EL MUNDO › MILES DE ESTADOUNIDENSES ASISTIERON AL VELATORIO DE EDWARD KENNEDY EN BOSTON
El mayor de los tributos para con la vida y la obra del senador debe haber sido que la ceremonia fue un asunto personal para miles de personas, no sólo para sus familiares y amigos. No todos lograron mantenerse enteros durante la espera.
› Por David Usborne *
Desde Boston
La pompa, por supuesto, estuvo a la altura del embanderado del progresismo del Senado de Estados Unidos. Mientras miles de personas daban pequeños pasitos alrededor del ataúd de Edward Moore Kennedy en la biblioteca presidencial de su hermano mayor, JFK, la guardia de honor se erigía inmutable, casi como estatuas de cera. El resto compartía su silencio.
Hoy el presidente Barack Obama cerrará las ceremonias en conmemoración de Kennedy, quien murió el martes pasado. En la basílica de Boston el mandatario se despedirá por última vez de su amigo frente a tres ex presidentes norteamericanos. Mientras tanto ayer decenas de miles de personas participaron del velatorio y de la “celebración de vida”, según la calificaron sus asesores en el Senado. Después de que su Massachusetts natal lo despida, los restos del hermano del presidente asesinado serán trasladados al Cementerio Nacional de Arlington, en las afueras de Washington.
Anoche, cuando la última persona se despidió frente al ataúd, después de esperar horas, la biblioteca se cerró para la familia y cerca de 40 dirigentes y asesores que acompañaron al senador durante su larga vida política. El ex candidato presidencial republicano John McCain y el vicepresidente Joe Biden dejaron atrás su rivalidad partidaria y se unieron en una oración en honor de Kennedy, con quien compartieron innumerables sesiones en el Senado.
A pesar de toda la coreografía, las frases hechas y las tradicionales ofrendas florales que abarrotaban la biblioteca presidencial, la despedida del senador Kennedy fue profundamente personal y emotiva.
Fue personal para Kara Ann, la única hija del senador, quien también atravesó una lucha contra el cáncer y pudo superarla. Ayer se mantuvo de pie todo el día al lado de los restos de su padre para estrechar la mano de cada una de las personas que hizo cola durante horas para honrar por última vez a su padre. Otros miembros del clan pasaron el día sentados en unas sillas en el costado, contra la pared, mirando a la incesante marea de hombres, mujeres, niños y ancianos.
Pero el mayor de los tributos para con la vida y la obra del senador debe haber sido que la ceremonia fue un asunto personal para miles de personas, no sólo para sus familiares y amigos. Una multitud llegó desde todo el estado de Massachusetts e hicieron cola en la calle. Acompañaron al cortejo que llevó sus restos hasta la biblioteca y luego esperaron para tener sus 30 segundos para una despedida personal con el líder demócrata que marcó una etapa y una forma de hacer política.
No todos lograron mantenerse enteros durante la larga espera. Linda Elsmore, de 54 años, no pudo contener las lágrimas cuando finalmente entró a la sala de conferencia y se acercó a los restos del senador. Una luz pálida bañaba el ataúd, colocado frente a un ventanal que dejaba entrar la imagen del puerto y del centro de Boston. Elsmore se apartó un segundo de la fila para contener su emoción. Cuando estuvo lista se acercó, se persignó y dio su último adiós.
La cara de Elsmore, mientras se alejaba del ataúd, era la de una mujer triste pero orgullosa. Como en todos los funerales, las lágrimas y las sonrisas se mezclan. Y como sucede con mucha gente en Boston, su relación con el senador no era a través de la televisión, sino una real, personal.
Cuando era muy chica, contó, su padrastro dejó a su madre. Estaban solas y sin un centavo. Era 1964 y Teddy ya iba por la mitad de su primer mandato como senador en Washington. Los obituarios aseguran que se volvió un gran senador en la última década, pero la gente como Linda cuenta otra historia.
“Mi madre estaba devastada, pero igual juntó fuerzas y llamó a la oficina de Kennedy y habló con él personalmente”, relató. El entonces joven senador le pasó la llamada a un asesor, quien la asesoró sobre cómo recibir los beneficios reconocidos en el Acta de Asistencia a las Familias con Niños a Cargo, una ley que él mismo había votado. “Más tarde la llamó para ver cómo estaba. Le dijo que se mantuviera fuerte y que todo estaría bien”, recordó Elsmore.
“Uno tras otro, los programas del gobierno estadounidense han afectado mi vida y de más formas de las que me pueda imaginar, y todos ellos llevaban la firma del senador Kennedy”, agregó con una sonrisa y los ojos húmedos. En su mano izquierda tiene una copia del diario de su universidad de 1976. El joven Teddy Kennedy había visitado el campus. Ella estaba allí gracias a las becas que él había logrado aprobar en el Capitolio.
Ese tipo de historias no se limitan sólo a las viejas épocas. Kennedy visitó el campus de la universidad de Doug Wilder hace apenas cinco años. Ayer, mientras esperaba su turno en la cola, recordó el encuentro con el ya veterano senador. “Cuando se acercó a nosotros, nos dijo: ‘No tienen que estar en los titulares para hacer la diferencia’. Nunca olvidé sus palabras y creo que son las que mejor definen su vida”, señaló el joven de 26 años.
Arneda Honicutt coincide. Vestido con una remera del sindicato de bomberos y el logo de una campaña contra el cáncer, el hombre de 65 años recordó las palabras de su abuelo. “Siempre me dijo que los grandes hombres hacen sentir grandes a los que los rodean. Eso podemos decir hoy del senador Kennedy”, aseguró.
* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12.
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