El diplomático estadounidense de mayor rango en la misión de las Naciones Unidas en Afganistán fue despedido ayer luego de discutir con su jefe a propósito de las últimas elecciones presidenciales afganas sospechadas de fraude masivo. La disputa no hizo más que poner de manifiesto las dificultades por las que atraviesan Estados Unidos y sus aliados sobre la forma de lidiar con una ocupación que ya lleva ocho años.

La ONU confirmó ayer que Peter Galbraith, el representante especial de la organización en Afganistán, había sido llamado de vuelta a Nueva York por el secretario general Ban Ki-Moon, en lo que fue el desenlace de una serie de diferencias que hacían imposible que Galbraith continuara en su puesto. Como número dos de la misión, Galbraith estuvo a cargo de la supervisión de las elecciones generales del pasado 20 de agosto que revalidaron a Hamid Karzai como presidente afgano. Sin embargo, su insistencia en llevar adelante una investigación a fondo sobre las denuncias de fraude masivo lo enfrentó con su jefe Kai Eide, la cabeza de la misión de la ONU en Kabul. Eide, a diferencia de Galbraith, favorece una postura menos confrontativa, más cauta de cara al gobierno afgano. A esta altura, Galbraith ya se había convertido en una persona non grata para el gobierno afgano. El choque entre ambos funcionarios terminó de dividir a la misión de la ONU. Ni Galbraith ni Eide intentaron siquiera disimular sus diferencias. “El desacuerdo fue sobre cuán activa debía ser la ONU en su objetivo primordial de garantizar unas elecciones libres y justas”, se despachó Galbraith en una entrevista radial. “No por nada la misión no despierta mucha simpatía entre muchos afganos”, remató.

El anuncio del despido de Galbraith representa no sólo una victoria para Eide, sino también para Hamid Karzai. Lo que sucedió terminó de demostrar que EE.UU ni siquiera se permite cuestionarlo.

* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12.