EL MUNDO › EL TEMA LE COSTO DOCE PUNTOS EN LAS ENCUESTAS QUE MIDEN SUS NIVELES DE APROBACION
El mandatario estadounidense intentó ser lo más claro posible y repasar punto por punto su propuesta para reformar el sistema nacional de salud, que actualmente deja a cerca de 50 millones de ciudadanos norteamericanos sin seguro médico.
Barack Obama salió ayer a enfrentar a los detractores de su reforma de salud, quienes ya le costaron doce puntos en las encuestas. “Me complace que sean muchos los que están participando con sus ideas. Sin embargo, debería ser un debate honesto, no dominado por falsedades y distorsiones intencionadas difundidas por los que más se beneficiarían si las cosas se mantienen como están”, reclamó el presidente norteamericano en su último mensaje semanal antes de partir de vacaciones. Obama aprovechó el tiempo frente al micrófono para desmentir uno por uno los rumores y las versiones que difundieron la oposición y algunos de los principales medios de comunicación. “Los inmigrantes ilegales no tendrán cobertura; esa idea nunca se ha puesto sobre la mesa. Algunos también están diciendo que, con la reforma, será obligatorio que haya cobertura para abortos. Eso tampoco es verdad”, explicó.
Ayer el mandatario estadounidense intentó ser lo más claro posible y repasar punto por punto su propuesta para reformar el sistema nacional de salud, que actualmente deja a cerca de 50 millones de ciudadanos norteamericanos sin seguro médico. “Cada día, en este país, los estadounidenses se enfrentan a primas de seguro de salud que aumentan a un ritmo tres veces mayor que los sueldos, y a las compañías aseguradoras que limitan la cobertura e incrementan la porción que pagan los asegurados”, aseguró Obama, intentando recuperar los elevados niveles de popularidad con los que contaba hace apenas cuatro meses.
El mandatario puso todo su capital político en esta iniciativa. Viajó a los estados considerados republicanos, participó de charlas en algunas ciudades del interior y presionó a los congresistas y senadores de su partido para que impulsen el proyecto de ley, de ser posible, con el apoyo de los republicanos moderados. Pero al viajar por los estados más conservadores, los dirigentes demócratas se encontraron una oposición feroz, casi radical.
“¿En qué planeta pasas la mayoría del tiempo?”, aseguró, descolocado y enojado, el congresista demócrata Barney Frank durante una reunión vecinal en uno de los llamados estados rojos. Una joven en el auditorio había sugerido que la reforma propuesta por el gobierno nacional estaba basada en la filosofía nazi. Según aseguró, el plan de Obama cubriría la eutanasia para ancianos. Ayer el presidente también desmitificó esa acusación. Explicó que, de aprobarse la reforma, el seguro público para personas mayores cubrirá la consulta de los pacientes con enfermedades terminales que quieran conocer sus opciones para prolongar artificialmente su vida.
Pero todos los esfuerzos de Obama y de los demócratas no parecen suficientes para contrarrestar la efectiva campaña de propaganda de sus detractores. Esta semana el diario Washington Post y la cadena televisiva ABC publicaron una encuesta sobre la popularidad del presidente y el apoyo a su reforma de salud. En los últimos cuatro meses Obama pasó de contar con la simpatía del 69 por ciento de los norteamericanos a conservar la aprobación del 57 por ciento de la población.
Si esas cifras no habían logrado preocupar a la Casa Blanca, el sondeo también registró un aumento del 13 por ciento entre los que rechazan la reforma propuesta por el presidente. Apenas unas semanas de enfrentamiento verbal frente a las cámaras terminaron de polarizar la cuestión. Un 52 por ciento de los estadounidenses están con el gobierno en la discusión, mientras que el 46 por ciento adhirió a los argumentos de la oposición.
Los dirigentes republicanos y sus seguidores en las calles y frente a las cámaras sostienen que si la Casa Blanca logra aprobar su plan, millones de norteamericanos se verán obligados a pasarse al seguro médico del Estado y perderán en calidad y atención. “El Estado quiere poner un burócrata entre usted y su médico”, repitieron una y otra vez congresistas, senadores y analistas políticos conservadores.
Los argumentos no son nuevos y ya resultaron ser muy efectivos en el primer gobierno de Bill Clinton. A los pocos meses de asumir, la entonces primera dama y actual secretaria de Estado de Obama, Hillary Clinton, intentó convencer al Congreso de la necesidad de crear un sistema de salud universal, que garantizara la cobertura gratuita a todos los que no pudieran pagar un servicio privado. Los republicanos reaccionaron con una mezcla de indignación y pavor, y la acusaron de querer infiltrar al país el socialismo. El director norteamericano Michael Moore retrató alguna de las intervenciones más dramáticas de los republicanos en su última película, Sicko.
Más de una década y media después, los republicanos volvieron a utilizar la amenaza del socialismo y, según quedó demostrado en la encuesta de esta semana, artilugio que sigue siendo tan efectivo como a principio de los noventa.
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