Dom 29.08.2010

EL MUNDO  › ESCENARIO

Amor virtual

› Por Santiago O’Donnell

Imagen: EFE.

Llegó en el momento justo. Después del derrumbe, después de la tragedia, después del terremoto que despertó a Chile del sueño de la Concertación. Todo un país posa sus ojos solitarios sobre el pozo con 33 mineros atrapados.

El comienzo de la historia ya lo sabemos de memoria. Treinta y tres mineros chilenos se internan en las entrañas del monstruo que acaba de sacudir al país. Quieren llevarse oro y cobre. Pero no para ellos. Trabajan para unos empresarios truchos y abandónicos que les pagan un sueldo decente, pero no los cuidan ni los protegen, y a la primera de cambio se mandan a mudar. Quedan atrapados a 600 metros bajo una roca gigantesca. Diecinueve días después aparecen todos vivos y sanos, cuando algunos ya los daban por muertos. Son simpáticos. Están tranquilos. Hablan con palabras sencillas, destilando una sabiduría ancestral. Chile se enamora de ellos en un santiamén.

El amor es amor verdadero cuando es correspondido. Aunque sea a través de cartas, mensajes, audio o imágenes de video. Los mineros gritan “Chi-chi-chi-le-le-le”, cantan el himno, cuelgan banderas de su país. Los mineros aman a Chile tanto como Chile ama a los mineros. Hay euforia. Acaban de enterarse de que van a sobrevivir. Un minero le propone matrimonio a la novia. Otro le escribe al padre perdido diciéndole que lo quiere ver. Ponen cosas hermosas. Poco a poco los personajes se van mostrando.

Está Luis, el líder del grupo. El más admirado pero no por eso el más amado. Luis era el jefe de turno cuando ocurrió el derrumbe. Fue el que racionó la comida: día por medio, medio vaso de leche y dos cucharadas de atún. “Desde chico fue mandón y ordenado”, cuenta la madre. Uno lo imagina pegando un par de gritos en la primera arenga, después de constatar que todos están bien.

Está Mario, el caradura. La prensa de Chile prefiere decirle “carismático”. Fue el que agarró la camarita que les bajaron y se paseó por el refugio, mostrando los distintos rincones mientras los describía deslizando algunos chistes, para terminar con una serie de entrevistas a los compañeros. Está Franklin, el futbolista. Tuvo una carrera para el olvido, pero cumplió su sueño de jugar en la selección. Suya es la camioneta que alumbra el pozo. Marcelo Bielsa ya le mandó a la familia una camiseta de la roja firmada por todos los jugadores.

Está José, el líder espiritual, el que armó el círculo de oración. “Saludo al pueblo de Dios, que clama por nosotros. Que Dios los siga bendiciendo y fortaleciendo”, escribió en su primer contacto con el afuera. Está Víctor, el escritor, que ya está escribiendo el best-seller con todo lo que ocurrió día a día. Está Carlos, el único extranjero, que se come algunas cargaditas de los compañeros, pero igual se animó a saludar “a todo el pueblo de Bolivia que me está siguiendo”.

Se sabe que hay dos enfermeros recibidos, todavía no se conocen sus nombres, pero uno solo asumió el control de la salud del grupo. O sea, están el enfermero líder y el enfermero tranqui. Está el enfermo, tiene diabetes. Está el emotivo que llora cuando le habla a la cámara y está el sucio que no se quiere bañar. Ya iremos conociendo sus nombres, y también a los demás.

Están en carne viva. Dicen que la familia minera está unida y, sobre todo, que Chile es un gran país. Romance, drama, aventura. Política, economía, deporte y espectáculos. Picos de rating, tapas agotadas, chismes, transmisión en vivo 24 horas: Los mineros le dan de comer a todo el universo mediático chileno, y encima les sobra material para seducir a la prensa internacional.

Ahora se puede decir. Antes no, porque pintaba para catástrofe. Pero ahora se sabe que están bien y confiados, que son hombres de montaña acostumbrados a estos trances. Se sabe que van a salir. Ahora sólo queda disfrutar del show.

El jueves pasado les bajaron una camarita equipada con la última tecnología, “Full HD”, jadeó La Nación. Dicen que sirve para filmar los ojos irritados de los mineros, pero ya se sabe que sirve para mucho más. El viernes aparecieron las primeras imágenes, 45 minutos de video. Impresionante. Demasiado, casi. El presidente chileno Sebastián Piñera sabrá dosificarlas, porque también es hombre de medios; hasta hace unos días era el dueño de Chilevisión.

“Mineros” es la mezcla perfecta de Survivor con Gran Hermano, pero mejor, porque el formato es irresistiblemente familiar. Chile es un país minero. Entonces algunas cosas ni hace falta explicarlas. Por ejemplo, que existen tres clases de mineros en Chile. Están los que trabajan para Codelco, la gigantesca minera estatal. Son los que ganan más, los que tienen mejor pensión y mejores condiciones de seguridad. Después están los mineros de empresas privadas, como los treinta y tres. Trabajan para pymes de minería, muchas de ellas en manos de especuladores y buscavidas. Meten una inversión de dos, tres, diez millones de dólares, que apenas alcanza para comprar un par de máquinas y pagar los sueldos, y se juegan a todo o nada. Cuando pasa un accidente, no lo pueden bancar.

Todo eso salió a la luz con el derrumbe. La semana pasada el gobierno cerró 1500 emprendimientos mineros privados por falta de seguridad. Los dueños de la mina colapsada, los de la empresa San José, son los más malos de los malos. Se pasean por tribunales y las tapas de los diarios y todo Chile espera que terminen en la cárcel. (El otro villano es el director del ente regulador de minería, que permitió la reapertura de la mina colapsada, pese a las pobres condiciones de seguridad. Piñera ya lo destituyó.)

Después, en el fondo de la cadena minera, están los llamados “pirqueros”. Son los mineros pobres que se meten por cuenta propia en minas abandonadas, afrontando grandes riesgos, para raspar los restos cuando ya no queda casi nada.

Cuando ocurrió el derrumbe fueron los pirqueros quienes se ofrecieron a internarse en la mina para rescatar a los treinta y tres a fuerza de pico y pala. La oferta de los pirqueros conmovió a la audiencia, sobre todo porque llegó cuando la tecnología aún no daba resultados. Pero la oferta fue rechazada, lo cual generó un duro debate y un aluvión de críticas al plan del gobierno.

Laurence Goldborne, el ministro de Minería chileno, es el Tinelli de este espectáculo. Como Marcelo, hace de cuenta que se hizo famoso por casualidad. Era un ejecutivo de una cadena de supermercados, sin experiencia en minería, cuando Piñera lo convocó para ocupar la cartera por su pasado gerencial. Al principio no daba pie con bola. Al día siguiente del derrumbe, cuando una piedra gigantesca tapó la chimenea, se mostró apesadumbrado ante las cámaras, casi dando a los mineros por muertos. El abucheo fue unánime. Un pueblo minero sabe que los derrumbes existen y que a veces los rescates tardan varios días.

Pero poco a poco Golborne le fue tomando la mano al trabajo. Goldborne se quedó a vivir en el llamado campamento Esperanza con las familias de los mineros durante más de dos semanas, hasta que fue reemplazado el otro día y por el momento por el ministro de Salud. Como buen conductor, Goldborne manejaba todo, desde las conferencias de prensa hasta el reparto de sánguches. Twittea en la madrugada mensajes como “rescate x chimenea era asunto de horas, sondaje es de días. ¿Simultáneo? Alto riesgo al perturbar cerro con 40 rescatistas adentro”.

Designó a un ingeniero de Codelco para diseñar el rescate, se trajo una supermáquina de Codelco para perforar el agujero. Hoy en Chile, aun con gobierno de derecha, nadie habla de privatizar Codelco. Ni de la falta de competitividad del sector estatal.

Golborne hizo algo más. Puso al gerente de sustentabilidad de Codelco, Jorge Sanhueza, en el rol de Gran Hermano. Sanhueza administra todo el contacto con los mineros. Es el que decide lo que sube y lo que baja. El que pone las reglas. Sanhueza y su equipo de médicos, psicólogos y expertos en supervivencia. Mandan los juegos, los naipes, las minibiblias. Marcan precisas rutinas de ejercicio, coro, teatro, técnicas de relajación. Los mineros piden vino y cerveza, Gran hermano les manda sopa deshidratada. Pero no habrá desánimo. En la mina la voz anónima se escucha firme, decidida. “Les prometo que para festejar el Bicentenario les bajamos unas empanadas de pino.” Esto es, el rescate va para largo, por lo menos un mes. Pero es también, vamos a festejar el bicentenario con empanadas de pino, las clásicas empanadas de pino infaltables para las fechas patrias, compartiendo la mesa con todos los chilenos. Además prometieron ponerles un cine. Toda la tecnología de la NASA al servicio de sus juguetes.

Piñera hace de invitado especial. No se mete en el pozo, pero casi. Y juega con sobria solemnidad el destacado papel de anunciarles a los mineros que serían rescatados antes de Navidad. Luis lo llama señor presidente, pero le habla como si le estuviera hablando a su hermano. “Señor presidente, estamos esperando que todo Chile haga fuerza para que nos puedan sacar de este infierno”, le informó al mandatario. “Nosotros necesitamos que tengan fuerza y nos rescaten los antes posible y que no nos abandonen”, lo alentó.

En medio de los saludos y la emoción, Piñera aprovechó para bajar línea. “No vamos a hacer nada que comprometa su vida”, le dijo a Luis. “Ustedes no van a estar solos ni han estado solos un solo momento: el Gobierno está con ustedes. Está todo el país con ustedes y quiero que estén tranquilos porque sus familias van a estar acompañadas y apoyadas.”

Los mineros captaron rápido el mensaje. Piden fumar. Saben que aire no es lo que sobra, pero se declaran adictos a la nicotina. Ya la juegan de taquito. Gran hermano les manda parches de nicotina. Todo queda registrado en High Definition para ser editado por el ex dueño de Chilevisión. Coraje, planeamiento y tecnología marca Chile al servicio de la supervivencia.

¡Y lo que está por venir! ¿Mostrarán las peleas? ¿Habrá romances o rupturas a distancia? ¿Qué sorpresa recibirán el día de su cumpleaños?

El final ya fue anunciado: subirán de a uno en una jaula por un túnel de poco más de medio metro que la máquina de Codelco ya está perforando en este mismo momento. Lo que no se sabe es quién hará las nominaciones. ¿Decide Luis? ¿Decide Sanhueza? ¿Decide el médico? ¿Sorteo? ¿Teléfono?

Visto desde el Facebook, el YouTube o el MSN puede hasta parecer gracioso. Pero se sufre, y mucho. Por las familias que siempre acompañan pero sobre todo por ellos. Están en peligro. La tierra tiembla. Y ellos no eligieron estar ahí, así.

Hay que tener ganas de limpiarse el polvo de los ojos y decir “vamos a salir adelante”. Ahogados, sofocados, diecisiete días sin noticias del mundo, en estado de inanición. Hay que mirarse, repasar cada instante de la vida y agarrarse de lo que sea, porque del pozo más profundo se puede salir. Las cartas de los mineros a los familiares revelan mucha angustia. Los mineros piden casi a gritos que no los abandonen.

Queda para el final la última prueba de valor. Cuando vuelvan a la superficie y se vean las caras a la luz del sol, ¿qué habrán aprendido de la experiencia? Y mientras sigan prendidas las cámaras y se escuchen los aplausos, ¿se animarán a tomarse en serio? Y cuando vuelvan a la montaña, ¿volverán convertidos en políticos, escritores o meros personajes mediáticos?

Amar es fácil por Internet.

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