EL MUNDO › ENTREVISTA CON EL FILóSOFO Y ANALISTA INTERNACIONAL EMIR SADER
Según Sader, la derecha latinoamericana dejó de tener una alternativa para ofrecer y perdió la orientación de Estados Unidos. El experto brasileño señala que los gobiernos progresistas de la región tienen como más férreo opositor a los medios.
› Por María Laura Carpineta
Emir Sader pertenece al reducido grupo de pensadores latinoamericanos que prefieren ver el vaso medio lleno. Aunque en su rostro se nota que no es un ferviente defensor, no le gusta criticar a los gobiernos más moderados de la región, especialmente el de Luiz Inácio Lula da Silva y Cristina Fernández. “La oposición a esos gobiernos no está a la izquierda, sino a la derecha. El intelectual puede decir lo que se le dé la gana, pero la realidad te polariza”, señaló el filósofo brasileño, en su oficina en la sede porteña de Clacso, el centro de estudios latinoamericanos que dirige.
–Usted habla de tres monopolios en América latina: el de las armas, el dinero y la palabra. Este último, según su análisis, es el más sólido.
–Es más que el control de la palabra y la información; es el monopolio de un estilo de vida. Es el estilo de vida Hollywood, que nos dice quién es bueno, quién es malo, qué debemos consumir... nadie le disputa la hegemonía a ese enorme aparato. La mayor fortaleza de Estados Unidos no es su fuerza militar ni su fuerza económica... es su cultura.
–Pero el monopolio de la palabra también se refiere a los grandes medios de comunicación locales.
–Sí. En Brasil casi toda la prensa cotidiana es parte de una oposición sólida al gobierno de Lula. Sin embargo, el presidente tiene 84 por ciento de apoyo y sólo cinco por ciento de rechazo. Para los gobiernos progresistas de la región, los medios son hoy el frente opositor más sólido. En muchos países, Argentina entre ellos, son unos puñados de familias que se pasan las empresas de padres a hijos. Identifican la libertad de prensa con la prensa privada; determinan si un país es democrático si tiene elecciones, partidos políticos y... empresas privadas.
–Ante el aparente debilitamiento de la derecha, ¿esos medios de comunicación están ocupando el rol de opositores?
–¡Es que son políticos! Las derechas latinoamericanas se quedaron sin su Norte. No tienen una alternativa clara para ofrecer y perdieron la orientación de Estados Unidos. Localmente sólo les queda el enfrentamiento con los gobiernos, con el proyecto de integración regional. Como no tienen planteamientos propios, sólo pueden combatir e inviabilizar los avances de los gobiernos, que a pesar de no ser iguales la mayoría comparte un rechazo abierto a los Tratados de Libre Comercio. Además, hoy más que nunca, Estados Unidos no es un buen socio.
–¿No hay posibilidad de un acercamiento comercial con Estados Unidos bajo el nuevo gobierno de Barack Obama?
–Lo que plantearon Obama y Lula en la reunión en Washington fue el saneamiento de los bancos y la expansión del crédito, no la promoción del comercio. Y en la reunión de Trinidad y Tobago tampoco va a ser el tema central. La cumbre va a empezar así: “Good morning mister president... and Cuba?” Ahí veremos qué tipo de estadista es el nuevo presidente norteamericano.
–Para usted, Venezuela y Bolivia están viviendo un posneoliberalismo. ¿Argentina también?
–Brasil, Argentina y Uruguay tienen hoy gobiernos contradictorios. Menem era absolutamente coherente, como lo era Cardoso. Hoy son más contradictorios; heredan modelos y los mantienen en parte. Conservan el modelo financiero, los agronegocios; pero no el modelo económico porque retoman las políticas de desarrollo, que habían sido sustituidas por la estabilidad monetaria. En lo que cambian –política exterior, programas sociales– son mejores. Frente a esto, en Brasil la izquierda adoptó dos opciones. Una es decir que Lula es el mejor administrador de neoliberalismo y, por lo tanto, hay que destruirlo para poder construir una izquierda sana, pura... Esa es una posición derrotada porque pelea contra la realidad. Lula no es Cardoso. La otra posición es que es un gobierno contradictorio, con un sector progresista y un sector conservador. Uno tiene que sumarse a uno de ellos y pelear porque ese predomine. La oposición a esos gobiernos no está a la izquierda, sino a la derecha. El intelectual puede decir lo que se le dé la gana, pero la realidad te polariza.
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