EL MUNDO › OBAMA ARRANCA CON DOS DíAS DE NEGOCIACIONES CON NETANYAHU Y ABBAS EN WASHINGTON
Obama comenzó la conferencia de paz con dos reuniones separadas en la Casa Blanca: la primera, con el primer ministro de Israel, y la segunda, con el presidente palestino. Después cenó con actores muy importantes en la región.
› Por Rupert Cornwell *
Ahora es su turno. Después de George Bush padre, Bill Clinton y George Bush hijo, Barack Obama se ha convertido en el cuarto presidente estadounidense consecutivo que trata de lograr el hasta ahora imposible premio a la diplomacia internacional: la paz israelo-palestina. La cantidad de nombres de lugares asociados con ese esfuerzo desde el fin de la Guerra del Golfo en 1991 es larga: Madrid, Oslo, Wye, Sharm el Sheik, Camp David, Taba y más recientemente Annapolis. Sin embargo, tienen una cosa en común: el fracaso. Y llegamos a Washington, septiembre de 2010.
Sólo 24 horas después de dar formalmente por finalizada la misión de combate de Estados Unidos en Irak, Obama ayer comenzó dos días de cumbres intensivas en dos reuniones separadas en la Casa Blanca: la primera, con el primer ministro de Israel, Benjamin Netanyahu, y la segunda, con el presidente palestino, Mahmud Abbas.
Continuó con una cena, con algunos de los actores más importantes de la región (el rey Abdulá, de Jordania, y el presidente Hosni Mubarak, de Egipto, entre los comensales), antes de que Abbas y Netanyahu empiecen las negociaciones, frente a frente, en el Departamento de Estado. La ceremonia será presidida por Hillary Clinton –quien ganará el lugar como una de las grandes secretarias de Estado en la historia si logra lo que predecesores notables como Henry Kissinger y James Baker no pudieron–.
“Esta vez es diferente”, insiste un puñado de optimistas, repitiendo el refrán de los equipos de deportes perdedores o exaltados especuladores del mercado a través de los siglos. Pero, ¿es diferente? El objetivo de Obama es la misma solución de dos estados buscada por los presidentes Clinton y Bush antes que él, basado en un acuerdo en los cuatro temas centrales: seguridad, fronteras, palestinos desplazados por la creación de Israel y el estatus de Jerusalén. Igual que George W. Bush, estableció un objetivo de un año para el acuerdo.
Los fundamentos de cualquier arreglo final viable se conocen desde hace tiempo: fronteras seguras, quizás monitoreadas por fuerzas externas, la devolución de la mayor parte de Cisjordania a los palestinos, junto con compensaciones territoriales en otras áreas en la que la densidad de los asentamientos israelíes hace imposible el retroceso. Habría un derecho puramente simbólico de regreso para los refugiados a Israel, mientras que ambos estados compartirían Jerusalén como su capital.
En otras palabras, los diplomáticos pueden aportar una solución. Lo que siempre faltó es la voluntad política de aceptarla. El titular de Defensa de Israel, Ehud Barak, afirmó, según una entrevista que publicó ayer el diario Haaretz, que Israel estaría dispuesto a entregar a los palestinos Jerusalén Este. No obstante, ayer mismo se desdijo al afirmar que no cederá la parte este de Jerusalén pese a los reclamos de los palestinos, (ver nota aparte) un día antes de la reanudación de las negociaciones entre Tel Aviv y la Autoridad Nacional Palestina.
“No necesitamos reinventar la rueda –dijo ayer Saeb Erekat, el jefe negociador palestino–. No es el momento de negociaciones, sino de decisiones.” Si estas palabras son evidencia de la frustración palestina ante lo que ellos ven como una demora israelí –especialmente sobre el tema de los asentamientos–, Netanyahu ostensiblemente comparte esos sentimientos. Después de meses de conversaciones indirectas o “aproximadas” con George Mitchell, el enviado de Estados Unidos a Medio Oriente como mediador, el primer ministro israelí está ahora dispuesto a llevar a cabo las cumbres para lograr un trato.
Como siempre, todo está a la merced de los extremistas, en ambos lados. Tarde el martes, el ala armada de Hamas, el grupo islamista palestino y amargo rival del movimiento Fatah de Abbas, se proclamó responsable de la muerte de cuatro colonos israelíes que viajaban cerca de Hebrón, en Cisjordania. El ataque estuvo destinado a socavar la autoridad de Abbas y desbaratar las nuevas conversaciones aun antes de que comenzaran, al demostrar que el líder palestino no puede brindar la seguridad que Netanyahu insiste en que es una precondición esencial para poder hacer sería concesiones israelíes.
Un Abbas furioso rápidamente condenó el ataque, como lo hizo Clinton y el primer ministro israelí. Ayer, el presidente Obama mismo hizo una aparición no calculada en el Jardín de Rosas de la Casa Blanca, con Netanyahu, para expresar su disgusto frente a la matanza “atroz y sin sentido”, y el inquebrantable compromiso de Estados Unidos con la seguridad de Israel. Así de altas eran las apuestas.
Aun así, a pocas horas de las muertes, algunos grupos de colonos prometieron romper el alto impuesto por el gobierno para construir un nuevo edificio en Cisjordania. Si es así, sólo provocarían el primero –y quizá fatal– desafío a las negociaciones: el destino del congelamiento parcial de diez meses de asentamientos impuesto por el gobierno de Netanyahu que expira el 26 de septiembre es un punto sensible.
Ayer, en reuniones bilaterales por separado, Obama sin duda semblanteó a sus huéspedes sobre la formulación de un compromiso que pudiera satisfacer a ambos lados. Pero no hay ninguna garantía de que ese compromiso sea posible –y que las duras realidades políticas no hagan fracasar los mejores esfuerzos diplomáticos–. Y el tema de los asentamientos está en la base del largo camino a la cumbre. En conclusión, es necesario un imprudente desprecio por la historia para creer que esta vez será diferente. Pero son optimistas.
* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Páginal12.
Traducción: Celita Doyambéhère.
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