EL MUNDO
› OPINION
El revólver medio cargado
› Por Claudio Uriarte
Hay un cambio en la política estadounidense hacia Irak, pero todavía no es claro qué significa. Por primera vez desde que la administración Bush empezó su retórica de guerra en septiembre, el Pentágono está desplegando en la zona de conflicto hombres y equipos para respaldar las amenazas, pero aún no los suficientes para invadir Irak. Y no le queda mucho tiempo, ya que a partir de marzo las condiciones meteorológicas se vuelven inmanejables, y las tropas y equipos no se desplazan de un día para el otro.
Hasta finales del año pasado, la guerra de palabras había cumplido sus principales objetivos: tapar la crisis económica, amordazar a la oposición demócrata y garantizar para el partido de George W. Bush la victoria en las elecciones legislativas del 5 de noviembre. Hoy, la continuación de la retórica de guerra puede explicarse en función de la nueva megarreducción de impuestos que Bush va a empezar a tratar de vender la semana próxima bajo la forma de “paquete de estímulo económico”, pero para eso no es necesaria la movilización de fuerzas. Después de todo, la Casa Blanca podría haber esperado para el 27 de enero, cuando los inspectores de armas de la ONU tienen que entregar su informe sobre Irak. Entonces, ¿puede haber guerra? Desde luego que sí, pero entonces no se entiende por qué no se despliega lo necesario para llevarla a cabo con cierto grado de seguridad. Y se sabe: hay motivos para argumentar que a Estados Unidos le conviene una guerra y otros motivos para argumentar que no; lo que no existen son motivos para que haga la guerra pero no lo suficiente; no existe tal cosa como un revólver medio cargado, a menos que se quieran correr riesgos. Veamos.
Desde al menos abril del año pasado, los generales del Pentágono vienen defendiendo un plan de invasión con 250.000 soldados. La orden de despliegue de la última semana del año comprende a sólo 25.000. Es cierto que hay ya 65.000 soldados en el Golfo, pero éstos no cuentan, porque están asignados a otras misiones. Desde la recomendación de los generales del Pentágono, una colección de postulantes viene avanzando planes que contemplan una fuerza más ligera y más barata de movilizar, con el argumento de venta de una victoria rápida. Hablan, en general, de 50.000 hombres. Pero Irak es un país del tamaño de Francia, tiene un ejército de casi cuatro millones de hombres –por más que sólo algunas unidades sean operacionales–, está munido de armas químicas y bacteriológicas, y Saddam Hussein ha dicho que esta vez concentrará sus operaciones en sangrientas guerras casa por casa en sus principales ciudades –Bagdad, Basora y Tikrit–. Es decir que la campaña predominantemente aérea de la primera guerra del Golfo ya no es posible. En la primera guerra del Golfo fue posible porque las unidades de Saddam estaban desplegadas a lo largo del desierto, como líneas de abastecimiento a sus tropas invasoras en Kuwait. Eran blancos fáciles. Ahora no hay tropas en Kuwait y por lo tanto tampoco las hay en el desierto. La campaña aérea puede destruir instalaciones clave del ejército y centros de comando y control, pero no garantiza la victoria. Saddam tiene todas las ventajas del defensor, y EE.UU. todas las desventajas de tener que entrar en enjambres urbanos densamente poblados donde la población será usada a modo de escudos humanos, y la carnicería será astutamente utilizada ante la opinión pública por el enemigo.
En este punto de la discusión, los estrategas de los 50.000 hombres toman distintas coartadas de desvío. Algunos suponen que, una vez que los 50.000 hombres estén en escena, Saddam Hussein caerá, por un golpe militar o por un levantamiento civil o por alguna combinación de los dos. Esto, desde luego, sería un escenario muy conveniente para EE.UU. –y, muy especialmente, para los estrategas de los 50.000 hombres–, pero, ¿qué pasa si no ocurre? Otro desvío fuera de la contradicción pasa por conjeturar una simultánea invasión turca, pero con un nuevo gobierno islamista en Ankara esta hipótesis es aún más ridícula que la anterior. En todo caso, resulta por lo menos sorprendente que un generalato tan alérgico a los riesgos como el estadounidense se deje seducir por propuestas de este tipo. Después de todo, fueron ellos los que hablaron de 250.000 hombres en primer lugar, y hasta es posible que esta vez hayan tenido razón.
Más que el resultado de un plan, lo ocurrido hasta ahora parece el resultado del trabajo de un comité de compatibilización de opiniones ministeriales. Que el despliegue de 25.000 hombres sea el resultado de ese promedio parece inverosímil, pero no menos que la posibilidad de que Bush vaya a la guerra con el revólver medio cargado.