Dom 11.01.2009

EL MUNDO  › LAS ESTRATEGIAS DE SALIDA DE OLMERT, BARAK Y LIVNI SOLO COINCIDEN EN LA CONTINUIDAD DE HAMAS

Tres planes para una misma guerra

Más allá del resultado final, Hamas seguirá gestionando asuntos de educación, seguridad interior e infraestructura civil en Gaza. Con suerte, conseguirá también la apertura de pasos fronterizos.

› Por Sergio Rotbart

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esde Tel Aviv

“A veces uno tiene la impresión de que se están llevando a cabo tres guerras distintas: una del premier Ehud Olmert, otra del ministro de Defensa, Ehud Barak, y la tercera de la canciller, Tzipi Livni.” La crítica a la falta de un objetivo claro y compartido en las filas de la troika gobernante proviene de Haim Oron, el líder del partido de centroizquierda Meretz, quien también llama a acordar un cese del fuego inmediato y alerta sobre los “desastres” que seguirán acumulándose, en ambas partes del conflicto, mediante la continuidad de la ofensiva militar en Gaza.

Oron expresó la advertencia antes de que el gabinete de defensa rechazara, el pasado viernes, la propuesta de tregua aprobada por el Consejo de Seguridad de la ONU y decidiera, en cambio, continuar con la invasión terrestre del enclave palestino. Esta medida, justificada por la dirigencia israelí a través del argumento de que “aún no se han logrado los objetivos del operativo”, multiplica los interrogantes acerca de tales objetivos y desorienta incluso a los analistas locales más avezados, que parecen desvelarse por desentrañar cuál es la meta final de esta “guerra contra el Hamas”.

Yossi Sarid, ex dirigente del partido Meretz, no duda en dirigir su crítica mordaz contra el poder político, “que no se detendrá por miedo a que lo impregne la sospecha de derrotismo, o por miedo a que se detenga la tendencia ascendente de mandatos parlamentarios”.

Muchos se preguntan si detrás del anuncio oficial que proclama que el propósito final es “generar un cambio sustancial de la situación de seguridad en el sur del país”, blanco de los cohetes lanzados desde la Franja de Gaza desde 2001, no se oculta una estrategia más grandilocuente, no pocas veces revelada por políticos israelíes (y no sólo de derecha). Ella sería el derrocamiento del Hamas y de su aparato gubernamental en Gaza. Se trata de una intención que le otorga un buen grado de rating electoral a quien la exige a voz en cuello, sobre todo teniendo en cuenta que su promotor está eximido de explicar cuál es el costo de tan atractiva propuesta. Y, de acuerdo con el desarrollo de la actual guerra, está claro que derribar el gobierno del Hamas requiere la conquista prolongada de la franja palestina y, aun luego de la caída del régimen islámico, el establecimiento de una fuerza israelí ocupante.

Más realista es la explicación que asegura que Israel está buscando, mediante el uso masivo e indiscriminado de la fuerza militar, el desgaste del movimiento islamista, a punto tal que esté dispuesto a aceptar un cese de fuego de acuerdo con las exigencias israelíes. Pero este accionar, además del altísimo número de víctimas que provoca entre la población civil palestina, también implica un costo para la propia fuerza ocupante, cuyas bajas irán aumentando a medida que permanezca en Gaza. Y, al final de cuentas, nada garantiza que el Hamas, aun después de recibir un golpe mortal, acepte una tregua diseñada conforme a los intereses de Israel. Más bien, como lo demuestra la historia del conflicto, los islamistas se fortalecen políticamente cuando se extrema la lógica de la confrontación total con Israel. Su reclamo de abrir los pasos fronterizos de Gaza es apoyado por la inmensa mayoría de sus habitantes, que ven en el bloqueo impuesto por Israel desde junio de 2007, cuando Hamas tomó el poder por la fuerza, un castigo colectivo que los obliga a vivir en la escasez y la indigencia extremas.

Israel, por su parte, se niega a revertir el cierre hermético de la franja aduciendo que tal medida será aprovechada por Hamas con el objeto de contrabandear armamentos y explosivos destinados a la fabricación de cohetes disparados contra localidades israelíes. Pero, en realidad, ese contrabando ha prosperado desde 2007 gracias a una verdadera industria de túneles subterráneos construidos en el límite entre Egipto y el extremo sur de la Franja de Gaza. El Hamas se ha valido de ellos no solamente para ingresar pertrechos bélicos, sino fundamentalmente para puentear el régimen de bloqueo y crear una vía de abastecimiento alternativa de productos básicos, desde gasolina, pasando por alimentos y hasta aparatos electrodomésticos. Curiosamente, durante todo ese tiempo Israel no bombardeó los túneles del Corredor Philadelphi, como lo viene haciendo desde el inicio de la actual ofensiva militar.

Varios políticos y analistas aseguran, con un dejo de lamento retrospectivo, que el principal error de la retirada unilateral de Gaza, llevada a cabo por el ex premier Ariel Sharon en 2005, fue haber permitido la salida del ejército de esa zona, ahora considerada el pasaje clave del pertrechamiento proveniente de Irán.

Por eso en la demanda israelí de cese de fuego ocupa un lugar central el despliegue de una fuerza internacional en el Corredor Philadelphi, cuya misión será evitar el contrabando de armamentos desde Egipto a la Franja de Gaza. Pero el presidente egipcio, Hosni Mubarak, aún no está totalmente convencido de que ésa sea la mejor solución para debilitar al Hamas. Más bien preferiría que Israel y la Autoridad Palestina (AP) se ocuparan de la facción islamista inspirada en los Hermanos Musulmanes, su principal enemigo interno. Y, si es posible, fuera del territorio egipcio, incluso manteniendo cerrado el paso de Rafah, cuya apertura provocaría el ingreso masivo de refugiados palestinos hacia el Sinaí.

Pero la posición de Mubarak se ha ablandado desde el inicio de los bombardeos israelíes contra Gaza, y hay analistas que sostienen que las amenazas sobre una posible conquista del enclave palestino estaban destinadas a generar ese cambio del mandatario egipcio. La insinuación de una postergación de la ayuda económica norteamericana también habría contribuido a que Mubarak desistiera en su argumento de que las armas para el Hamas llegaban por vía marítima y no por el territorio de su país.

Pese a su mayor disposición al diálogo, Mubarak no acepta la propuesta de desplegar una fuerza internacional en el lado egipcio del límite. Sea como fuere, en sus manos se encuentra el dispositivo que actuaría como salida de la contienda y del derramamiento de sangre. Luego de meses de haber hecho la vista gorda ante el contrabando de armas a través del Sinaí, Egipto culpó al Hamas por la violación de la tregua y se alineó con Israel. Ahora puede jugar la carta que salve al movimiento del colapso total del gobierno de Gaza.

Por otro lado, la presión indirecta que Tel Aviv puede ejercer sobre El Cairo tiene sus límites. Distintas fuentes han mencionado la posibilidad de conquistar Gaza y derribar al Hamas, lo cual generaría una ola de refugiados palestinos que se amontonarían en el paso fronterizo de Rafah, en el límite con Egipto.

Pero ese escenario requiere el pasaje a una tercera etapa de la invasión terrestre, consistente en el ingreso a la Franja de Gaza de miles de reservistas. Esa etapa, por lo menos hasta ahora, no se ha producido. Tal vez los gobernantes saben que tensar sobremanera la cuerda del enfrentamiento contra el Hamas puede precipitar un daño irreversible en las relaciones israelo-egipcias.

De cualquier manera, todas las propuestas en torno de una nueva tregua cuentan con un denominador común: suponen la continuidad del gobierno del Hamas en Gaza. Tanto la insistencia del premier Olmert en desbaratar el contrabando de armas, como la calma mejorada a la que aspira el ministro de Defensa, Ehud Barak, y la retirada de tropas unilateral promovida por la canciller, Tzipi Livni, todas esas iniciativas toman en cuenta que Hamas seguirá controlando el enclave palestino y gestionando asuntos de educación, seguridad interior e infraestructura civil. Con suerte, los islamistas conseguirán también la apertura de los pasos fronterizos, que estarán controlados por algún tipo de fuerza internacional.

Yair Tzaban, ex ministro de Inmigración en el último gobierno de Yitzhak Rabin, cuenta que en diciembre de 2000, sobre el final del mandato cadencia de Ehud Barak, fue invitado por el premier saliente a conversar en su residencia. Sobre la mesa yacía el libro Una guerra salvaje por la paz: Argelia, 1954-1962, del historiador británico Alistair Horne. Tzaban le comentó a su anfitrión que, en su opinión, todo estadista israelí tenía la obligación de leerlo. Barak coincidió con su interlocutor y agregó: “Con toda la diferencia entre ambos conflictos, el argelino es el más parecido al conflicto que nosotros libramos con los palestinos”. El autor del libro describe que, hasta la firma de una acuerdo de paz, en marzo de 1962, que aseguró la independencia de Argelia, murieron entre 500.000 (según los franceses) y un millón de argelinos (según la versión de los colonizados), más 23.196 franceses. Entre sus conclusiones, Horne señala la siguiente: “Varias veces en la historia de las guerras la muerte de soldados y civiles continúa sin ninguna razón excepto la incapacidad de encontrar una fórmula “honorable” (la apertura de conversaciones que respondan a las garantías que fueron otorgadas para satisfacer necesidades internas)”.

Yair Tzaban se pregunta ahora si el actual ministro de Defensa recuerda lo que le dijo el primer ministro ocho años atrás.

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