Jue 02.01.2003

EL MUNDO  › OPINION

Lo que enseña la historia

Por Atilio A. Borón

Ayer comenzó a gobernar el Brasil Luiz I. Lula da Silva. Las distintas ceremonias previstas para efectivizar el traspaso del mando presidencial estuvieron marcadas por un hecho cuyo simbolismo no puede pasar desapercibido aún para el observador más superficial: la presencia del pueblo que se volcó a las calles de Brasilia para vitorear a “su” presidente y en cada etapa del complejo protocolo desbordó por completo a los esquemas de seguridad.
¿Será éste el signo que habrá de caracterizar al gobierno de Lula? Tal como lo dijéramos en notas anteriores tenemos la impresión que sí, que esa esperanza que derrotó al temor y al “terrorismo” mediático desatado por el candidato del oficialismo en la segunda vuelta electoral tendría como contrapartida inevitable y necesaria la presencia de las masas en las calles brasileñas. Lo acontecido ayer en Brasilia puso en evidencia que si una cara de la medalla es la esperanza la otra es la expectativa. Expectativa que alimentan con creciente pasión los oprimidos y explotados por el capitalismo. Y si la esperanza puede inducir a la pasividad, la expectativa alimenta incansablemente el fuego de la movilización popular.
El gobierno del PT inicia su gestión con el terreno perfectamente demarcado. El relato que Lula hiciera, en el discurso inaugural leído en la sede del Congreso, fue clarísimo. En sus sucesivos ciclos económicos: el azúcar, el oro, el caucho, el café y la industrialización, Brasil fue capaz de resolver grandes problemas y sortear innumerables desafíos, hasta el punto de convertirse en una de las mayores economías del mundo. Pero ninguno de esos ciclos de expansión fue capaz de resolver “el problema” fundamental del Brasil: en palabras del propio Lula, “ninguno de ellos venció el hambre”. Y en su discurso no sólo ratificó su compromiso histórico con las luchas del pueblo brasileño sino que dijo que sólo se sentiría realizado si al final de su mandato todos los hombres y mujeres de su país pudieran desayunar, almorzar y cenar, poniendo fin al hambre que hoy afecta a más de cincuenta millones de sus compatriotas.
La tarea que tiene Lula por delante será inmensa, y no son pocos los obstáculos que se interponen en el logro de su obsesión por acabar con la injusticia y el hambre en el Brasil. Su discurso de ayer fue impecable: contrariamente a las costumbres establecidas en la decadente política argentina, utilizó la palabra “pueblo” en innumerables ocasiones, dejando de lado los eufemismos aliancistas tales como “gente” o “la ciudadanía”. Lula planteó sus objetivos principales de “hambre cero” –¡también en contraste con el tragicómico “déficit cero” de De la Rúa/Cavallo!–, avanzar en la reforma agraria y resolver la fenomenal deuda social que la democracia brasileña tiene con su pueblo. También hizo algo muy sensato: hablar poco, muy poco de economía y nada de los mercados, sabedor que el escenario en donde deberá librar su gran batalla no serán ni los despachos de los gerentes ni los ámbitos alocados y corruptos de los mercados sino las calles, allí donde manda el pueblo. Sus intervenciones en materia de Mercosur fueron muy atinadas, y su escueta mención a la relación del Brasil con los Estados Unidos fue muy acertada. Pero si su discurso revela la coherencia del Lula presidente con el Lula líder social, la designación de su gabinete revela que la lucha de clases no sólo se escenificará en las calles sino que, como era de prever, ya se instaló en el corazón mismo de su gobierno. ¿Podrá el presidente cumplir con sus promesas, y con su propia historia, ante la presencia de algunos personajes que representan la quintaesencia del capital financiero internacional o, en otros casos, de las grandes empresas que lucran con el hambre y la injusticia que padece el pueblo brasileño? Será muy difícil, pero no imposible. Entre otras cosas porque la dinámica social que desatará el gobierno Lula seguramente va a impactar muy fuertemente sobre la composición del elencogubernamental y la orientación de las políticas públicas. “Deducir” de la existencia de esos personajes el fracaso del gobierno Lula es un ejercicio tan inútil como reaccionario. Pero nada podría ser más peligroso que ignorar las contradicciones que ellos representan para el éxito del gobierno del PT.

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