EL MUNDO › OPINIóN
› Por Immanuel Wallerstein *
El Grupo Negro en el Congreso (Congressional Black Caucus) se ha vuelto más y más impaciente con el presidente Barack Obama, y este desgaste político se filtra ahora a la prensa. Los miembros del caucus sienten que Obama no le ha prestado suficiente atención al hecho de que las actuales dificultades económicas han tenido un impacto mayor entre los afroamericanos y otros grupos minoritarios que en el resto de la población, y que por tanto algo más debe hacerse en su favor. Se ha citado al reverendo Emanuel Cleaver cuando dice: “Obama ha intentado desesperadamente mantenerse fuera de lo racial y todos nosotros entendemos lo que está haciendo. Pero cuando un número tan desproporcionado de afroamericanos está desempleado, sería irresponsable no dirigir atención y recursos a la gente que está recibiendo el mayor nivel de penurias”.
El papel de Obama como hombre negro ha sido un asunto importante y muy discutido desde que declaró en 2007 su candidatura a la presidencia. Al principio, Obama no recibió el respaldo entusiasta de los políticos negros en Estados Unidos. Muchos de ellos habían apoyado públicamente a Hillary Clinton. Hubo algunas discusiones en los medios afroestadounidenses acerca de si Obama era lo suficientemente negro.
Las dudas cambiaron radicalmente tras las convenciones de Iowa en enero de 2008, las cuales ganó Obama para sorpresa de la pluralidad de la gente. Iowa es un estado abrumadoramente blanco. El hecho de que Obama hubiera logrado ahí un respaldo significativo envió un mensaje a los políticos afroestadounidenses de que había posibilidades de ser electo. La idea de que, tras tanto tiempo, por fin un negro podía convertirse en presidente de Estados Unidos resultó ser una consideración primordial para los afroamericanos, no sólo para los políticos sino para la población afroestadounidense en general.
Para cuando fue electo, había recibido virtualmente el respaldo entusiasta de todos los negros de Estados Unidos, ricos y pobres, jóvenes y viejos. Las lágrimas de júbilo eran genuinas, y los niños afroestadounidenses en edad escolar dijeron que eso demostraba que era posible que ellos aspiraran a cualquier objetivo que desearan.
La cuestión es cómo logró Obama los votos para ganar. No podría haber ganado solamente con los votos de los afroamericanos, aun si todos los votantes autorizados hubieran votado por él. Además del núcleo de votantes demócratas confiables, obtuvo los sufragios de tres grupos cuyos votos eran previamente inciertos. El primer grupo fue el de aquellos que normalmente no votan para nada (muchos afroestadounidenses, sobre todo los menos educados y los más pobres, además de muchos votantes jóvenes, tanto blancos como negros). El segundo grupo fue el de aquellos votantes a mitad del camino (localizados con mucha frecuencia en comunidades suburbanas, que son en gran medida blancos). El tercer grupo son los obreros blancos calificados que en décadas recientes habían desertado del Partido Demócrata debido a su visión en torno de cuestiones sociales (y que con frecuencia expresaban abiertamente sentimientos racistas).
Si Obama obtuvo los votos de estos dos últimos grupos (los votantes suburbanos a mitad del camino y los obreros blancos calificados a quienes pudo convencer de regresar del Partido Republicano) fue precisamente porque se persuadieron de que no era un iracundo hombre negro. Se presentaba a sí mismo como es en realidad: un político de centro, bien educado, pragmático y con aire de muy calmado. Mantuvo esa personalidad no sólo durante su campaña sino también desde su elección.
Lo que ahora sucede es que los políticos afroamericanos se están dando cuenta de que hicieron un trato fáustico. Lograron el valor simbólico de romper la barrera racial hacia el puesto de elección más alto en Estados Unidos al respaldar a un candidato negro que ha intentado desesperadamente mantenerse fuera de lo racial. Obama ha hecho esto por dos razones. En parte porque es de hecho su verdadera personalidad y su compromiso de toda la vida. Pero también mantiene esta personalidad porque, como político, le resulta esencial para su reelección en 2012 y para la continuidad de la elección de suficientes miembros demócratas del Congreso que hagan posible que logre su agenda legislativa.
Si ésta fuera la única cuestión en torno de Barack Obama y su relación con los afroestadounidenses podría pensarse que es de importancia marginal en el proceso histórico de largo plazo. Pero esta situación es meramente de hecho una instancia en un punto político más general por todo el mundo.
Las líneas divisorias de agua son un elemento importante de la política mundial. La elección de alguien procedente de un grupo que antes no se le había permitido aspirar a un puesto así en algún país es muy importante. Piensen en el júbilo y el progreso que implicó la elección de Nelson Mandela al llegar a ser el primer presidente negro de Sudáfrica; o Evo Morales, el primer presidente indígena de Bolivia; o aquellas mujeres que llegaron a ser las primeras presidentas en los países musulmanes. La elección de Barack Obama como primer presidente afroestadounidense de EE.UU. fue la misma clase de acontecimiento. Todos éstos fueron sucesos políticos cruciales, y su importancia no debe nunca subestimarse.
Sin embargo, las victorias simbólicas deben traducirse en cambios reales, o eventualmente pueden dejar un sabor amargo. Qué tanto cambio real puede traer un líder así depende en parte de sus propias prioridades, pero también de las restricciones políticas particulares del país en cuestión.
En el caso de Estados Unidos, el margen de maniobra de Obama es bastante reducido. Las pocas veces que ha reaccionado como hombre negro, ha perdido de inmediato el respaldo político. Esto ocurrió durante la campaña, cuando salieron a la luz algunas aseveraciones incendiarias de su pastor en la iglesia de Trinity en Chicago, Jeremiah Wright. La reacción inicial de Obama fue hacer un discurso sofisticado acerca de la raza en la vida estadounidense. En éste dijo: “No puedo negarlo más (a Jeremiah Wright) de lo que podría negar a mi abuela blanca”. Pero, poco después, Obama tuvo que retractarse y de hecho negar a su pastor, renunciando a su parroquia.
Esto ocurrió de nuevo después de su elección, cuando el profesor afroamericano Henry Lewis Gates, de Harvard, fue arrestado tras entrar en su propia casa forzando una abertura que se había trabado. Ya estando en su casa, un oficial de policía blanco lo provocó y, después de alguna interacción, fue arrestado por conducta revoltosa. La reacción inicial de Obama fue decir que el oficial había actuado estúpidamente. Hubo reacciones políticas adversas y Obama invitó a ambos hombres a la Casa Blanca para que sostuvieran una reunión amigable.
Para Obama, la lección es clara. No puede, bajo ninguna circunstancia, darse el lujo político de ser visto como un presidente negro. Y esto significa que está constreñido de hacer y decir cosas que un presidente blanco con las mismas ideas políticas estaría deseoso de hacer o decir. En el contexto estadounidense de hoy, ser un presidente afroestadounidense se vuelve una desventaja política, al tiempo que es también un logro simbólico. Obama se da cuenta de eso. El Grupo Negro en el Congreso reconoce eso. La cuestión es qué cosa harán acaso Obama o el Grupo Negro, o pueden hacer al respecto.
De La Jornada de México.
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