EL MUNDO › PERFIL DEL TERRORISTA
› Por Andrew Johnson
y Emily Dugan *
Con su riqueza y su educación privilegiada en una de las universidades británicas más prestigiosas, Abdul Faruk Abdulmutallab tenía al mundo a sus pies y podía elegir entre infinitas opciones para dejar su impronta en la sociedad. Sin embargo, el hijo de uno de los referentes de Nigeria optó por impactar de una manera muy diferente. Se ató un paquete de explosivos en la pierna o, quizá, se lo habría implantado en el muslo, en un intento por explotar un avión de pasajeros cuando se acercaba al aeropuerto de Detroit en Navidad.
Ayer se difundió una extraña imagen del fallido atacante suicida. Abdulmutallab, de 23 años, vivió una vida sin demasiadas dificultades, y durante los tres años que estudió en Londres se hospedaba en un departamento valuado en 3,2 millones de dólares. Tenía una hoja de vida muy diferente de la mayoría de los reclutas de Al Qaida que optan por el martirio.
Su padre, Umaru, fue ministro de Economía de Nigeria y a principio de este mes se había jubilado de su cargo como director del First Bank of Nigeria. No obstante, aún conserva su asiento en varios directorios de algunas de las principales empresas en su país, incluyendo Jaiz International, un miembro del holding del Banco Islámico. El referente económico de 70 años, quien también estudió en Londres, obtuvo a lo largo de su carrera las medallas de Comandante de la Orden del Níger y la Orden del Mérito Italiana.
Según le habría dicho a Scotland Yard, él mismo le había advertido hace seis meses a las autoridades estadounidenses sobre las posturas extremas de su hijo. Quizá por eso los medios norteamericanos sostenían ayer que Abdulmutallab ya se encontraba dentro de una lista de seguridad. Sin embargo, sus antiguos compañeros de universidad no mostraron más que sorpresa cuando los medios difundieron su nombre y su foto. Lo recuerdan como un estudiante tranquilo y poco comprometido, y como un musulmán devoto, aunque no radical.
“Estábamos en la misma clase y trabajamos juntos en varios proyectos”, contó Fabrizio Cavallo Marincola, uno de sus ex compañeros de ingeniería mecánica en la University College de Londres. “No diría que era especialmente brillante ni nada por el estilo. Siempre hacia lo mínimo indispensable, como aparecer en las clases”, agregó el joven que lo recordó como Biggie.
“Era muy religioso –continuó Cavallo Marincola–. Siempre que estábamos estudiando paraba todo para rezar. Se lo veía muy tranquilo. Era bastante silencioso y no socializaba mucho ni le conocíamos una novia. Pero me sorprendí mucho cuando lo vi en los noticieros... Nunca me hubiese imaginado a él haciendo algo así”, relató.
Su familia en Nigeria, en cambio, habría conocido su otra cara. Después de la universidad, Abdulmutallab había cortado toda relación con su familia y había desaparecido del mapa. Algunos informes de inteligencia lo situaron en Egipto y Dubai, aunque no está confirmado. “Creo que estuvo en Yemen, pero aún estamos investigándolo”, comentó ayer su padre.
Según una fuente, el veterano economista estaba devastado, pero también sorprendido de que las autoridades norteamericanas no le hubieran hecho caso. La misma fuente aseguró que Abdulmutallab había comenzado a expresar sus ideas radicales desde temprano, en la Escuela Internacional Británica en Togo, en donde habría intentado convertir a varios de sus amigos.
Un funcionario británico que sigue el caso confirmó a este diario que el joven nigeriano estaba en la lista de sospechosos de mantener vínculos con grupos terroristas hace, al menos, dos años. En esa lista, Estados Unidos ya acumula 550 mil nombres.
* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12.
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