EL MUNDO › UN TESTIMONIO DESDE LA CIUDAD DE GAZA, EN LA TERCERA SEMANA DE OPERACION MILITAR
Un palestino contó que, mientras estaba refugiado con su mujer embarazada en la casa de sus suegros, se enteró de que las fuerzas israelíes están lanzando los misiles donde se encuentra su casa. Después vio los daños a su hogar.
› Por Fares Akram *
Los sonidos de las explosiones y los choques se oyeron toda la noche, hasta el amanecer. Pensamos que los soldados de infantería estaban tratando de adentrarse más en la ciudad desde el sur. En cuanto los disparos de salvas se detenían unos segundo, podíamos oír los motores de los tanques. La Franja de Gaza era ya bastante pequeña cuanto comenzó el conflicto, pero ahora es aún más pequeña después de ser dividida en tres secciones aisladas por el ejército israelí.
Durante los últimos 17 días de ataques, no hubo ni una sola noche sin fuertes ataques sobre Gaza, pero anoche las bombas no pararon salvo por unos pocos segundos, y la aviación, los cañones de artillería y los acorazados disparaban sus misiles hacia Gaza todos al mismo tiempo.
“Está bien, todavía están muy lejos de nosotros”, le dije a Alaa, que está embarazada de nueve meses y debe ir al hospital esta mañana, donde los médicos inducirán el parto de nuestro primer hijo. El problema para Alaa, como para cualquier mujer que esté por parir en Gaza, es que los israelíes no anuncian sus verdaderas intenciones. Hemos estado refugiados en la casa de mis suegros en el medio de la ciudad de Gaza.
Al-Nasser, el área de la ciudad de Gaza en la que estamos, está superpoblado y la gente ha empezado a salir a las calles un poco más. La mayoría está refugiada en escuelas de la ONU, pero no pueden quedarse encerradas todo el día, especialmente los niños.
Aunque hay gente que sale a caminar en la ciudad, hacia el norte, donde se encuentra ubicado nuestro edificio de departamentos, están lanzando los misiles. Alaa se inquietaba. Era difícil tranquilizarla ya que se decía que la torre al-Andalous, un complejo residencial de 14 pisos ubicado a sólo 30 metros de nuestro hogar, había sido impactado.
Cuando amaneció, me apuré para controlar la casa. Al dar vuelta la esquina, vi a montones de personas reunidas bajo lo que quedaba de la torre al-Andalous. La calle estaba llena de piedras, polvo y vidrio. Una mirada a nuestro edificio era suficiente para imaginar cómo estarían las cosas adentro. No quedaba ninguna ventana.
Los residentes de la torre estaban salvando lo que podían de sus dañados muebles y pertenencias. Las escaleras habían desaparecido, de manera que tiraban todo al piso, desde colchones y cubrecamas a televisores, usando una soga. En nuestro edificio, las puertas del ascensor habían sido arrancadas, las puertas de madera del departamento de mis tíos se habían abierto y todo estaba cubierto con polvo y vidrios rotos.
Encontré a mi madre en su departamento, que queda al lado del nuestro: les estaba mostrando a los medios locales la destrucción, incluyendo los marcos de las ventanas que habían caído sobre la cama de mi padre. “Mataron a Adram y ahora están destruyendo las pocas pertenencias que dejó atrás”, decía. Hace sólo 10 días mi padre murió por un ataque aéreo israelí.
Adentro encontré la ropa de bebé que habíamos comprado para nuestra hija. Parece que vamos a estar fuera de nuestro hogar más tiempo que el que imaginamos. Más tarde, Alaa miró con tristeza las fotos que yo había tomado de la destrucción en el departamento en el que habíamos vivido menos de un año. Nunca había esperado, me dijo, que nuestra hija pasara los primeros días de su vida fuera de nuestro hogar, moviéndose de refugio en refugio.
* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12.
Traducción: Celita Doyhambéhère.
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