Calderón llamó héroe a su amigo y colaborador, y hasta llegó a compararlo con El Cid Campeador, porque seguirá ganando batallas aun después de muerto, en un exceso de homenaje al muy cercano amigo caído. Pero el dictamen colectivo no avala discursos partidistas ni espera peritajes oficiales; el común de la gente culpa a los narcos. Es el trauma de los casi 4500 muertos en este año de la guerra contra el narcotráfico, que desde el primer día de su administración avisó Calderón que “costará muchas vidas”. Es el síndrome de la colombianización mexicana.
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