EL MUNDO › ESCENARIO
› Por Santiago O’Donnell
No fue un ataque. No fue un castigo. Israel entró en guerra con la Franja de Gaza, una guerra encontró a su rival, Hamas, solo y aislado. Hasta ahora las cifras hablan de una guerra sangrienta y de un aplastante triunfo israelí. Más de cuatrocientos cuarenta palestinos muertos, incluyendo cerca de 180 civiles, en los últimos siete días. Cuatro civiles y cuatro soldados israelíes muertos en el mismo período. La distancia entre las fatalidades de un lado y del otro crece todos los días. Ayer empezó la invasión terrestre.
Más allá del resultado de la guerra, que a esta altura parece cantado, ante las imágenes de muerte y destrucción que llegan desde la franja, uno no puede eludir la pregunta: ¿hicieron falta tantas muertes?
A juzgar por la respuesta de los líderes de los tres mundos, pareciera que sí. Cada cual reaccionó a su manera. Casi todos se mostraron razonablemente preocupados. Pero casi ninguno hizo algo útil para frenar la masacre.
Eso sí: Naciones Unidas pidió un alto el fuego como es de rigor en cada guerra. Sarkozy entró y salió con la liviandad de un fantasma, portando la propuesta de tregua con la que Europa se dio por cumplida. Una Europa que pareció despertar este fin de semana con algunas protestas en sus capitales, pero cuyo símbolo más elocuente en este tema sigue siendo el perfil nulo de su delegado especial para Medio Oriente, Tony Blair.
En la Casa Blanca Bush dio un último hurra, pero el bajo perfil que las circunstancias le demandan lo obligaron a delegar ese mensaje en su secretaria de Estado. Condi Rice mostró preocupación por las víctimas civiles, como corresponde, responsabilizó a Hamas por las víctimas y aprovechó para dar la señal de luz verde a la inminente ofensiva terrestre. India y China escucharon las noticias y cambiaron de canal. Desde América latina apenas se oyó la tibia protesta de Lula en respuesta a los reclamos de la numerosa colectividad árabe que vive en Brasil, y la esperable denuncia de Hugo Chávez, un viejo crítico de Israel.
En Siria, donde Hamas tiene su gobierno en el exilio, la reacción se limitó a un gesto diplomático. En un comunicado, Damasco anunció que se retiraba, por causas de público conocimiento, de la mesa de negociaciones cara a cara que venía manteniendo con Israel en Turquía. El acuerdo de paz en el que venían trabajando, que incluye la devolución del territorio ocupado de Golán, tendrá que esperar un mejor momento. Egipto, la gran potencia sunnita que limita con la franja, dio su aprobación por adelantado en una reunión hace diez días en El Cairo entre el presidente de ese país y la canciller israelí, de la cual Murabak salió diciendo, casi como una formalidad, que Egipto exige respeto por la población civil palestina.
Los otros países sunitas hace años que libraron a Hamas a su suerte. Esto incluye a sus inspiradores y financistas originarios, la familia real saudita, y al reino de Jordania, un firme aliado de Occidente que limita con Cisjordania, el otro territorio palestino.
En Cisjordania, precisamente, gobierna el partido Al Fatah del presidente de la Autoridad Palestina, Mahmud Abbas. En estos días Al Fatah se hace rogar ante los desesperados llamados a la unidad que le hacen los pocos dirigentes de Hamas que quedan vivos y libres. Todos los ataques previos de Israel a los territorios ocupados habían producido la unidad instantánea de las facciones palestinas. Esta vez no fue así. Cuando empezó el ataque israelí, Al Fatah estaba al borde de la guerra civil con Hamas. Abbas, en tanto, fue protagonista del acuerdo de Annapolis de noviembre del 2007 para firmar una paz en Cisjordania, acuerdo negociado con Estados Unidos e Israel, y ahora espera la llegada al poder de Barack Obama para darles nuevo impulso a las negociaciones.
Desde el Líbano, el movimiento Hezbolá llamó a una intifada y denunció por genocida la ofensiva israelí. Nada. En el 2006, durante el último ataque masivo de Israel contra la franja, Hezbolá había abierto un segundo frente al atacar un puesto fronterizo y lanzar una andanada de misiles contra las ciudades de norte israelí, lo cual dio origen a la llamada Segunda Guerra del Líbano. Pero aquel mismo movimiento chiíta que salió a tenderle una mano solidaria a Hamas hace dos años y medio, esta semana no disparó al otro lado de la frontera ni una cañita voladora.
El éxito israelí en la fase inicial de esta guerra de Gaza ha provocado una relectura de la guerra del Líbano, que hasta hace poco la opinión pública israelí daba por perdida. Ahora los medios de ese país señalan que más allá de la propaganda –y del precio político que debió pagar el premier saliente Ehud Olmert– en esa guerra contra Hezbolá se había cumplido el objetivo militar de acallar el hostigamiento desde el sur libanés.
Y así llegamos a la guerra entre Israel y la Franja de Gaza. La lanzó el gobierno israelí, con el apoyo masivo de su población, sin que mediaran circunstancias novedosas que hicieran escalar el conflicto de manera significativa, más allá de algún aumento en cohetería para renegociar una tregua que no venía favoreciendo a los palestinos, en un momento oportuno para los políticos del gobierno israelí, que corrían con desventaja, a un mes y monedas de las elecciones, contra un candidato de mano dura del derechista partido Likud, Benjamin Netanyahu, que prometía derrocar al gobierno de Hamas en la franja, y hacerlo rápido, mediante una invasión militar.
El gobierno israelí dice que tomó la decisión de empezar la guerra para frenar el lanzamiento de cohetes caseros desde la frontera de la franja. Hasta esta semana, los proyectiles lanzados por militantes de Hamas y sus aliados habían causado la muerte a siete israelíes e innumerables heridos, destrozos y sustos, a lo largo de los últimos siete años.
Para los habitantes de la franja fueron siete años de opresión. En enero del 2006 los palestinos eligieron al movimiento Hamas para ocupar la mayoría parlamentaria de la Autoridad Palestina en elecciones que fueron declaradas justas y limpias por todas las organizaciones internacionales. Desde entonces, Hamas gobierna sobre el millón y medio de palestinos que habita la franja, en su mayoría refugiados.
En respuesta a la elección de Hamas, desde el 2007 Tel Aviv somete a la franja a un bloqueo casi total, que ha derivado en una crisis humanitaria.
Otra vez, ¿hacían falta tantos muertos? El argumento que recorrió el encendido discurso de la canciller israelí, Tipzi Livni, para justificar las fatalidades, se ajusta a la Teoría de Guerra Justa. La misma teoría en la que se amparan las potencias occidentales para fundamentar sus acciones bélicas desde los tiempos de Cicerón.
Israel ejerció su derecho a no seguir sufriendo ataques terroristas, dijo Livni. Israel agotó todas las instancias previas sin obtener el resultado deseado.
Sin embargo, bajo la Teoría de Guerra Justa la decisión del gobierno israelí de ir a la guerra podrá ser defendible, pero los medios utilizados no tanto.
Según una carta pastoral de la Iglesia Católica estadounidense de 1983, que resume la corriente doctrinaria, dentro del criterio “jus in bello” que debería regir la conducta en guerra, existe el llamado principio de la proporcionalidad.
“La fuerza debe ser proporcional al mal recibido, y al posible bien que pueda suscitar. Cuanto más desproporcionado es el número de muertes civiles colaterales, más sospechosa será la sinceridad del reclamo de la nación beligerante sobre la justicia de la guerra que pelea”, señala el documento.
Es cierto que en cualquier guerra, invasión o bombardeo algunas muertes civiles parecen estadísticamente inevitables. También lo es que la relación entre civiles y militantes muertos en este conflicto armado no es muy distinta a la de los demás. Y también es cierto que Hamas ya había violado el criterio de “jus in bello” al disparar sus cohetes contra la población civil. Pero nada de eso alcanza para justificar la brutalidad de la respuesta israelí.
A la Teoría de Guerra Justa se opone el artículo “Para una crítica de la violencia”, escrito por filósofo neomarxista judeo-alemán Walter Benjamin. “Toda violencia es, como medio, poder que funda o conserva derechos”, sostiene el texto. Para el caso que nos ocupa, por un lado estaría el derecho a no ser atacado, por el otro el derecho a no ser oprimido.
Para el filósofo de la afamada Escuela de Frankfurt existe una alternativa a las soluciones violentas. Esa alternativa, sin embargo, no puede provenir del Estado, ya que el Estado, para imponer sus derechos, necesariamente debe recurrir a alguna modalidad de violencia, más o menos explícita.
“A los medios legales e ilegales de toda índole, que son siempre todos violentos, es lícito por lo tanto oponer, como puros, los medios no violentos. Delicadeza, simpatía, amor a la paz, confianza y todo lo que aún se podría añadir constituyen su fundamento subjetivo. Pero su manifestación objetiva se halla determinada por la ley que establece que los medios puros no son nunca medios de solución inmediata, sino medios de soluciones mediatas.”
Benjamin murió en 1940 y ya no está para opinar sobre esta guerra, sobre la decisión del gobierno israelí de forzar una solución inmediata para el problema de los cohetes palestinos. Pero es posible imaginarse lo que el filósofo hubiera pensado sobre los medios utilizados. Hubiera pensado que sobran demasiados muertos.
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