Sáb 21.12.2002

EL MUNDO  › DETRAS DE LA RENUNCIA DE TRENT LOTT AL LIDERAZGO DEL SENADO

Sureño, blanco, masculino y racista

Trent Lott renunció ayer al liderazgo de la mayoría republicana en el Senado. Fue por un comentario racista. Esta nota cuenta cómo es su estado, Mississippi, donde el viejo sur sigue vivo.

Por Julian Borger *
Desde Oxford, Mississippi

Los días universitarios del senador Trent Lott transcurrieron en la Universidad de Mississippi, la sede de aprendizaje más histórica del Sur Profundo, comúnmente llamada Ole Miss, lo que de por sí dice mucho acerca del lugar. Es un término cariñoso y el nombre que daban los esclavos a la dueña blanca de la plantación. El edificio central, el Liceo, fue una vez un hospital de la Guerra Civil y se encuentra frente a un círculo de césped que rodea un monumento a los muertos de la Confederación. La bandera de Mississippi que flamea entre ambos muestra todavía desafiantemente el emblema rebelde –estrellas sobre una cruz diagonal– que evoca días de gloria para muchos blancos del lugar, y esclavitud para sus negros.
Fue aquí que, en 1962, ocurrió un hito en la historia del sur. Cuando el primer estudiante negro llegó a clase, hubo disturbios y el presidente Kennedy despachó más de 30.000 tropas. Los pilares neoclásicos del Liceo muestran hoy las marcas de las balas disparadas durante la llamada Batalla de Oxford, tal vez como un signo de que en Mississippi la Guerra Civil nunca terminó del todo. Como un nuevo signo de que las heridas de la división racial son aún profundas, Lott anunció ayer que su batalla de dos semanas de duración para retener su posición como líder de la mayoría del Senado había terminado y que su renuncia se haría efectiva el 6 de enero. Finalmente ha quedado consignado a la misma historia de la que pareció incapaz u opuesto a escapar. Las heridas de Lott, como él mismo lo ha admitido varias veces, son autoinflingidas. Este mes, en el 100º cumpleaños del otra reliquia del viejo Sur, el senador Strom Thurmond, Lott sugirió que Estados Unidos estaría mejor si el viejo hubiera ganado la presidencia en 1948, lo podría ser una declaración buena y noble excepto por el hecho de que Thurmond se presentó a elecciones como un segregacionista. El clamor resultante derivó en preguntas apremiantes, especialmente la de si Lott es un líder adecuado para el nuevo, “inclusivo” Partido Republicano. También lleva a preguntarse cuánto ha cambiado realmente Mississippi. William Faulkner, posiblemente el más grande novelista norteamericano, que vivía a menos de dos kilómetros de distancia y trabajó una vez en Ole Miss cuando su director de correos murió sólo meses antes de la Batalla de Oxford, había visto el problema que se avecinaba. “El sur está armado para una revuelta –escribió Faulkner–. Esta gente blanca aceptará otra guerra civil sabiendo que van a perder”. En el sur, advirtió Faulkner, “el pasado nunca está muerto. Ni siquiera es pasado”.
En Ole Miss –durante generaciones la puerta al poder en el estado más pobre de la Unión–, el 13 por ciento de los estudiantes es negro. La bandera de batalla de la Confederación da ha sido removida del estandarte de la universidad y de los eventos deportivos de Ole Miss. Sin embargo, todos estos cambios han sido introducidos en los últimos cinco años por un funcionario reformista, Robert Khayat, un líbano-americano. La transformación todavía es frágil y superficial. Aún ahora, la banda de la universidad toca el himno confederado, Dixie, que es para muchos es un icono reaccionario. Algunos de los músicos negros rutinariamente bajan sus instrumentos en lugar de tocar.
Sigma Nu, la vieja fraternidad de Lott, que él luchó para mantener segregada, es todavía abrumadoramente blanca, aunque los negros tienen una fraternidad propia. “Hay muchas cosas que aquí todavía se hacen por separado, porque la gente se aferra a lo que conoce –dice Brian Haynes, el jefe del Sindicato de Estudiantes Negros–. Pero Ole Miss ha progresado enormemente. No es el lugar que los de afuera piensan que es”. Por cierto, no hay comparación posible entre la institución de hoy y la Ole Miss del 30 de septiembre de 1962, cuando James Meredith insistió en registrarse para estudiar y al hacerlo cambió la historia del sur. Dos personas resultaron muertas esa noche. Meredith, el héroe y figura central en ese encuentro, ahora maneja un negocio de reparaciones de automóviles en Jackson, a unas tres horas de auto al sur de Oxford. En lo que a él respecta, el caso Lott volvió a encender la batalla que libró durante 40 años. “Creo que el debate que comenzó el senador Lott es el debate más importante desde 1962 o quizás desde la década de 1850 –dice Meredith–. La cuestión es, ¿soy un ciudadano o no soy un ciudadano de este país?”. Meredith estaba en la misma clase que Lott. Hace tres años, visitó al senador y le preguntó directamente si todavía creía en la supremacía blanca. “Realmente, no me contestó”.
Por lo que se refiere a Meredith concierne, el jurado todavía está deliberando respecto a su pregunta. Mississippi claramente no es ya el lugar que Martin Luther King describió como “un estado del desierto ahogándose en el calor de la injusticia y la opresión”. En 1962, sólo 8.000 negros estaban registrados para votar. Ahora Mississippi tiene más representantes negros electos que cualquier otro estado en el país. Pero los comentarios del senador han hecho repensar a muchos negros algunas de sus presunciones sobre las verdaderas actitudes debajo de la aparente gentileza de los blancos del sur. “A la gente que piensa que Mississippi ha cambiado esto le despierta una duda para decir, bueno, quizás no haya cambiado. Se puede evitar que la gente haga flamear la bandera, pero no la forma en que piensan,” dijo Haynes.
Todas las ambigüedades e incertidumbres de la Mississippi moderna estaban a la vista en el juego de basketball de Ole Miss esta semana. Casi todos los jugadores con los colores de Mississippi en la cancha eran negros, alentados por un público multirracial que se mezclaba libremente en las colas de panchos. Pero sobre la cuestión de Lott, la multitud se dividía a lo largo de líneas raciales. Steve Robinson, junto con cada uno de los otros hinchas negros del basketball a los que se les preguntó, dijo que el senador debería renunciar y que había revelado profundas líneas de falla subyacentes en la vida diaria de Mississippi. La mayoría de los blancos creían que el Senador Lott simplemente hacía cometido un error -”Debería haber mantenido su boca cerrada”, era el comentario más común–, y que debía mantener su puesto. Aún grupos extremos como el Consejo de Ciudadanos Conservadores, el sucesor del Consejo de Ciudadanos Blancos de la era de los derechos humanos, han moderado su lenguaje, y ganado el apoyo del Senador Lott. Pero el líder del consejo, Gordon Baum, está furioso con el senador, no por sus declaraciones sino por sus subsiguientes disculpas en las que Lott declaró apoyar políticas progresistas tales como la acción afirmativa. “Ahora la gente en su propio Estado está enojada con él –dice Baum–. Esta gente es dura y tiene creencias fuertes”.
El Partido Republicano ha dominado la política del sur desde la década de 1960. Antes de eso era considerado como el partido de Abraham Lincoln y el ejército unionista, apoyado en el sur sólo por negros. Estas fidelidades se invirtieron en el fragor de la lucha por los derechos civiles. Los negros se pasaron a los demócratas. Los blancos del sur, como Lott, desertaron en manada hacia los republicanos. Para mantener su ascendencia en el sur moderno, sin embargo, el Partido Republicano tiene que apelar simultáneamente a los conservadores del sur, a los blancos moderados de los suburbios y a una significativa minoría de negros. Es una estrategia que requiere un cierto grado de ambigüedad sobre el pasado y ésa es la ambigüedad que la indiscreción de Lott ha hecho trizas.

* De The Guardian de Gran Bretaña. Especial para Página/12.

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