EL MUNDO › EMBOSCADAS, ATAQUES Y TIROTEOS EN LA úNICA VíA QUE UNE PAKISTáN CON LAS BASES ALIADAS AFGANAS
Los camioneros paquistaníes que transportan suministros para la OTAN temen los ataques de los talibán. En Peshawar hay cientos de contenedores quemados en medio de un cementerio de camiones y vehículos blindados Humvee destrozados.
› Por Ana Gabriela Rojas *
Desde Peshawar
“Tengo mucho miedo: cada vez que tomo este camino sólo Dios sabe qué va a pasarme. A muchos compañeros los talibán los han matado o secuestrado, entre ellos a mi primo.” Habla Haji Buzarg, uno de los camioneros paquistaníes que transportan contenedores con suministros para la OTAN. Como Buzarg, el resto de conductores son altos, de complexión fuerte, gente curtida en los caminos. No parece gente que pueda tener miedo de cualquier cosa. Pero mirando en los almacenes de Peshawar (al noroeste de Pakistán), donde se acumulan los contenedores para el suministro de las tropas de la OTAN en Afganistán, se entiende fácilmente su temor. Hay cientos de contenedores quemados en medio de un cementerio de camiones y vehículos blindados Humvee destrozados tras un ataque de los talibanes. Sólo quedan restos de metal retorcidos por los cohetes y un intenso olor a caucho quemado que desprenden las ruedas de los vehículos, convertidos ahora en un cadáver con esqueleto de metal. Dos camioneros murieron en el ataque. En total, seis han perdido la vida desde comienzos de mes tras el recrudecimiento de las hostilidades.
“Cada uno de estos camiones con suministros es nuestro objetivo. La OTAN y Estados Unidos están transportando todo lo necesario, incluido el armamento, para matar a nuestra nación, a nuestros niños.” Así expresa sus razones con voz furiosa, en un inglés entrecortado, por teléfono desde un lugar desconocido en las montañas, Muslim Khan, representante de los talibanes en Pakistán.
Para los camioneros las cosas son mucho más simples. “¿Qué podemos hacer sino trabajar? Somos muy pobres y ésta es la única forma de ganarnos la vida. Tengo una deuda y tengo que pagarla”, explica Buzarg. Su trabajo no es demasiado lucrativo: unas 30.000 rupias (272 euros al mes). “Con el precio del diésel tan alto a causa de la inflación, cuando llegamos a casa casi ya no tenemos nada de dinero”, dice, mientras intenta tapar un agujero en su tradicional salwar kameez. Aunque modesta, esta vestimenta tribal le da un aspecto solemne. Los camioneros no saben lo que transportan porque les dan los contenedores sellados. “Llevamos todo lo necesario para la vida de las tropas, desde comida, hasta toallas o televisores, pero también hay armas”, según fuentes de las compañías transportistas.
Entre el 70% y 80% de los suministros, incluyendo el combustible, para las tropas de EE UU y la OTAN en Afganistán llegan por tierra desde Pakistán. La gran mayoría proceden del puerto paquistaní de Karachi y luego son transportados por tierra hasta Peshawar, desde donde continúan hacia Afganistán por el legendario paso de Khyber. Normalmente, los envíos llegan en tres días, pero tras el recrudecimiento de la violencia un convoy puede tardar hasta diez días a causa de las paradas que tienen que hacer los camioneros en los sucesivos puestos de control.
“En esta carretera estamos completamente a merced de los talibanes”, cuenta otro camionero, Shahid Khan. Hay otro paso por tierra hacia Afganistán, el que lleva de Queta a Kandahar. Todavía no es tan peligroso como el paso de Khyber, pero se teme que los ataques golpeen pronto esta zona.
Los chóferes aseguran que, una vez en Afganistán, los ataques de talibanes son menos frecuentes. “Sin embargo, la policía afgana nos tiene hartos con sus extorsiones y por las palizas que nos dan”, reclama Khan. “Nosotros no entendemos de política, sólo sabemos que los pobres somos los que sufrimos estas represalias. Sólo queremos seguridad en nuestro trabajo”, grita enfurecido uno de sus compañeros.
El pasado 8 de diciembre, de madrugada, entre 400 y 500 hombres armados rodearon el área donde se concentran los transportistas, dos o tres se pusieron frente a la puerta de cada edificio y, mediante altavoces, avisaron de que nadie debía salir, recuerda Shah Iran, uno de los vigilantes del área atacada de Peshawar, cerca de la región tribal de Pakistán. “Al grito de ¡Allah Akbar! (¡Alá es el más grande!) sacaron gasolina de una estación de servicio vecina y la esparcieron sobre los contenedores. Luego prendieron a tiros las llamas. Tenían mucha coordinación y sabían lo que hacían”, dice. Según los testigos del ataque, tenían todo tipo de armas, entre ellas fusiles AK47, metralletas, lanzacohetes y granadas.
“No sabemos quiénes son los talibán. No son gente de aquí. Se comunican en pastún y urdu, pero también en inglés. Y tienen hasta equipos de comunicación”, asegura el guarda. El fue el único vigilante que regresó al día siguiente de los ataques. “Tengo dos hijos llorando en casa para pedir comida y no puedo dejar el trabajo”, confiesa. Gana el equivalente a 80 euros al mes, y no es fácil conseguir otro empleo.
La policía no ha podido hacer nada porque todos los ataques se produjeron de madrugada, según los testigos. Ahora ya hay patrullas formadas por 10 ó 15 policías, pero ¿qué pueden hacer frente a 400 talibanes bien armados?
Sin embargo, Malik Naveed, jefe policial de la Provincia de la Frontera del Noroeste, de la que es capital Peshawar, no acepta que los talibanes estén ganando fuerza en Pakistán, y concretamente en esa zona. Según sus propios números, en esa provincia ha habido 533 muertos por terrorismo en lo que va del año, frente a los 359 muertos de 2007. También han perdido la vida 154 policías. Pero sostiene que los ataques se deben a que ‘los talibanes están desesperados porque están debilitados y bajo presión’.
Un alto cargo de una empresa transportista, que prefiere quedar en el anonimato, acepta que reciben constantemente cartas y llamadas amenazantes. “Tal vez tenga que renunciar pronto. La guerra está llegando a nuestro país y no es nuestra guerra. El odio contra las fuerzas extranjeras está creciendo día a día a causa de los ataques de Estados Unidos. Vivimos con el alma en vilo”, asegura.
Mientras tanto, en la última semana miles de personas han participado en protestas en las principales ciudades del país para pedir que se corte la ruta de suministros de la OTAN. El partido islamista Jamat-e-Islami las ha convocado. Su presidente, Qazi Hussain, afirma: “Queremos que Afganistán tenga paz y no será así hasta que las fuerzas extranjeras se vayan. También sabemos que esas armas que transportan están siendo usadas contra Pakistán, para bombardear las zonas tribales”.
También la gente que vive cerca de las áreas de transporte tiene cada vez más miedo. Como dice Mohamed Rehan, testigo de uno de los ataques: “Queremos que se vayan de aquí. Vivimos en continuo peligro: la semana pasada un cohete cayó sobre el centro de reuniones del pueblo”.
* De El País de España. Especial para Página/12.
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