EL MUNDO › OPINIóN
› Por Atilio A. Boron
En el día de hoy se reunirá con la presidenta Cristina Fernández de Kirchner el primer ministro de la República Socialista de Vietnam, Nguyen Tan Dung, quien vendrá acompañado de una nutrida delegación compuesta por varios ministros y viceministros. Antes, en 2004, había llegado a nuestro país el presidente de Vietnam, aprovechando su presencia en la reunión de la APEC que había tenido lugar en Chile. En esa oportunidad ambos presidentes firmaron 25 convenios de cooperación en distintas esferas. Sin embargo, desde el punto de vista protocolar la visita no tuvo un final feliz, porque a la cena preparada en honor del ilustre visitante faltó sin previo aviso nada menos que el anfitrión, el presidente Néstor Kirchner, súbitamente afectado por una enfermedad. El canciller Rafael Bielsa se limitó a recibir al presidente vietnamita en las puertas del Palacio San Martín y la atención del mismo recayó sobre el vicepresidente Daniel Scioli. En fin, gestos propios de la dirigencia de un país que tradicionalmente se ha manejado con ideas muy primitivas acerca de cómo es y cómo funciona el mundo más allá de sus pequeñas aldeas de origen. Fuimos muchos los que nos sentimos avergonzados ante el desaire del que fue objeto el representante de un pueblo como Vietnam, cuyo heroísmo ejemplar había despertado la simpatía y la solidaridad de millones de argentinos. Un pueblo que en 1975 le infligió una derrota humillante a la agresión estadounidense, pagando por ello un costo que asciende a poco más de tres millones de muertos y gran parte de su territorio devastado por el sistemático bombardeo con napalm y agente naranja ordenado por el bandido Richard Nixon –quien por serlo fue destituido de su cargo– y su criminal consigliere, luego galardonado como Premio Nobel de la Paz, Henry Kissinger. Un pueblo que fue agredido por negarse a aceptar el modelo de “democracia” que Estados Unidos quiere imponer en todo el mundo y que ahora ha tratado de instaurar en Irak y en Afganistán, con los resultados ya conocidos, y que, por otras vías, pretende implantar en Cuba, Venezuela, Bolivia y Ecuador, todo lo cual refuerza nuestra admiración por la valentía con que Ho Chi Minh y los suyos defendieron el honor y la autodeterminación nacionales.
Por suerte, hoy podremos reparar aquel gesto y sentar las bases para desarrollar las relaciones económicas, sociales y culturales con un país importante, no sólo por su historia y sus hazañas militares (en un lapso de medio siglo derrotó sucesivamente a los imperialistas japoneses, franceses y norteamericanos), sino por el respeto que concita en todo el mundo y su creciente gravitación en la economía mundial. Vietnam cuenta con 87 millones de habitantes, y su territorio es un poco más grande que el de Italia. En fechas recientes, el desempeño económico de Vietnam sólo ha sido superado por el de la China: la tasa promedio del crecimiento del PIB en los últimos veinte años bordea el 8 por ciento; sus exportaciones oscilan en torno de los 65.000 millones de dólares anuales y en el año 2008 las inversiones externas ascendieron a 64.000 millones de dólares, pese a las estrictas regulaciones que rigen para controlar sus actividades. Siendo un país con una agricultura destruida por los bombardeos e incapaz de producir lo necesario para su alimentación, hoy es el segundo exportador mundial de arroz.
Esta formidable recuperación económica se produjo pese a la terrible devastación producida por la guerra y a las penurias de la posguerra y la reconstrucción. Pese a ello, la ejemplar democracia del Norte se ha negado a entablar cualquier conversación en torno de las reparaciones de guerra. Muchos ex combatientes norteamericanos iniciaron juicios en los tribunales de Brooklyn (Nueva York) contra Washington por los perjuicios ocasionados por el agente naranja, obteniendo un fallo favorable en primera instancia. Luego la sentencia fue revocada por la Cámara, y el fiscal sostuvo que la misma erigía límites inaceptables a los márgenes de maniobra que debía preservar la Casa Blanca en una guerra. Sin embargo, pese a que la causa fue archivada, cada año la Veterans Administration gasta millones de dólares en la atención de los ex soldados que lucharon en Vietnam y fueron afectados por el agente naranja. Aun así, ni la Casa Blanca ni el Congreso quieren hacerse cargo de los daños causados por la guerra a la población vietnamita. Este es el primer caso en donde un país derrotado se abstiene de pagar reparaciones por las agresiones causadas a su vencedor. Por eso los amigos de ese pueblo están tratando de organizar algo parecido al Tribunal Russell o explorando la posibilidad de que sea la Justicia de algunos países europeos la que tome el asunto del genocidio cometido contra Vietnam en sus manos. Pero dada la conocida genuflexión de los gobiernos europeos ante Washington, tal cosa no parece demasiado probable. Algunos esperaban que al recibir el Premio Nobel de la Paz el presidente Barack Obama enviase una señal a los vietnamitas, dando a entender que por lo menos estaba dispuesto a comenzar a conversar sobre el asunto. Hasta ahora esa señal no ha llegado.
En esa durísima reconstrucción económica y social, el gobierno de Vietnam tuvo un éxito extraordinario en la reducción de la pobreza: si en 1986 ésta afectaba al 75 por ciento de su población, en la actualidad no llega al 10 por ciento, y de proseguir esta tendencia, en menos de cinco años estará totalmente erradicada. Los neoliberales atribuyen este éxito a la aplicación de las políticas de apertura económica, pero lo cierto es que el papel crucial en esa notable reducción de la pobreza lo jugaron –y sigue jugando– la amplia red de servicios sociales básicos en salud, educación, vivienda y seguridad social que garantiza el Estado socialista de Vietnam con total independencia de la lógica del mercado. No es éste el que decide si alguien come, se educa y se cura, sino que son las políticas públicas del socialismo las que aseguran que tal cosa ocurra. Por eso, en Vietnam no se ven mendigos, ni niños de la calle, ni gente revolviendo en tachos de basura o descalzas y durmiendo en la calle. Las lacras producidas por el Consenso de Washington no existen en Vietnam. Ojalá que esta visita sirva para relanzar las relaciones con tan entrañable país.
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