EL MUNDO › LA DISCIPULA DE LULA PROBABLEMENTE SEA ELECTA HOY PRIMERA PRESIDENTA DE BRASIL
Rousseff fustigó el proyecto socialdemócrata por ser favorable a las privatizaciones; su rival se alió a los sectores religiosos para implantar la agenda antiabortista. La candidata ganaría con el 55 por ciento de los votos.
› Por Darío Pignotti
Desde Brasilia
Dilma Rousseff, del Partido de los Trabajadores y discípula de Luiz Lula da Silva, favorita en todos los sondeos posiblemente será electa hoy como la primera presidenta de Brasil en el ballottage que disputará ante José Serra, del Partido de la Socialdemocracia y correligionario del ex mandatario Fernando Henrique Cardoso. La encuestadora Datafolha pronosticó una victoria de Rousseff por el 55 por ciento contra el 45 por ciento de Serra, previsión similar a la de los institutos Ibope, Sensus y Vox Populi.
Ministra de Lula durante siete años, economista e integrante de una organización armada durante la dictadura, Rousseff se despidió ayer de sus seguidores en Belo Horizonte con un discurso conciliador, propio de quien se imagina a un paso del Palacio del Planalto. “Cuando alguien gana una elección tiene que gobernar con todos los brasileños, voy a gobernar sin hacer discriminaciones de partidos, relacionándome con todos los gobernadores y alcaldes, inclusive los de otros partidos.”
Criatura política forjada por Lula da Silva, Rousseff repitió lo que fue su lema de campaña, continuar con el legado de políticas sociales y desarrollo económico del actual gobierno. “Lula será siempre una persona en la que tengo confianza política y personal, siempre que pueda conversaré con el presidente, tendré con él una relación muy íntima y muy fuerte, nadie me va a separar del presidente”, prometió.
“Votar a Dilma es votarme un poquito”, había dicho Lula, cuyo protagonismo en la campaña fue superior al de la candidata.
Menos optimistas los socialdemócratas realizaron ayer caminatas en San Pablo y Belo Horizonte. José Serra comparó la campaña con una disputa entre David contra Goliat, aludiendo al aparato estatal en el que se apoyó Rousseff. El presidenciable y ex gobernador de San Pablo estaba acompañado de los principales líderes socialdemócratas, menos Cardoso.
Volveré y seré un jarrón chino. Fernando Henrique Cardoso fue presidente de Brasil hasta el 1º de enero de 2003 cuando, con menos del 30 por ciento de aprobación, le cedió el bastón de mando a Lula, quien detenta una popularidad superior al 80 por ciento restando menos de dos meses para el fin de su mandato.
Cardoso, radiado de la propaganda serrista, reconoció recientemente que a menudo los ex jefes de Estado son comparables con los jarrones chinos: objetos de utilidad nula que nadie sabe dónde colocar.
En la parábola del jarrón el intelectual Cardoso concedió, de alguna forma, que llegó la hora de su réquiem político y el agotamiento del modelo de economía social de mercado que él aplicó contemporáneamente con el similar, aunque no idéntico, implementado por Carlos Menem en Argentina. Juntos, Cardoso y Menem acuñaron un Mercosur a la medida de grandes grupos económicos transnacionales y regionales, al que algunos veían como apéndice de la finalmente fallida Area de Libre Comercio de las Américas, patrocinada por Washington.
Si todos los sondeos están en lo cierto, Rousseff posiblemente sea electa como la tercera gobernante consecutiva del Partido de los Trabajadores fundado por Lula en 1980.
Analistas de medios conservadores serios, como los británicos The Economist y Financial Times, han pergeñado la tesis de que Rousseff y Serra representan propuestas similares. Se trata de un diagnóstico impregnado de cierto economicismo anglosajón que parte de una información cierta, la política financiera ortodoxa de Lula es similar a la de su antecesor Cardoso, pero desdeña datos políticos y sociales observados en los más de tres meses de campaña.
Véanse, por ejemplo, las acrobacias a que se vio obligado Serra para ocultar la faena de Cardoso en materia de privatizaciones. Es superficial reducir la actitud ubicua del candidato a un juego de marketing político.
Se trata, en rigor, de la derrota ideológica del recetario recomendado por la teoría del Estado mínimo. De allí que Lula haya empujado el debate, valiéndose en exceso del aparato del gobierno, hacia el contrapunto entre estatizaciones-privatizaciones.
De mameluco anaranjado y casco blanco, como los usados por los trabajadores de Petrobras, Lula dijo el jueves a bordo de una plataforma marina que esa empresa simboliza más a la nación brasileña que el fútbol y el carnaval, y denostó a la mentalidad “colonizada” de pretéritos mandatarios. Léase, Fernando Henrique Cardoso. Paralelamente Rousseff, reunida con la Federación Unica de Petroleros, fustigó el proyecto de Cardoso y su ex ministro Serra orientado, aseguró, a la privatización de Petrobras.
En el proceso electoral se catalizó la polarización de una sociedad aún desigual, lo cual se retrató en la masiva aprobación que las encuestas otorgan a Rousseff, superior al 60 por ciento, en los estados pobres del noreste y blanco de las políticas sociales como la Bolsa Familia.
Conforme el tándem Lula-Rousseff insistía en sus proposiciones estatizantes y programas sociales, Serra se aliaba a sectores ultramontanos de la iglesia para implantar la agenda antiabortista. En esa marcha hacia la derechización sin ambages tuvo como aliado de última hora al papa Benedicto XVI, quien instó a los obispos a trabajar en defensa de la vida, implícita incitación a predicar contra Dilma Rousseff, a quien le atribuyen defender la despenalización del aborto.
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