EL MUNDO › OPINION
› Por Robert Fisk *
¿A qué le teme Israel? Usar la excusa de “áreas militares cerradas” para evitar la cobertura de su ocupación de la tierra palestina es algo que sucede desde hace muchos años. Pero la última vez que Israel jugó este juego –en Jenin, en 2000– fue un desastre. Imposibilitados de constatar la verdad con sus propios ojos, los periodistas citaban a los palestinos que afirmaban que los soldados israelíes habían cometido una masacre –e Israel se pasó años negándolo–. En realidad hubo una masacre, pero no a la escala que originalmente se informó.
Ahora el ejército israelí está intentando nuevamente la misma condenada táctica. Prohíban la prensa. Mantengan fuera a las cámaras. Hace pocos días, sólo horas después de que el ejército israelí entrara a Gaza para matar a más miembros de Hamas –y más civiles, por supuesto– Hamas estaba informando la captura de dos soldados israelíes. Los periodistas en el terreno podrían haber aclarado la verdad o la mentira sobre esto. Pero al no haber ni un solo periodista occidental en Gaza, los israelíes tuvieron que decirle al mundo que no sabían si la versión era verdadera o no.
Por otro lado, los israelíes son tan inflexibles que las razones para prohibir la entrada a los periodista se entienden muy fácilmente: hay tantos soldados israelíes que van a matar a tantos inocentes, que agregarle imágenes de la matanza sería demasiado. No es que los palestinos hayan ayudado mucho. El secuestro hace meses de un trabajador de la BBC en Gaza por una familia de la mafia palestina –finalmente liberado por Hamas, aunque eso no se recuerda ahora– fue lo que le puso el punto final a la presencia permanente de la televisión occidental en Gaza. Pero los resultados son los mismos.
Allá en 1980, la Unión Soviética echó de Afganistán a todos los periodistas occidentales. Quienes estábamos informando sobre la invasión rusa y su brutal final no podíamos volver a entrar al país –excepto que fuéramos acompañados de guerrilleros mujahedines–. Recibí una carta de Charles Douglas Hume, que era el editor de The Times –diario para el que yo trabajaba– en la que hacía una importante observación. “Ahora que no tenemos una cobertura regular desde Afganistán –escribió el 26 de marzo de ese año–, estaría muy agradecido si no dejas pasar ninguna oportunidad de informar sobre historias confiables de lo que está pasando en ese país. No debemos dejar que los hechos en Afganistán desaparezcan del papel sólo porque no tenemos un corresponsal ahí.”
No debe sorprendernos que los israelíes utilicen la vieja táctica soviética para cegar la visión del mundo de una guerra. Pero el resultado es que las voces palestinas –contrariamente a la de los periodistas occidentales– dominan ahora las ondas magnéticas. Los hombres y las mujeres que están bajo ataques de artillería y aéreos a manos de los israelíes están contando su propia historia por televisión y por radio y en los diarios como nunca lo han podido hacer antes, sin el “equilibrio” artificial que tanto periodismo televisivo impone al reportear en vivo. Quizás esto se convierta en una nueva forma de cobertura: permitir que los participantes cuenten su propia historia. El otro lado de la moneda, por supuesto, es que no hay occidentales en Gaza para repreguntar los sinuosos relatos de Hamas de los hechos; otra victoria para la milicia palestina, entregada en bandeja por los israelíes.
Pero también hay un lado más oscuro. La versión de los hechos de Israel recibió tanto crédito de la moribunda administración Bush que la prohibición a que los periodistas entren en Gaza puede tener muy poca importancia para el ejército israelí. Para cuando podamos investigar, cualquier cosa que estén tratando de ocultar habrá sido superada por otra crisis en la que puedan sostener que están en “la primera línea” de la “guerra del terror”.
* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12.
Traducción: Celita Doyhambéhère.
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