EL MUNDO › FUE DESTRUIDA CASI POR COMPLETO Y PERMANECIó CINCO DíAS SIN ASISTENCIA, HASTA QUE LLEGó UNA MISIóN ARGENTINA
Es la ciudad más cercana al epicentro del terremoto. Hubo entre 20 y 30 mil muertos. Hace tres días se instaló allí un equipo de médicos argentinos para brindar socorro junto a los Cascos Blancos. Fue la primera ayuda que llegó al lugar.
› Por Emilio Ruchansky
Treinta kilómetros al oeste de Puerto Príncipe existe una ciudad llamada Leogane que también sufrió el terremoto que devastó la capital de Haití pero durante los cinco primeros días no recibió socorro alguno. Es la ciudad más cercana al epicentro del terremoto. Allí se estableció desde hace tres días el equipo de médicos argentinos junto a los Cascos Blancos de la Cancillería por pedido de la Organización Panamericana de la Salud. Se calcula que hay entre 20 y 30 mil muertos. “Desde que llegamos atendimos 200 pacientes por día, no damos abasto, esto es un infierno”, reconoció ayer, vía telefónica, el hombre a cargo de esta misión, Gabriel Yve, de la Dirección Nacional de Emergencias de Salud.
El equipo argentino que atiende en esta ciudad que solía tener 100 mil habitantes está compuesto por 17 personas entre médicos y auxiliares de Cascos Blancos. “Leogane fue uno de los lugares más afectados por el terremoto, dicen que el 90 por ciento de la ciudad está destruido y la verdad es que nuestra misión fue la primera ayuda humanitaria y de asistencia médica en llegar. El primer día casi no dormimos. Tuvimos de todo: pacientes con politraumatismos, con fracturas comunes y expuestas y nos tocó hacer varias amputaciones en los domicilios de los pacientes, si es que tenían”, asegura Yve.
De momento, ya son 600 las personas atendidas en este hospital improvisado en una cancha de fútbol, detrás de la sede la Minustah (la misión de la Naciones Unidas) perteneciente a Sri Lanka. Allí instalaron tres carpas: una de atención, otra de internación grave y la última de observación y evolución de los pacientes. Los casos graves deben ser trasladados a Puerto Príncipe porque el único hospital que existía en Leogane quedó totalmente arruinado. De a poco, comenta Yve, comenzó a llegar la ayuda de distintas ONG que proveen agua y alimentos a los sobrevivientes. “La mayoría de la gente está viviendo en la calle y durante los primeros días tuvieron que rescatar a las víctimas como podían”, asegura el médico consultado por este diario.
El sábado, junto a esta misión argentina, llegaron algunos integrantes del Programa Alimentario Mundial para repartir galletitas nutritivas. También fueron algunos médicos cubanos para instalarse en el lugar, donde una empresaria local llamada Michell Moscoso ofrece el terreno de su fábrica para ubicar otro centro médico, sala de urgencia o lo que fuera. Los propios médicos haitianos armaron una sala en un galpón de lo que quedó del derrumbado hospital. “De todas formas, los que llegan recién están haciendo un reconocimiento del área”, dice Yve.
Durante las primeras horas del contingente en Leogane, que llegó el sábado en el primer avión Hércules argentino, la situación de nerviosismo entre las víctimas era extrema. “Se acumulaban por todas partes y entre los pacientes se veían las cosas más inesperadas... ¡Pasaron cinco días sin ser atendidos!”. Por suerte, agrega, con el paso del tiempo bajó la ansiedad: “La gente se alivió al saber que íbamos a quedarnos, que podían volver si estaban bajo algún tratamiento”. Cuando el contingente argentino pisó esas tierras, los equipos de rescate recién comenzaban a trabajar en el centro.
Ayer, ciento treinta marines estadounidenses llegaron a esta ciudad costera en helicópteros y aterrizaron en una pradera. La gente quedó sorprendida por el despliegue tras tanto olvido. Los soldados hicieron una ronda y el sargento Clausel Barthoud habló en creole, la lengua más popular de Haití: “Estamos aquí para ayudarlos, les brindaremos comida pero deberán ordenarse para la distribución”. Los presentes pidieron que la entrega fuera en ese mismo momento, pero Barthond pidió paciencia: “Esperen un poco, es por su seguridad, deben respetar la disciplina, ser disciplinados”.
Habría otros 1300 marines (algunos dicen que son 800) que llegaron en el anfibio Bataan y hoy llevarán comida y agua con los vehículos terrestres que carga la nave que los trae. Una vez instalados, serán relevados por una misión canadiense para que los marines puedan seguir camino hacia otras localidades tan castigadas como ésta. De momento, la seguridad en la ciudad corre por cuenta de las oficinas de la ONU, que allí están bajo el mando de Sri Lanka.
Gabriel Yve no está al tanto de estas noticias y reconoce que se entera por los propios periodistas que lo entrevistan. En estos tres días no salió del campo de fútbol hecho hospital. “Quiero que destaquen lo unido que está este grupo –pide el funcionario–. Si los médicos podemos trabajar sin parar es gracias al personal de logística de los Cascos Blancos, que nos proveen todos los insumos necesarios: la comida y los medicamentos, principalmente, y trasladan a los heridos y también a los muertos.”
El caso más urgente que recuerda este médico acaba de ocurrir. Es un bebé de dos meses traído por su madre y que llegó casi muerto tras sufrir un paro cardíaco. “Lo resucitamos y ahora está tomando de la teta de su madre. Además atendimos tres partos. En medio del horror hay momentos felices que nos traen alivio y nos entusiasman”, dice Yve, cirujano de profesión.
Mientras tanto, alrededor de 200 personas que andaban deambulando por las ruinas de la ciudad se establecieron al lado del campamento argentino y recibieron pastillas potabilizadoras de agua, traídas en los aviones que envió el gobierno argentino. Por las noches, los haitianos cantan sus plegarias muy cerca de las carpas donde duermen los argentinos. Los atrasados equipos de rescate siguen sacando cadáveres.
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