Lun 01.11.2010

EL MUNDO  › EL TEA PARTY REPRESENTA LA DERECHIZACIóN DE LA DERECHA DE ESTADOS UNIDOS

La irrupción del partido del té

En un año, el movimiento ultraconservador volvió a poner en la superficie las bases sobre las que se edifica el equilibrio político norteamericano. Enemigos de los inmigrantes y lo diverso y amigos de la reducción de impuestos.

› Por Ernesto Semán

Desde Nueva York

Cualquiera sea el resultado, las elecciones de mañana pasarán a la historia como aquellas en las que el Tea Party irrumpió en la política de Estados Unidos. Los 150 candidatos que tienen el apoyo explícito del movimiento de extrema derecha son apenas un indicador de su importancia. En apenas un año, el Tea Party volvió a poner en la superficie las bases conservadoras sobre las que se edifica el equilibrio político norteamericano, y lo lejos que está éste del “país normal” que muchos buscan como inspiración.

En ese “país normal” imaginario, alguien como el gobernador de Florida Charlie Crist, por ejemplo, sería el líder natural de la oposición republicana al gobierno de Barack Obama. Es un conservador histórico que en el 2008 inició una crítica pública a la forma en la que su partido se había replegado sobre posiciones fundamentalistas en lo económico y lo político y que planteó la necesidad de recuperar tradiciones democráticas del conservadurismo popular. Pero en el país real, Crist se vio obligado a lanzar su campaña para senador como independiente, dejando la candidatura republicana al ultraconservador Marco Rubio, uno de los republicanos que cuentan con el apoyo del Tea Party. En el país real, Rubio encabeza muy cómodo las encuestas para hacerse con el puesto del senador en la elección de mañana.

El de Florida es uno de los casos, y no el más extremo, de la radicalización que promovió el Tea Party, apoyando a candidatos “ultras” que desplazaron a los más moderados del partido. En los últimos meses no faltan los analistas (y esperanzados demócratas) que suponen que la “derechización de la derecha” será un dolor de cabeza para el Partido Republicano, al que se le hará imposible retomar posturas más digeribles en lo económico y político para los votantes moderados. Lo que esos analistas omiten es que ese problema queda ampliamente compensado por el vigor que recuperan los conservadores y por el impacto que esta energía nueva tiene en mover hacia la derecha el conjunto del arco político.

“Somos el movimiento de base más importante de los últimos cien años. El Tea Party es la experiencia política más interesante de este país”, dice Marion Dreyfus, una docente de Nueva York con marcado acento británico, que es lo más cercano que uno podría encontrar al arquetipo del “simpatizante normal” del Tea Party. Lo de “normal” ha sido todo un esfuerzo de su parte: hacia el final de la conversación con este diario, Dreyfus cuenta que ha buscado medir su entusiasmo para no alimentar la percepción periodística de que el Tea Party es simplemente un movimiento de fanáticos. Y es cierto que confrontadas con las imágenes de militantes que acusan a Barack Obama de ser un enviado del Islam para destruir a Estados Unidos y de candidatos que condenan la masturbación, las palabras de Dreyfus suenan moderadas. Pero no por eso menos preocupantes.

El Tea Party surge alrededor de demandas que dejan al debate sobre la ley 125 en la Argentina a la altura de un sesudo y desinterasado intercambio académico. Movilizados por líderes libertarios, una masa creciente manifestó a través de este movimiento su oposición a la “excesiva carga impositiva” del gobierno federal y atribuyó a éste el estancamiento recesivo. “A mí lo que me preocupó fue la deuda nacional”, dice Dreyfus. “Basta, me dije, no quiero pagar esta deuda, pero sobre todo no quiero tener que explicarles a mis hijos que el gobierno les hipotecó su futuro.” La carga fiscal como expresión de una variada gama de frustraciones se expandió como pólvora en dos direcciones.

Por un lado, el Tea Party puso en claro que el mayor problema de los impuestos es el supuesto redistributivo que éstos implican, y de inmediato el movimiento adhirió a políticas que, en lo central, desarman lo ya endeble del armazón comunitario norteamericano: apoyos a las leyes antiinmigratorias, reducción de los impuestos en los niveles más altos, cuestionamiento a la diversidad religiosa y un fuerte sobretono de homogeneidad racial (blanca) conforman hoy el “corpus” cotidiano de sus discursos. Dreyfus lo sintetiza: “Si Obama hubiera sido más cuidadoso en sus discursos, nosotros no seríamos tan fuertes. Pero con la ley de salud demostró que no estaba dispuesto a escuchar lo que teníamos para decir, que el gasto de su plan nos va a hundir a todos, sólo para beneficiar a sus sindicatos. Nosotros no somos de izquierda o de derecha: somos sobre todo los que estamos muy enojados con el gobierno”.

Por otro, el rápido ascenso del Tea Party mostró la base de hartazgo sobre la que se montó la coalición política que llevó a Obama al gobierno. Y, sobre todo, evidenció la precariedad de esa coalición y la dispersión de su energía desde el momento en el que el actual presidente decidió normalizar lo que en verdad había sido un momento político único: su propia elección. ¿Dónde estaba Dreyfus el 20 de enero de 2008, el día que Obama juró como presidente? “En Washington, obvio,” cuenta. “Yo tenía esperanzas de que viniera a cambiar todo. Luego mostró que ésa no iba a ser la base de su gobierno, pero los republicanos no estaban motivados para encabezar esa ira que teníamos nosotros, necesitábamos un nuevo movimiento de base.”

La condición de “movimiento de base” no define claramente la magnitud del movimiento, que se monta sobre el financiamiento multimillonario de organizaciones y personalidades de extrema derecha, ni refleja los tonos de una plataforma política que refuerza las posiciones tradicionales de las elites económicas y raciales de los Estados Unidos. Pero en todo caso, la afirmación de Dreyfus sobre la importancia histórica del Tea Party tiene sus fundamentos, aunque su aparición se suma a una larga lista de iniciativas que a lo largo de los años han emergido dentro y fuera de los dos grandes partidos con el fin de restaurar equilibrios conservadores en la política norteamericana. Su genuina sensación de ser parte de un movimiento de base novedoso no es más que la forma ideológica en la que se presentan las revoluciones de derecha, cuando llegan para fundar nuevos principios e ideas de orden que refuerzan las viejas jerarquías y desigualdades.

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