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Elegir entre lo peor y lo menos peor
A pesar de Enron y a pesar de Irak, los votantes estadounidenses se muestran confundidos y apáticos con las elecciones legislativas de la próxima semana. Pero es mucho lo que está en juego: en particular, si habrá piedra libre para todos los planes de Bush.
Por Jonathan Freedland
Desde Washington
Como ocurre en casi todos los países, el foco de atención de la sociedad norteamericana sólo permite un tema grande por vez. Hasta la semana pasada, la obsesión de los televidentes fue la cacería del francotirador de Washington. Luego fue el turno de la final de la “serie mundial” de béisbol –en realidad, una competencia entre dos equipos de California–. Y sólo ahora los norteamericanos podrán concentrarse en un nuevo evento: las elecciones nacionales del próximo martes. Pero no se sienten como un evento nacional. Lo único que se ve es un difuso mosaico hecho de innumerables y pequeñas batallas en busca de un tema.
En cada batalla, el escenario local es decisivo. En Arkansas, un senador republicano “con valores familiares” puede hundirse porque los conservadores cristianos no le perdonan que haya dejado a la que fue su esposa durante 29 años por otra mujer, 14 años menor que él. En Florida, el gobernador Jeb Bush enfrenta a votantes demócratas ansiosos por vengar el desenlace de las elecciones del 2000, que se resolvieron a favor de su hermano. En Minnesota, un gran voto compasivo irá para los demócratas, luego de que el senador Paul Wellstone muriera en un accidente aéreo junto a su esposa e hija el viernes pasado. De haber sobrevivido, podría haber perdido las elecciones; muerto, su partido parece posicionado para ganar.
Las ventajas cambian con cada encuesta. Ambos partidos aceptan que es probable que los demócratas ganen gobernaciones clave de las 36 que se encuentran disponibles, pero el resto está demasiado reñido como para prejuzgar un resultado. Nadie es capaz de pronosticar qué pasará con la delgada mayoría de los republicanos en la Cámara de Representantes, donde cada escaño está en liza el próximo martes. O si los demócratas multiplicarán o perderán la única banca que tienen en el Senado (allí hay 34 puestos disponibles). Ninguno ha podido predecir las tendencias. Algunos dirán que esto siempre ocurrió en las elecciones de mitad de mandato: cuando la Casa Blanca no está en juego, cada guerra es local. Pero eso no es todo. Las últimas elecciones legislativas, en 1998, se convirtieron en un referéndum nacional alrededor del Sexgate. Por entonces, los votantes castigaron a los republicanos por tratar de echar a Bill Clinton de la presidencia. Cuatro años atrás, el péndulo se había desplazado hacia el otro lado, cuando los norteamericanos repudiaban la política de izquierda de Clinton en el sistema de salud y programas contra el crimen.
Esta vez no hay una batalla importante y, según los encuestadores, esto disminuirá el interés de los votantes, lo que podría llevar a una baja participación, incluso para los estándares norteamericanos. Y no ayuda a aclarar el panorama el hecho de que los candidatos se esfuercen por suavizar sus diferencias, en vez de marcar una fuerte división ideológica. En la conservadora New Hampshire, por ejemplo, Jeanne Shaheen elogia la postura de George Bush en Irak y los recortes de impuestos, a pesar de que es la candidata demócrata. En la Arkansas de la Biblia y de la cacería de patos, Mark Pryor reconoce su compromiso con Jesús y las armas, pero también es un demócrata. Mientras, muchos republicanos tratan de sonar como demócratas cuando hablan de servicios públicos y pensiones. La motivación es comprensible: todos quieren estar donde se ubican los votantes, en un centro moderado. Pero la confusión, y por lo tanto la apatía, parecen ser el resultado.
Esto representa una falla para los dos grandes partidos, especialmente para los demócratas. Como “oposición”, ellos tendrían que haber hecho un referéndum sobre la administración republicana, que ha presidido sobre una aguda crisis económica. Después de todo, ése es el tema que normalmente decide las elecciones. El índice Dow Jones se desploma diariamente, junto con la confianza de los consumidores. Con sólo eso, los republicanos harían bien en esconderse por un buen rato. Pero los votantes no parecen verlo de esa forma. “Están preocupados, pero no enojados”, dice elencuestador republicano Ed Goeas. Le echan la culpa a los altibajos del ciclo económico y al 11/9, pero no a la administración Bush.
Puede haber una explicación simple. Durante un año, los republicanos han sido aislados de la rabia, e incluso de las críticas fuertes, por el escudo más poderoso de la política estadounidense: el patriotismo y la seguridad nacional. Después del 11/9, los ataques a Bush y a su partido empezaron a desaparecer. Desde entonces, la unidad nacional se ha prolongado, gracias a que el enemigo cambió de Osama bin Laden a Saddam Hussein. En tiempos normales, y con una economía tambaleante, los demócratas hubieran creado una campaña nacional contra el presidente y se estarían preparando para grandes victorias en las elecciones de la semana próxima. Pero éstos no son tiempos normales. Todos los embates demócratas en asuntos domésticos rebotaron contra el patriotismo y la guerra.
Las elecciones de la semana próxima parecen tan reñidas que algunos candidatos ya están armando equipos de abogados que defiendan sus votos al mejor estilo “Florida 2000”. Bush no tendrá la aplastante victoria republicana que el 11/9 alguna vez hizo parecer probable. Pero tampoco los demócratas pueden anticipar una victoria rotunda, algo que, en tiempos normales y con la economía en baja, el partido opositor siempre tiene garantizado. Cada factor –la guerra y la economía– anula al otro. Pero eso no significa que las elecciones no tengan importancia. Podrán ser parejas o sin grandes temas, pero hay mucho en juego. Incluso si la Cámara queda en manos republicanas, lo que ocurra en el Senado será crucial. Si, como indican las últimas encuestas, los demócratas ganan, pueden ser un gran freno a la presidencia de Bush. Para aquellos que están fuera de EE.UU., un Senado demócrata podría torcer los más locos designios del actual gobierno para el futuro del mundo. Este mes, el Senado autorizó a Bush a utilizar la fuerza contra Irak. Pero con una elección en puerta, muy pocos demócratas se animaron a votar en contra (el fallecido senador Wellstone fue la excepción). Si ganaran las elecciones y obtuvieran una amplia mayoría, los senadores demócratas podrían atreverse a desafiar a la Casa Blanca con más frecuencia.
Pero si los republicanos ganan el Senado, tendrán un control total de los poderes Ejecutivo y Legislativo y el proyecto de Bush procederá sin trabas. A nivel doméstico, eso significará una inundación de jueces conservadores elegidos para los más altos tribunales, incluyendo la Corte Suprema. Fuera de las fronteras estadounidenses, una racha de recortes impositivos que aumentará el déficit presupuestario y una oleada de confianza republicana que no estará confinada a las fronteras de Estados Unidos.
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